Eduardo Villatoro

Conforme ha ido transcurriendo el tiempo desde que se inició el llamado período de gobiernos democráticos, por identificar de alguna forma a los mandatarios que asumieron sus cargos como resultado de presuntas elecciones populares, yo me he ido convirtiendo en un escéptico en lo que atañe al mecanismo o procedimiento que utilizan los partidos políticos para imponer a sus candidatos, por razones que he argumentado reiteradamente y con base en la realidad, y también me he negado a participar en calidad de frustrado elector en los comicios que se realizan cada cuatro años, para no convalidar con mi inútil voto el engaño, la hipocresía, el filibusterismo, la vesania y demás elementos perversos que ya son inherentes de las organizaciones partidarias y de los propios eventos electorales.

Adicionalmente, he sostenido que los guatemaltecos no podemos avanzar si seguimos sosteniendo un modelo socio-económico tan corrupto en todos los sentidos, de manera que las pretendidas reformas que se realizan o se persiguen efectuar aisladamente en las áreas fiscal, educativa, de salud, del campo o del ámbito que proponen incluso estudiosos, analistas o grupos de personas dignas de crédito y motivadas por su buena fe, ni siquiera me llama la atención, porque en el momento preciso de la etapa del proceso en que necesariamente intervienen políticos devenidos en ignorantes o malvados legisladores, la iniciativa que se haya generado con transparencia, se anega de lastre y brota el ingrediente de la mezquindad, el oportunismo, el chanchullo, pues, para decirlo con precisión y falta de delicadeza.

En este desorden de ideas, no comparto la opinión de que si los guatemaltecos de la llanura simplemente se preocupan porque se limpie de suciedad y se elimine la indecencia en la actividad de las comisiones de postulación, las mugrientas circunstancias se convertirán en panorama límpido y fecundo, precisamente porque más pronto que tarde surgirán las garras de rapiña de los políticos de todo signo que están al acecho para provecho personal o de grupo.

De ahí que reitero que ni las pusilánimes modificaciones a la Ley Electoral y de Partidos Políticos que esperan nada menos la aprobación del Honorable (¿?), van a provocar un mínimo cambio sustantivo en el desalentador horizonte nacional, como tampoco lo hará cualquier otra remota reforma, porque la solución no radica en parchar pústulas, sino en una total renovación de este modelo putrefacto, contaminante y agotado, y eso solo lo pueden hacer valerosos guatemaltecos dispuestos a desvincularse de la actual casta política.

(El taimado Romualdo Tishudo cita a Edward Murrow: -Una nación de ovejas engendra un gobierno de lobos).

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