Y vemos por ejemplo que hay un grupo de partidos políticos en que los líderes no se preocupan por la propuesta de transformación del país, sino que están empecinados en conseguir los millones de quetzales de los financistas para poder hacer una campaña ganadora y acceder al “botín” del Estado. Mientras tanto, no reciben el castigo de haber sido irrespetuosos ante un electorado que les permite proselitismo fuera de tiempo y prácticas que, evidentemente, muestran que su interés es el poder y la plata más que enfrentar los grandes males con que vivimos.
Igual nos sucede con la corrupción en la que conocemos a los millonarios que del sector privado y funcionarios públicos nutren sus cuentas de las arcas del Estado, consiguen contratos o concesiones irregulares, sobrevaloran productos o simplemente evaden al fisco sin consecuencia alguna. Y los vecinos, callados, los ven disfrutar de su “exitosa” vida mientras los centros de salud siguen sin medicamentos y las escuelas sin pupitres.
Nos hemos acostumbrado a la impunidad a la que nos somete una Justicia maniatada y pareciera que la batalla puede que sea muy grande y no vale la pena hacerla. Pero no entendemos que esa impunidad es el monstruo que por proteger a los corruptos nos ha debilitado los principios y nos convierte en tolerantes con la violencia y el crimen organizado. Y es entonces donde nos damos cuenta el daño que se hizo cuando los centros educativos ocultaron hechos que demostraban que se hace patria al actuar conforme los principios sin importar las consecuencias que resultaran del deber cumplido.
Celebramos por eso la actitud de la Compañía de Caballeros Cadetes que hoy, hace 60 años, olvidaron que eran adolescentes para ir a luchar como hombres por el honor de la patria. Aquellos jóvenes que se hicieron presentes en los campos del Roosevelt y que fueron testigos del sacrificio que hicieron con su propia vida Jorge Luis Araneda, Luis Antonio Bosch Castro, Carlos Hurtarte y el soldado Lázaro Anselmo Yucuté.
Cuánta falta nos hace un abanderado que con la dignidad y el orgullo de Araneda, asuma la responsabilidad de custodiar el Pabellón Nacional. Cuánta falta nos hacen aquellos principios.