Más de 20 obispos de América Latina y el Caribe (LATAM-C) presentarán el próximo 17 de julio Las orientaciones pastorales de las Iglesias Católicas frente a la minería, reafirmando el compromiso de la Iglesia con la justicia social, la protección ecológica y los derechos humanos frente a los conflictos socio-ambientales. Esta orientación pastoral representa la consolidación de una postura clara y directa frente al avance de la minería que, en muchos territorios, ha sido sinónimo de devastación ecológica, despojo territorial, conflicto social y vulneración de la soberanía de los Pueblos.
Las orientaciones pastorales de las Iglesias Católicas frente a la minería en América Latina buscan responder a los impactos socio-ambientales negativos de esta actividad, promoviendo la defensa de los Pueblos, sus territorios, los derechos humanos y la justicia social. Estas orientaciones, elaboradas por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y la Red Iglesias y Minería, instan a la conversión ecológica y a la búsqueda de modelos de desarrollo alternativos al extractivismo minero.
Estas orientaciones pastorales son el resultado de ese proceso de discernimiento frente a la realidad del extractivismo. El documento nace con el objetivo de ofrecer algunas orientaciones para acompañar de manera profética a la vida de las organizaciones de fe en LATAM-C, que están en espacios de conflicto socio-ambiental, como Guatemala.
Las iglesias latinoamericanas anuncian que estas orientaciones pastorales se emiten en fidelidad al Magisterio heredado del Papa Francisco y la Encíclica Laudato Si (2015), reconociendo la urgencia de hacer vida estos postulados, y emite estas recomendaciones que tienen como fuente y fundamento el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia, donde el objetivo es ponerse del lado de las víctimas y los más vulnerables, protegiendo a la Madre Tierra. Cabe recordar que varios Estados de Latinoamérica, como Colombia y Ecuador, reconocen que la naturaleza es un sujeto de Derecho, y le asignan derechos constitucionales.
Estas orientaciones pastorales buscan ser una inspiración para otras iglesias, en respuesta a las situaciones de violencia que se viven entre los pueblos y los territorios que sufren el modelo extractivista depredador.
En la Encíclica Laudato Si, el Papa Francisco realizó una «crítica mordaz del consumismo y el desarrollo irresponsable con un alegato en favor de una acción mundial rápida y unificada para combatir la degradación ambiental y el cambio climático». Además, el Papa subrayó que se trata una encíclica que debe contarse en el Magisterio Social de la Iglesia.
El documento, que contiene las orientaciones pastorales, inicia con una introducción y termina con unas conclusiones. Su contenido medular está dividido en cinco apartados:
1) El clamor de personas empobrecidas y de la Madre Tierra. 2) El extractivismo. 3) La opción de la Iglesia por las comunidades y sus territorios. 4) El fortalecimiento de las Iglesias locales para la conversión ecológica. 5) La relación de la Iglesia con Estados y empresas.
Las orientaciones pastorales parten de un diagnóstico riguroso: en numerosos países de LATAM-C, la minería opera sin controles efectivos, vulnerando Derechos Humanos, desarticulando economías locales e incluso convirtiéndose en catalizadora de conflictos socio-ambientales. Lejos de ser una actividad meramente técnica, la minería aparece como parte de un modelo económico extractivista, que prioriza la ganancia a corto plazo sobre la vida, la biodiversidad y la justicia intergeneracional.
Desde esta perspectiva, las orientaciones pastorales no se limitan a una advertencia moral, son una hoja de ruta para actuar ante el deterioro socio-ambiental. La guía propone que la actividad minera sea reducida, regulada, verdaderamente necesaria y con beneficios comunitarios reales, un concepto que choca con el actual paradigma de extracción ilimitada, donde las empresas, muchas veces extranjeras, operan con privilegios fiscales, impunidad ambiental y complicidad política.
En el primer apartado, relativo al clamor de personas empobrecidas y de la Madre Tierra, la Iglesia de LATAM-C nos advierte que: “Estamos en un momento extremadamente peligroso y los riesgos socio-ambientales alcanzan niveles alarmantes de colapso climático”.
Además, sostiene que “Nos duele el clamor de las comunidades y de las demás criaturas heridas por el avance del extractivismo depredador, especialmente de la minería que devasta, contamina, secuestra el agua y restringe el acceso a los bienes comunes, se apropia de los territorios, sacrifica los modos de vida de las comunidades y se impone como la única alternativa posible al desarrollo”. Con dolor recuerda que, en 2022, más de 177 defensores de la tierra y del medio ambiente fueron asesinados en todo el mundo, de los cuales casi el 90% ocurrió en América Latina.
Sobre este tema, la Iglesia de LATAM-C concluye que “Poniendo en el centro el clamor de los pueblos y de la Madre Tierra, la Iglesia reconoce que muchas de las promesas y garantías de sustentabilidad y desarrollo, con las que los Estados y las empresas mineras obtuvieron la licencia ambiental y social para los proyectos y operaciones extractivas, en realidad son insostenibles y sólo son engaños y disfraces de los intereses corporativos, que encubren los impactos sobre comunidades y territorios, así como las violaciones a los Derechos Humanos y de la Naturaleza”.
En el segundo capítulo, relativo al extractivismo, el documento señala que “Por extractivismo entendemos una desaforada tendencia del sistema económico por convertir en capital los bienes de la naturaleza. La acción de “extraer” la mayor cantidad de materiales en el menor tiempo posible, para convertirlos en materias primas e insumos que la industria utilizará y transformará en productos y servicios que otros comercializarán, la sociedad consumirá y luego la misma naturaleza recibirá en forma de desechos contaminantes, es el circuito consumista que se está generando cada vez con mayor celeridad y riesgo.
Advierte que “Este modelo se ha intensificado y descontrolado aún más al depender ahora de una economía dominada por las finanzas”, y llama a transitar hacia “Una minería esencial, que redefine profundamente el uso de los recursos minerales, limitándolo a lo estrictamente indispensable y con un enfoque centrado en la justicia ecológica y social”, lo cual implica “cambios estructurales en las políticas económicas, la relación con los territorios y la participación de las comunidades afectadas”. Previene que “En definitiva, aumenta el extractivismo, que es una falsa solución y niega la sed de dignidad y respeto de las personas y la garantía de vida para el planeta”.
En relación con la opción de la Iglesia por las comunidades y sus territorios, desarrollada en el tercer apartado, las orientaciones pastorales definen que “La defensa de los modos de vida y derechos al territorio de las comunidades, que la Iglesia asume, está en línea con la visión de la “Economía de Francisco”, que a su vez requiere una conversión del sistema consumista y de descarte, al que nuestras sociedades están sometidas. Junto con la propuesta de transiciones hacia una minería esencial, es necesario adoptar la perspectiva de la “sobriedad feliz”, entendida como “un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo”.
En el cuarto capítulo, el documento desarrolla el fortalecimiento de las Iglesias locales para la conversión ecológica. Al respecto sostiene que “Los tiempos actuales exigen interpretaciones más profundas y renovadas de nuestras narrativas, desde lecturas bíblicas a la luz de la eco-teología hasta la práctica de eco-espiritualidades abiertas al encuentro con la sabiduría y sensibilidades de otros pueblos y culturas. Es muy importante reforzar las organizaciones de la Iglesia en redes territoriales que estén atentas a los desafíos socio-ambientales y abiertas al diálogo ecuménico e interreligioso, a la colaboración con movimientos populares y la academia […]”
En el apartado final, relativo a la relación de la Iglesia con Estados y empresas, las orientaciones pastorales postulan que “Por su vocación y misión, la Iglesia se descubre llamada a ponerse del lado de las víctimas humanas y no humanas, manteniéndose abierta al diálogo institucional junto a ellas, en la búsqueda de justicia, inclusión y el protagonismo de los empobrecidos”.
La Iglesia latinoamericana reitera que “Es responsabilidad del Estado promulgar leyes que garanticen efectivamente los derechos humanos y de la naturaleza, en el marco de sistemas productivos que ofrezcan trabajo y dignidad para todos. Asimismo, es obligación de las empresas respetar las leyes ambientales y también los marcos legales internacionales, que la sociedad civil intenta elevar a niveles vinculantes y tutelados por instituciones independientes”.
Las Iglesias de Latinoamérica y el Caribe, en sus conclusiones, nos exhortan a “Que el grito acallado de los ríos, de los bosques, de las montañas y de los mares inspire nuestra conversión ecológica. Que la sangre derramada de hombres y mujeres en tantos territorios latinoamericanos nos iluminen y nos mantengan unidos en la búsqueda de justicia y en la defensa de la Casa Común, en este continente de la esperanza”.