Eduardo Villatoro

Sin embargo, se fueron apaciguando los ánimos de exagerado optimismo, porque ocurre después de muchos años de comentarse abiertamente que el acusado de complicidad o autoría del asesinato cometido contra el obispo Juan Gerardi, calificado como crimen de Estado, ha sido el virtual administrador del centro preventivo de la zona 18 con ramales en otras cárceles del país, incluso de máxima seguridad, aunque finalmente ha sido atrapado, enmudecido y expuesto públicamente como el rufián que encabeza una banda criminal desde la prisión y contando en calidad de cómplices si no es que de subordinados a los más altos funcionarios de presidios.

Todo movería a pensar que atacaron a Lima Oliva en la yugular y que con el desmantelamiento de la cuadrilla que lideraba se ha resuelto la grave crisis de corrupción y delincuencia común en el seno del régimen de prisiones; pero volviendo a la realidad después del impacto noticioso, aunque sin demeritar las acciones ejecutadas por el MP, la CICIG y el Mingob, es de temerse que muy pronto –si no es que ya se operó el relevo– otro grupo sustituirá al clan de Lima Oliva, Edgar Camargo y compañía ilimitada, porque las raíces del frondoso árbol que ampara a delincuentes purgando condenas no han sido arrancadas.

Hasta el momento de apuntar estas notas (noche del miércoles) se ignora si se han descubierto evidencias precisas respecto a los vínculos que podrían tener esos personajes con cientos o miles de extorsionistas encarcelados, especialmente jefes de mareros que imponen sus órdenes desde las prisiones para amenazar, intimidar, secuestrar, asesinar, desmembrar a una dispersa multitud de honradas, modestas y sencillas familias guatemaltecas, a fin de lograr una precaria esperanza de vivir diariamente sin la terrible desesperación que implica la duda de retornar a casa.

Transcurrirán días o semanas para establecer cuál es la real efectividad de esta operación contra el crimen organizado en el Sistema Penitenciario, porque meditando sensatamente, detrás de la revelación de la existencia y funcionamiento de esa pandilla subyacen asuntos, intereses y objetivos que desconocemos, pero que Lima Oliva sabe, y que podría tener ramificaciones políticas, militares y empresariales, que afectaría a actores de relevancia del escenario nacional, al grado que se actualizaría el aún misterioso crimen que costó la vida del obispo Gerardi, como si se hurgara en una bodega oscura de la cual pudiese salir a luz completamente la verdad adormecida.

(La madre del convicto marero Romualdo Tishudo le pregunta a su nuera: -¿Por qué mi nieto no se parece a mi hijo? La extorsionista responde: -No sé…Yo tengo vagina, no fotocopiadora).

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