Eduardo Villatoro
Le sucedió a mi amigo Romualdo Tishudo, para identificar al protagonista de esta ficticia historia, quien se encontraba en envidiable estado de salud, hasta que su mujer, la Dorita, a instancias de su hija la Lila le dijo: Romy, vas a cumplir 65 años y es hora de que te hagás una revisión médica. –¿Para qué? Si me siento pollonazo, replicó mi compadre. –Porque la prevención debe hacerse ahora, cuando todavía te sentís joven, replicó la cónyuge.
El señor Tishudo, como dócil marido, acató la orden.
El médico le mandó a hacerse exámenes y análisis de todo. Días después el matasanos le dijo que estaba bastante bien, pero que había algunos aspectos que debía mejorar. Le recetó Atorvastatina, grageas para el colesterol; Losartán para el corazón, la circulación y la hipertensión; Metaformina para prevenir la diabetes; Polivitaminicom para aumentar las defensas; Norvastatina para la presión; Deslorato para la alergia. A fin de proteger el estómago le recetó Omeprazol.
Romualdo compró los medicamentos; pero, para su infortunio, al poco tiempo no recordaba si las pastillas verdes para las alergias las debía tomar antes o después de las cápsulas para el estómago, y si las amarillas para el corazón se las tragaba antes o después de las comidas. Volvió con el médico, quien lo notó un poco tenso, desmejorado, habiéndole agregado Alprazol y Sucedal, para que conciliara el sueño.
Pero mi amigo cada día estaba peor.
Casi no salía de su casa porque a cada momento debía tomar una pastilla. ¡Qué tu cervecita al mediodía caluroso o tu medio octavo de Indita de aperitivo! Dos semanas después se resfrió y su mujer llamó al galeno.
El meticuloso matasanos dijo que no era nada grave, pero le prescribió Tabcín de día y de noche, y Sanigrip con Efredina. Como al paciente le dio taquicardia, el facultativo le añadió Atenolol y un antibiótico, Amoxilina de 1 gr. Cada 12 horas por 10 días. Al Romualdo le salieron hongos y herpes, por lo que el galeno le recetó Fluconol con Zovirax.
El paciente tuvo la infeliz ocurrencia de leer los prospectos de todos los medicamentos, enterándose de las contraindicaciones, precauciones, reacciones adversas, efectos colaterales y las interacciones médicas. Terrible. Corría el riesgo de estirar las patas, pero antes podría tener arritmias ventriculares, sangrado anormal, náuseas, hipertensión, insuficiencia renal, parálisis, cólicos abdominales, alteraciones mentales y otro montón de enfermedades que para Romualdo eran desconocidas.
Más asustado que abogado excluido de alguna comisión postuladora, llamó al impasible médico que le dijo que no tenía que hacer caso de esas cosas porque los laboratorios eran exagerados. De todas formas le prescribió el antidepresivo Sertralina, y como a Mr. Tishas le dolían las articulaciones le dio Diclofenaco.
Cada vez que Romualdo recibía su jubilación se encaminaba a la farmacia, lo que le provocaba ansiedad, razón por lo que el galeno le recetaba nuevos e ingeniosos medicamentos, de modo que no le alcanzaban las horas del día para tomar sus pastillas y no podía dormir pese a las cápsulas contra el insomnio
Tan mal se puso que una tarde, haciéndole caso a los prospectos y al galeno, tronó a sapo. El más afectado era el farmacéutico. La esposa se consolaba diciendo que menos mal que lo mandó con el médico oportunamente, si no Romualdo hubiera muerto antes de tiempo.