Eduardo Villatoro

Digo que constantemente me propongo no pensar en el futuro inmediato, a corto alcance ni menos a largo plazo, en lo que atañe a lo que me resta de vida, en lo atinente al porvenir colectivo de Guatemala; pero básicamente en lo que concierne al destino de mis nietos y sus descendientes, de cara a lo que actualmente acontece en casi todos los órdenes de la vida en sociedad, comenzando con informaciones que diariamente vierten los diarios impresos.

Podría saturar este pequeño espacio con un apretado resumen noticioso correspondiente a solo un día, en que sobresalen asesinatos, homicidios, asaltos, robos, violaciones y extorsiones, o en explayarme en torno a las trampas, extorsiones, chantajes, sobornos y toda clase perversidades administrativas que se atribuyen a funcionarios de indistinto escalafón, desde la cúspide gubernamental hasta ínfimos grados de la burocracia, porque Guatemala se ha convertido en un depravado mosaico en el que la corrupción se ha extendido al extremo que es difícil encontrar un ambiente del putrefacto edificio estatal en el que no apeste a podredumbre moral y ética.

El pasado jueves, por ejemplo, me impresionó, aunque ya casi nada es capaz de asombrarme, el contenido de un extenso y documentado reportaje de la periodista Paolina Albani, aquí en La Hora, que sólo con leer el titular me estremeció: “Desde el 2008 el lago de Amatitlán recibió desechos que equivalen a 28 mil 300 camiones de volteo”.

Ese reporte periodístico podría reflejar la mayoría de los vicios individuales y colectivos que demuestran la irresponsabilidad, insensatez, desvergüenza, criminalidad y muchas otras conductas envilecidas de los guatemaltecos, desde la óptica puramente personal, hasta la perspectiva institucional, porque la desenfrenada contaminación de ese lago tan cercano a la capital donde se adoptan las decisiones más importantes de la nación, están embarrados compatriotas de todas las edades, clases sociales, estratos económicos, tendencias políticas, creencias religiosas y, naturalmente, socios, propietarios o representantes de multiplicidad de empresas industriales, comerciales y de servicios, sin omitir, desde luego, a autoridades, funcionarios y empleados de todo rango.

(El asqueado Romualdo Tishudo me dice: -Sólo es una muestra de lo que somos capaces de hacer y proceder la mayoría de los guatemaltecos, indiscriminadamente).

Artículo anteriorSalario mínimo… ¿digno?
Artículo siguienteNo hay peor ciego…