Martín Banús M.
marbanlahora@gmail.com

¡Reflexionar! Sí; pareciera que lo primero que debemos hacer es reflexionar profunda y largamente. Esforzarnos por establecer desde la sinceridad más pura, la causa raíz de nuestra desgracia nacional, y nunca, cuidado, nunca excluirnos a sí mismos como parte del problema.

Acusar al gobierno de turno, antes a Berger, después a Colom y ahora a Pérez, resulta ya una cantaleta que denota gran ingenuidad o falta de discernimiento para apreciar las auténticas razones del problema. Después de todo, los gobernantes del pueblo salieron, el pueblo los eligió y el pueblo los toleró.

Van a disculpar estimados lectores, pero la mayoría de nosotros, si hubiésemos sido llamados a formar gobierno, la experiencia nos dice que casi seguramente 95% estaríamos robando y justificando de alguna manera tal proceder. ¡Sí! ¡Tristemente esa es nuestra realidad y condición! Ya no vale seguir señalando al gobierno como la causa de todos nuestros males. ¡Por favor, ya no más! Vayamos más allá…

Nos dice el gran filósofo alemán Manuel Kant, nacido en Königsberg, Alemania (hoy Kaliningrado, Rusia), considerado por muchos como el pensador más influyente de la era moderna, que las máximas morales tradicionales, esas mismas sobre las que se basan las leyes y los acuerdos políticos y sociales, son solamente imperativos hipotéticos, y por ende no resultan de obligado cumplimiento en todo momento, lugar y circunstancia.

He ahí, la razón nos dice, por la cual las sociedades tradicionales como la nuestra, aun sabiendo distinguir entre el bien y el mal, optan por aquello que representa el menor esfuerzo, con el mayor beneficio. Lo moral, aunque vayan a misa o al templo, queda subyugado al interés material. Así, sin más. He ahí la base de nuestro desastre político y social. ¡Todo fue cuestión de tiempo para llegar a lo que hoy tenemos!

Por lo anterior, Kant nos propone un solo mandamiento fundamental al que llama, “imperativo categórico”, nacido éste, no de la autoridad divina, sino de la razón y de la consciencia de cada hombre, y dice así: “Obra siempre de forma tal, que puedas desear que la máxima de tu acción, se convierta en una ley universal”. Obviamente, Kant apela a la consciencia del hombre y da por descontada su buena voluntad y el interés en el bien común como norma de vida…

Lo hemos dicho antes y lo repetimos: El problema raíz de Guatemala y específicamente de los guatemaltecos es nuestra amoral inconsciencia. Sobre el fondo de esa inmoralidad los guatemaltecos hemos tercamente pretendido, o más bien aparentado, crear una nación justa y soberana (e independiente), lo que resulta no sólo una hipocresía, sino además una absoluta inconsciencia, por no decir una idiotez propia de dementes.

Somos un pueblo que cuando no delinque, tolera o se apadrina criminalmente con el crimen, de forma tal que éste ha llegado a convertirse en una actividad generalizada y “universal”, pero insistimos, no sólo dentro del gobierno. Es decir, Guatemala y el guatemalteco procedemos exactamente a la inversa de lo que propone aquel imperativo categórico de E. Kant. Por tal razón es simple comprender, que el ejercicio democrático nunca se ejerció, y lo que es peor aún, tampoco será posible alcanzarlo desde nuestra inmoral postura. De ahí aquello de que cada pueblo tenga el gobierno que merece…

No vemos, desde la democracia, y lo expresamos con todo el dolor imaginable, opción alguna de cambio a nuestra desesperada y suicida situación. Es evidente que la materia prima del país, carece de la calidad moral mínima, de la entereza y de la fuerza e inteligencia necesarias, para dar ese impostergable giro de ciento ochenta grados. Son tan grandes los intereses, es tanto el egoísmo, está tan extendida la corrupción y el cinismo, que no hay forma democrática de salir adelante.

Después de todo, aparentemente hemos sido y seguimos siendo “…un pueblo llevado por mal”. ¡Qué triste!

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