Luis Fernández Molina

Su juramento por la patria debe estar presente cada vez que votan para aprobar una ley. Más allá del análisis en la respectiva Comisión (de hace 5 años) y tratándose de una ley tan sensible y tan técnica ¿hubo algún debate en el pleno? ¿formuló pregunta alguno de los diputados? ¿se abrió a debate o socializó el tema? No lo hicieron antes y ahora se desbordan las opiniones porque trataron el tema como si fueran asuntos particulares o contubernios de una cofradía. En adición, y para mayor inri de lo anterior, la inclusión del artículo 46 más que una aberración es muestra de cinismo. Literalmente zamparon ese artículo que se refiere al presupuesto.
En cuanto a la Ley se evidencia la enciclopédica ignorancia y ciego dogmatismo de algunos grupos de la sociedad (muchos discuten sin haber leído o entendido el decreto). Digo ello porque en la Ley hay ciertamente aspectos positivos y negativos que los respectivos detractores exageran u omiten. En efecto, cabe destacar entre los pocos aspectos positivos el hecho de que Guatemala debe insertarse en el concierto de naciones que se rige por una normativa internacional que permita el libre comercio y el respeto a los derechos; a ello se suma el compromiso de juego limpio que ratificamos con nuestros socios comerciales en los respectivos tratados (Estados Unidos y Europa). Tenemos relaciones con casi todos los países del mundo y nuestra economía depende del comercio exterior; por eso pertenecemos a la Organización Mundial de Comercio (OMC), Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) y hemos suscrito muchos otros convenios internacionales.

En el fondo la ley se refiere a la propiedad intelectual, de las patentes y de los avances tecnológicos que se protegen (es ley de “protección”). Como en los inventos o creaciones (artísticas, musicales, publicitarias, fotos, etc.) se premia el ingenio –o la suerte– de quienes inscriben los nuevos productos o sistemas. Con el estímulo de ese premio (utilidades) muchos promotores ponen a funcionar sus neuronas o invierten mucho dinero en la investigación y cuando surge un nuevo producto lo resguardan a través de las patentes. Vivimos en un mundo de patentes y franquicias (comidas rápidas, ropa, cosméticos). Que no se respetan las patentes, los programas digitales o las películas por ejemplo, es un tema diferente que debe analizarse por separado.

Hace algunas décadas se pregonaba la llamada “revolución verde” que celebraba la creación de cereales, especialmente trigo y arroz, cuya semilla duplicaba la producción y era resistente a sequías. La evolución natural produce constantemente mutaciones (que toman siglos) pero desde la interacción de los humanos se han acelerado los cambios inducidos; al principio de manera simple por selección de los mejores productos o por meros cruces como las muy variadas razas de perros, los perotes (mezcla de pera y manzana), las variantes de aguacate (Hass, Booth, Chiquinquirá), las semillas mejoradas (o certificadas) de tantos vegetales o del ICTA, entre millares de etcéteras. Pero los avances en genética y nanotecnología de los últimos años han permitido una mayor manipulación de material genético y allí se abre la Caja de Pandora con un horizonte ilimitado de posibilidades en cuanto a vegetales y animales (igualmente es otro tema el posible peligro de esas manipulaciones). (Continuará).

Artículo anteriorSolvencia moral
Artículo siguienteAmatitlán: Un problema de huevos, fósforo y detergentes