Eduardo Villatoro

Hoy incurro en una excepción, estimulado por el artículo del pasado lunes de Óscar Clemente Marroquín, quien al referirse a la confirmación de uno de sus nietos, conforme el rito de la Iglesia Católica, aludió a la prédica del obispo Rodolfo Mendoza que versó sobre la conducta de muchos o algunos de los fieles de esa religión que al salir del templo persisten en conductas totalmente ajenas a la esencia del cristianismo, prosiguiendo con prácticas de discriminación, violencia, corrupción y otros comportamientos que contribuyen a la degradación social.

Fenómeno semejante he percibido en el proceder de indefinido número de evangélicos, bajo la cobertura de pastores que en vez de exponer sermones respaldados en la doctrina bíblica y casi sin utilizar el libro sagrado, se dedican a pregonar temas de motivación personal para apoyar su particular visión del cristianismo, que radica en la extremada voracidad del neoliberalismo en su expresión protestante, al proclamar la llamada Teología de la Prosperidad, que enfatiza que los evangélicos están predestinados a enriquecerse porque los hijos de un rey, en este caso Dios Omnipotente, no pueden ser pobres.

Cierto día le indiqué a un pastor que sustenta esa corriente que conociendo él la historia del apóstol Pablo, debería saber que este siervo no dejó de trabajar en su oficio de tejedor de redes de pescar, habiendo descrito las penurias y peligros que padeció: azotado, apedreado, en medio de fatigas y desvelos, con hambre y sed, con frío y desnudez (2ª.Cor. 11: 27), así como asentó: Sé vivir humildemente y sé tener abundancia… estoy enseñado para estar saciado y para tener hambre, tener abundancia como padecer necesidad (Filipenses 4:12).

Cuando el Señor Jesús predicó: “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (San Lucas 6:20), no estaba condenando a los cristianos a soportar resignadamente la pobreza; pero jamás exaltó perseguir el enriquecimiento personal como propósito fundamental, puesto que preceptuó: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas” (San Mateo 6:33).

Los fieles de esa teología se deslumbran ante las alocuciones de sus predicadores o motivadores; pero pronto les abandona la euforia emocional, sin haber escuchado la esencia del cristianismo y de su ideal conducta cotidiana, retornando a su vida rutinaria y a sus prácticas “mundanas”.

Les ocurre como a los católicos a los que aludió el obispo Mendoza, que “Han dejado de ser sal y luz para un mundo que cada día requiere de vidas que sean testimonio de una fe que reclama compromisos”, para que los cristianos seamos coherentes entre la tesis y la praxis de nuestras creencias religiosas.

(El seminarista Romualdo Tishudo cita este pensamiento: -Para los que creen en Dios ninguna explicación es necesaria; para los que no creen en Dios ninguna explicación es posible).

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