Raúl Molina

Las disposiciones de la Junta Revolucionaria de Gobierno, integrada por el ciudadano Jorge Toriello, el teniente coronel Jacobo Árbenz y el mayor Francisco Javier Arana son aleccionadoras. El primer hecho significativo: no hubo violencia contra los vencidos. Los muertos de la Revolución ocurrieron durante las acciones bélicas; no con paredones de fusilamiento o venganzas en noches de exterminio. En reconocimiento al papel de los universitarios, se decretó la autonomía universitaria, dejando el gobierno de San Carlos en las manos de profesores, profesionales y alumnos. Hoy se celebra dicha autonomía, más con la Chalana y tragos el primero de diciembre que como una afirmación del carácter independiente del poder político que debe gozar el trabajo académico. Por ello, las propias autoridades universitarias han violado la autonomía y no digamos la Corte de (In) Constitucionalidad. Igualmente, Otto Pérez pretende hoy que FLACSO, una institución académica, se convierta en un instrumento a su servicio. La autonomía del pensamiento crítico es una conquista de la Revolución de 1944 que muchos militares y políticos de derecha sueñan con erradicar.

En los golpes de Estado, los nuevos dirigentes se engolosinan con el poder y dejan transcurrir mucho tiempo, supuestamente para garantizar la consolidación del nuevo orden, antes de las elecciones. En el caso de la Revolución de Octubre, se dio prioridad a la redacción de la Constitución, para que sirviera de marco jurídico a los cambios impostergables que se iban a lograr. Con la misma celeridad se estableció el orden electoral que permitiera elecciones libres e imparciales. Realizada la consulta popular, más del 85% de los electores se decidieron a favor de Juan José Arévalo y le otorgaron el mandato de seis años para hacer efectivas las promesas revolucionarias. Su desempeño, fiel a su mandato, como lo veremos, lo hicieron ser figura política favorecida por grandes mayorías. Por ello, luego del derrocamiento de Árbenz en 1954 y la tragedia contrarrevolucionaria causada por el imperialismo y los sectores de poder político y económico, el golpe del ejército en 1963, dirigido por Peralta Azurdia, tuvo como objetivo evitar el retorno de Arévalo y hundir al país en la vorágine contrainsurgente. Ni siquiera su “socialismo espiritual” fue tolerado por los sectores dominantes.

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