Eduardo Villatoro
Naturalmente que usted se habrá percatado que me refiero a la carátula de Prensa Libre del pasado martes, por lo que a estas alturas y en vista de la premura informativa de otros acontecimientos, el impacto provocado se ha disipado en la siempre olvidadiza memoria colectiva de los guatemaltecos; pero en lo que a mí respecta me remontó a principios del actual régimen, cuando inicialmente fue llamado para asumir la titularidad del Ministerio de Salud Pública el bien comedido radiólogo Francisco Arredondo, quien habituado al orden y la disciplina propia de un médico de caché y al manejo impecable de sus empresas privadas, presumo que por poco sufre un vahído cuando se enfrentó al caos, el hurto de medicamentos, la negligencia de facultativos acostumbrados a la anarquía, al chantaje de dirigentes sindicales y a la galopante corrupción en todas las esferas de esa cartera ministerial.
Antes que le atacara un colapso cardiaco, renunció.
El Gobierno designó de urgencia a un médico fogueado en esos menesteres rutinarios en el área de Salud. Venía o lo habían echado de la dirección del hospital Roosevelt, señalado de cometer notorias irregularidades y hasta acusado penalmente de un caso que prontamente fue sepultado por expedientes judiciales, pero contaba con el recuerdo de una amiga de la infancia en la periférica colonia Primero de Julio, devenida en Vicepresidenta de la República, de tal suerte que al no contar con el aparentemente imprescindible finiquito, sólo fue un olvidadizo tropiezo enmendado por las argucias que concede graciosamente la influencia política, tan maliciosamente vilipendiada.
Al contrario de su predecesor, el ministro Jorge Villavicencio no se arrugó ante las anomalías que pululan como pulgas en cobijas de infeliz paciente durmiendo en pasillos de emergencias hospitalarias, y ni se dio por enterado de las denuncias de corrupción en el Ministerio que comenzó a dirigir con la diligencia que le caracteriza, haciéndole ojo pache a las nuevas sindicaciones públicas sobre acciones de cohecho, soborno y otras minucias que algunos periodistas sensacionalistas pretendieron magnificar.
Aunque se incrementaron las informaciones acerca de esos fenómenos inherentes al excelente modelo democrático de Guatemala, al hacerse palpable la escasez de medicamentos, la sobrepoblación en los hospitales, la compra de medicinas sin licitación y a precios mayores del mercado, el ministro Villavicencio permanecía impertérrito, con la confianza que le otorgaba una añeja amistad blindada a prueba de sacrificios y sinsabores. No hay que extrañarse, entonces, de los resultados de una fiel camaradería.
(El asesor ministerial Romualdo Tishudo le pregunta al titular de la cartera: – ¿Qué es peor, la ignorancia o el desinterés por la salud? –Pues ni lo sé ni me importa, replica).