El presidente electo de los Estados Unidos de América, Donald Trump, recién ha declarado que “nunca hemos estado tan cerca de la Tercera Guerra Mundial como lo estamos hoy bajo Joe Biden. […] Un conflicto armado entre potencias nucleares significaría una muerte y destrucción a una escala nunca antes vista. Sería un Armagedón nuclear. […] Nada es más importante que evitar esta pesadilla.”
Las citadas declaraciones se dan en el contexto de la autorización, el pasado domingo 17 de noviembre, del presidente Joe Biden a Volodomir Zelensky, para atacar la región rusa de Kursk, con misiles ATACMS, de largo alcance, fabricados y suministrados por EE. UU. a la OTAN, a dos meses de dejar el cargo, después de una aplastante derrota electoral. Inmediatamente, el mandatario ucraniano, en referencia a su plan de paz mediante la fuerza, declaró que las guerras no se ganan con palabras, sino que serán los misiles quienes hablarán. Obvia que Moscú tiene una capacidad misilística muy superior para responderle, y que todo apunta a que se podría establecer un diálogo apocalíptico de destrucción y muerte, en el que la población civil de ambos países pagará un costo muy alto.
Analistas prodemócratas argumentan que la decisión de Biden se da por tres razones: por el masivo ataque de 120 misiles y 90 drones rusos en Ucrania, ese mismo día; por el despliegue de Corea del Norte de unos diez mil soldados en Kursk, en apoyo a Moscú; y para evitar la eminente derrota de Ucrania en esta guerra de quinta generación, en la que participan Ucrania, Rusia, Corea del Norte y los 30 países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), sin obviar la incidencia del complejo militar industrial y de los fondos buitre que, como Black Rock, tienen hipotecadas las vastas llanuras ucranianas, de las más fértiles de Europa.
En contrapartida, analistas y medios pro republicanos sostienen que la autorización de Biden, una vez finalizadas las elecciones, busca invalidar la estrategia militar planteada por Donald Trump, de frenar la guerra en Ucrania en dos días, y encontrar una solución negociada. Obvian decir que el propósito ulterior del presidente electo es distanciarse de la OTAN, para concentrar esfuerzos, recursos y armas para frenar el crecimiento económico y militar de China. Para tal efecto, reforzará la presencia de EE. UU. en la zona Asia-Pacífico.
Trump no ha sido explícito sobre cómo frenará la conflagración bélica en Ucrania, pero su Vicepresidente electo, J.D. Vance, sí ha propuesto que para alcanzar un acuerdo político y frenar la guerra, Kiev debe aceptar las tres principales condiciones que Moscú exige: ceder los territorios conquistados por Rusia, no incorporar a Ucrania a la OTAN, y no desarrollar armamentos nucleares en ese país.
Cabe destacar que, en términos estratégicos, el uso de los misiles ATACMS con un alcance de 300 Kms., no cambiará el curso de la guerra pues, siendo Rusia el país más grande del mundo, cuenta con una inmensa retaguardia hacia donde puede trasladar su infraestructura bélica. En contrapartida, la respuesta rusa será devastadora, y asolará las vías de comunicación y la ya dañada infraestructura eléctrica ucraniana, a la entrada del invierno, pudiendo dejarles a oscuras y sin calefacción.
Hace pocos días, el canciller alemán, Olaf Scholz, se comunicó telefónicamente con Vladimir Putin, para explorar una solución negociada a una guerra que ninguna de los contendientes puede ganar, y para evitar el Armagedón nuclear que Trump refiere, término bíblico que varias religiones y culturas emplean para referirse al fin del mundo. Con tal postura, Scholz se distancia de la estrategia atlantista, pues Alemania ha pagado un precio muy alto por apoyar a Kiev, en los ámbitos económico, energético y político, al grado que la coalición de gobierno se desintegró, y el canciller tuvo que llamar a elecciones anticipadas.
Tras casi mil días de guerra y más de un millón de víctimas, entre muertos y heridos de ambos bandos, y en el escenario de conflagración nuclear que se ha conformado, ha llevado a Vladimir Putin a fijar una postura categórica, que cambia la doctrina nuclear rusa: cualquier ataque a Rusia por algún país no nuclear que reciba apoyo de uno o varios aliados con capacidad atómica, será interpretado como una declaración de guerra conjunta, y todos sufrirán las consecuencias de una retaliación nuclear de Moscú.
Como hemos planteado en esta columna desde hace dos años, en Ucrania se está librando una guerra de quinta generación; es una guerra que se enfoca particularmente en la lucha en el escenario cognitivo de las masas. Se trata de una manipulación directa del ser humano a través de su parte neurológica. Teléfonos, computadores, televisores y radios están inundados de bulos, fake-news o medias verdades, para preparar el ánimo de la humanidad ante una conflagración a gran escala, con combates reales y miles de muertos, y ahora frente a una confrontación nuclear.
Con el triunfo electoral de Donald Trump el escenario geoestratégico descrito se ha desconfigurado para Ucrania y, previsiblemente, se reconfigurará en el estrecho de Taiwán, en el Mar de China. Por su parte, Beijing ha condenado la autorización de Joe Biden, señalando que agravará un conflicto en el que China no ha apoyado a ninguno de los contendientes, y llamó a negociar un armisticio.
El martes por la noche, mientras terminaba de escribir esta columna, el Ministerio de Defensa de Rusia informó que Ucrania disparó seis misiles ATACMS, contra la región rusa de Briansk. Según la versión oficial, cinco de los misiles fueron interceptados por las defensas antiaéreas, mientras que el sexto fue interceptado antes de impactar. Los fragmentos del misil derribado cayeron en una instalación militar, lo que provocó un incendio que no causó daños significativos ni víctimas.
Asistimos a la desintegración del orden internacional creado al final de la Guerra Fría, y averiguaremos a un alto costo las consecuencias en los ámbitos político, de seguridad y defensa europeas.
Como todas las guerras, la de Ucrania es un conflicto en el que la ciudadanía de los adversarios paga con vidas y sangre el costo de decisiones político-militares, tomadas por funcionarios y empresarios que nunca sufren en las trincheras las consecuencias de la ambición desmedida y del belicismo miope, que puede llevar a la humanidad a la Tercera Guerra Mundial. Ojalá que prime la cordura, y que se encuentre una solución diplomática.