Desde la Segunda Guerra Mundial (SGM), vivimos los peores tiempos de crisis, incertidumbre, miedo, exclusión y escases. La crisis es multidimensional y tiene para largo. Abarca los ámbitos ambiental, energético, alimentario, bélico, político, económico, social, cultural, sanitario, etc. Se trata de una crisis civilizatoria que, sin alarmismos, ha puesto en duda la sobrevivencia de la especie humana.
Por ello, en el título de esta columna sostenemos que en el mundo sobran guerras, pues los contendientes cuentan con armas nucleares. Ya hay suficientes ojivas atómicas para liquidar varias veces a la humanidad, y pretendemos seguir chateando, viendo videojuegos, Netflix, o cualquier otro entretenimiento. Ese es un tema que las cúpulas del poder, y sus medios de comunicación, no quieren que se ventile. En cualquier red social, si se habla sobre masacres, hambrunas, pandemias o cualquier otra calamidad social hay censura, y cancelan la cuenta o canal.
Las otras tres cuartas partes de la humanidad se debaten en la lucha para sobrevivir, por los conflictos militares o ambientales, por el hambre o las pandemias, por la pobreza, la migración y la exclusión. Carecen de electricidad, de sanidad, de agua, de alimentos, techo, tierra, trabajo o de los elementos vitales más básicos.
Así, mientras el 20% más rico de la humanidad posee el 94% de la riqueza, el restante 80% casi no tiene nada; para colmo, el 2% de los ultrarricos ostenta más bienes que la mitad de la humanidad. Si queremos entender esta pérfida ecuación de manera más fácil, representemos a los 7 mil millones de seres humanos, por cien individuos que nos representen a todos. Las 300 personas más ricas del planeta, que caben en un avión grande, tienen más riquezas que tres mil millones de seres humanos.
La situación del orbe no siempre fue así. Hace apenas 200 años, las naciones más pudientes eran treinta veces más ricas que las naciones más pobres. Al finalizar la era colonialista eran 35 veces más acaudaladas. Hoy son 80 veces más ricas, gracias a un proceso de acumulación exponencial, que ha producido tres mil millones de pobres, en una época en la que la humanidad cuenta con más tecnología, más investigación médica, más comunicaciones, más hospitales, más maestros e, incluso, más alimentos. Como especie, ya llegamos a la luna, y hemos puesto vehículos en Marte, pero aún no ponemos una vacuna, un pan, o un vaso con agua en la boca de cada niño del Tercer Mundo.
Ante esta lacerante realidad cabe preguntarse: ¿Cómo llegamos a este infierno tan desigual? E inmediatamente surgen en nuestras cabezas interrogantes tan básicas como ¿tanta desigualdad e injusticia social provoca las guerras? ¿Y las pandemias? ¿Y el cambio climático? ¿Y las hambrunas? ¿Y las migraciones? ¿Y la deforestación? ¿Y la contaminación? Y, sí, es un hecho incontrovertible que tanta desigualdad e injusticia social provoca la mayoría de males planetarios. Antes de que Ud. corra a ver el fútbol, migre o salga a trabajar, pregúntese ¿qué hacer?
Durante su papado, Jorge Mario Bergoglio propuso tres reivindicaciones básicas, úrbi et órbi (a los cuatro vientos), para comenzar: tierra, techo y trabajo; las llamó las tres T, por su primera letra. Pero no basta; hay que parar la guerra, y él lo sabía, por eso condenó a la industria militar, las confrontaciones bélicas y las masacres, como en Gaza, enfrentándose a Israel, a EE. UU. y a los yihadistas que organizó la CIA, con el aval de Hillary Clinton. En agosto de 2016, en plena campaña electoral, Donald Trump acusó al presidente Barack Obama y a la candidata demócrata, Hillary Clinton, de fundar el Estado Islámico, o ISIS.
En una guerra toda la humanidad pierde. En Ucrania, un pequeño país de Europa del Este, por ejemplo, además de las fuerzas militares de Kiev y Moscú, se confrontan los efectivos de los 32 países de la OTAN, de un lado, y los de Corea del Norte y China por el otro, varios de ellos con armas atómicas.
Como resultado de esta conflagración, Europa se quedó sin el gas ruso, con el que movía su industria y transporte. Actualmente, compra a Washington gas licuado 300% más caro que el de Moscú. Esto ha provocado estancamiento industrial, quiebras masivas, desempleo, recesión, protestas sociales, y le ha cerrado las puertas a la migración africana.
Los empresarios exigen a la Unión Europea/OTAN una renegociación energética con Rusia, quien ya dio su anuencia si cumplen dos condiciones: levantamiento de sanciones y devolución de los activos que le confiscaron en la banca internacional: U$ 300 mil millones. Bruselas, sin embargo, está empeñada en una rearmamentización de 800 mil millones de euros para defenderse de la amenaza rusa.
Además de esta guerra europea, este año se están gestando en Oriente Medio las de Siria, Gaza, Yemen e Irán, que involucran a varios países árabes, Israel y EE. UU., algunos de ellos con ojivas nucleares.
Por otro lado, en Asia Central, India y Pakistán ya están confrontados en un conflicto bélico. La partición de la India en 1947, con la creación de India y Pakistán, fue un evento clave que sentó las bases para este conflicto, que se ha visto agravado por factores como el terrorismo transfronterizo, las disputas por el agua y el uso de armas nucleares.
El ministro de Defensa pakistaní, Jawaja Muhamad Asif, recién confesó en vivo en la cadena de televisión británica Sky News, que el país asiático ha realizado el «trabajo sucio» para EE. UU. y el Reino Unido durante los últimos 30 años, confirmando que las guerras son provocadas por potencias extra regionales, exigiendo que los países del Tercer Mundo pongan los muertos, sufran la destrucción, la exclusión, la pobreza y el hambre.
Como si estas conflagraciones bélicas no fueran suficientes, Donald Trump ha desatado la más intensa guerra comercial desde la Gran Depresión de 1929, imponiendo aranceles a diestra y siniestra, situación que se le ha revertido, y los más connotados analistas económicos anuncian que ha dado inicio la más grande crisis del sistema capitalista.
Se han roto las cadenas productivas y de transporte, comienza a haber escases en los supermercados de EE. UU. por incrementos de precios, los proveedores buscan nuevos mercados, y la ciudadanía reclama las bondades del american dream.
Lo que parecía imposible comienza a configurarse: una insurrección social en EE. UU. que se podría dividir en siete regiones culturales diferenciadas, que incluyen Nueva Inglaterra, el Atlántico Medio, el Sur, el Medio Oeste, el Suroeste, las Montañas del Oeste y el Noroeste del Pacífico. Esta tesis político-antropológica, que hace diez años parecía descabellada, cada día es menos lejana. Tarde o temprano, como todo imperio, EE. UU. entrará en decadencia y se desmoronará, de forma progresiva o violenta, pero no perdurará eternamente.
Lo grave es que los políticos imperiales, desde hace siglos, consideran que no hay mejor forma de paliar una crisis sociopolítica que iniciar una guerra. Y para eso, EE. UU. se pinta, pues a lo largo de su historia, se ha visto involucrado en más de 131 conflictos militares, tanto internos como externos, de los cuales cinco siguen en curso.
Hoy día, defender la paz es allanar la ruta para el desarrollo, la justicia social, las suficiencias energética y alimentaria, el cuidado de la Casa Común, el humanismo, la democracia y un futuro viable para el homo sapiens, al que le sobra belicosidad y le falta sabiduría.
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