Rolando Alfaro Arellano.

– II –

Durante años se ha venido discutiendo en nuestro entorno, que las leyes no son útiles y que por ello, nadie las obedece, asimismo, muchas de esas personas lo que discuten son los efectos y no las causas.

Efectivamente, muchas personas ignoran que las leyes están redactadas por seres humanos y que nacieron desde el momento en que el fuerte quiso abusar del débil, tal y como lo describe la Historia del Derecho y la parte de la influencia latina de las normas transmitidas por los romanos en los países de origen latino.

Pero, también, se continúa olvidando que el Derecho evoluciona constantemente, y, en el caso de los profesionales de esta rama de las ciencias, quien no estudia es cada día menos abogado (Couture).
Asimismo, diversos autores son claros al hacernos recordar que; en el juramento que formulamos al
recibir nuestro título, prometimos tomar como norma suprema de nuestra conducta, no sólo la ley sino también la moral y la justicia (José Campillo Sainz), luego agrega: que así lo dicen la generalidad de los Códigos de Ética

Profesional. Esto es más claro que la luz, pero muchos lo olvidan especialmente aquellos que en sus aulas ven materias prácticas pero no lo relacionado con la Ética.

Otra cuestión importante es el ¿Por qué oponerse a las corrientes jurídicas que no se han practicado en el país?

¿Entonces como querer que todos los profesionales practiquen la ética? Muchos remilgarán diciendo que lo aprendieron en sus diversas clases, pero ¿Y la educación del hogar? Si no existen principios morales y conocimiento de las reglas del trato social, pues los resultados están a la vista.

Desde la anterior perspectiva debemos comenzar por lo primero: ¿Existe civismo en el guatemalteco? ¿Respetamos a las personas? ¿Conocemos los derechos individuales? ¿Leemos la Biblia ciudadana llamada Constitución Política? Si la respuesta es negativa, no nos quejemos, pues si no hemos aportado tiempo, trabajo y conocimientos a nuestros semejantes y en nuestros respectivos trabajos, no existirá ni ley divina ni norma alguna que nos ampare.

Finalmente, la mayoría de tratadistas son del criterio que no existe ningún conjunto de reglas abstractas que sea capaz de darnos respuesta a todas las cuestiones que la realidad nos va a plantear, según el autor José Campillo Sainz, en su texto “Introducción a la Ética Profesional del Abogado” (autor citado en estos artículos), proceder conforme a la conciencia es la norma fundamental de una conducta moral valiosa.

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