Luis Fernández Molina

Me ha tocado ahora ubicarme en el papel de don Jorge Manrique a quien la muerte de su padre lo inspiró para crear esas coplas tan profundas y bellamente redactadas. Como no tengo el arte de don Jorge hago mías sus profundas reflexiones que se leen con la cadencia de las campanas que tañen en medio de la bruma del letargo en que nos desenvolvemos en este diario trajín, agitados por la prisa, acuciados por el materialismo, ajenos al entorno y sumergidos en las redes sociales. Son golpes del badajo que nos sacuden cada vez que vibran: “Recuerde el alma dormida/avive el seso y despierte/Contemplando/cómo se pasa la vida/cómo se llega la muerte/tan callando (…)”.

Resalta más adelante el limbo del diario despertar: “No se engañe nadie, no,/pensando que ha de durar/lo que espera”. Y un tributo al inevitable destino: “Nuestras vidas son los ríos/que van a dar a la mar/que es el morir” y esa igualdad de la tumba: “allí van los señoríos/derechos a se acabar/y consumir/allí los ríos caudales/allí los otros medianos/y más chicos/y llegados, son iguales/los que viven por sus manos/y los ricos”.

La vida no es más que un tránsito: “Partimos cuando nacemos/andamos mientras vivimos/y llegamos/al tiempo que fenecemos/así que cuando morimos/descansamos.” El vigor de la juventud y la hermosura pasan rápido: “Decidme: La hermosura/ la gentil frescura y tez/ de la cara/ el color y la blancura/ cuando viene la vejez/¿cuál se para.” Es especialmente evocativa la estrofa: “¿Qué se hizo el Rey Don Juan?/Los Infantes de Aragón/¿qué se hicieron?/¿Qué fue de tanto galán/qué de tanta invención/que trajeron?/ (…)Fueron sino devaneos,/qué fueron sino verduras/de las eras (…) ¿Qué se hicieron las damas/sus tocados y vestidos/sus olores? (…) ¿qué fueron sino/rocíos de los prados?”

A las anteriores reflexiones quiero compartir con Rubén “el espanto seguro de estar mañana muerto,/ y sufrir por la vida y por la sombra y por/ lo que no conocemos y apenas sospechamos/ y la carne que tienta con sus frescos racimos/ y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,/ !y no saber adónde vamos,/ ni de dónde venimos!…”

Finalizo con aquella pregunta que estremece como un retumbo a través de todos los espacios y tiempos: “!Oh Padre de los vivos/¿a dónde van los muertos/ a dónde van los muertos/ Señor, a dónde van?”

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