El magnate Donald Trump ganó las elecciones presidenciales de EE.UU. con carro lleno, y ahora entrará en un período de transición de dos meses como presidente electo.
Está previsto que el Congreso se reunirá el 6 de enero de 2025 para contar los resultados del Colegio Electoral y para que Trump jure el cargo dos semanas después, el 20 de enero. El mandato de los presidentes debe comenzar ese día, según el calendario de sucesión presidencial establecido por la Constitución de Estados Unidos.
No es fácil ni seguro elaborar un análisis político certero de un proceso que se desarrollará en los próximos cuatro años, y no se sabe con seguridad como concluirá. Pero el periodismo de opinión tiene como uno de sus objetivos primordiales prever cómo se desarrollarán los fenómenos socios políticos, a partir de analizar sus antecedentes, sus características, sus actores, sus contradicciones, y sus adversarios. Ese es el esfuerzo que pretendo desarrollar en esta columna, advirtiendo que se trata de un análisis preliminar, y que muchos de los ejes analizados tendrán variaciones importantes, especialmente cuando se abordan factores tan dinámicos como la guerra en Medio Oriente o el cambio climático.
Por razones de método y de espacio, solamente abordaré algunos temas sobre los cuales hay suficiente información, y que tienen un nivel de desarrollo que permite prever su evolución y resultados preliminares.
En primer término, hay que analizar qué es y cómo se desarrollará el trumpismo, la base social que le permitió ganar el voto popular a Trump, y legitimará sus decisiones económicas, políticas, sociales y militares. El expresidente obtuvo el 51% del voto popular, logro que un candidato republicano no obtenía desde hace 20 años. Además, superó a Kamala Harris por más de 5 millones de votos populares.
El movimiento Make America Great Again (MAGA, por sus siglas en inglés) –Hacer grande de nuevo a Estados Unidos– en torno a Donald Trump, demostró tener mucho más éxito a la hora de captar tanto las instituciones del Partido Republicano, como el apoyo de la corriente dominante, alcanzando más de 71 millones de sufragios. La estrategia dominante consistió en dar todo el poder a los distritos electorales. Esta estrategia, impulsada desde 2020 por un abogado de seguros de Wisconsin, llamado Dan Schultz, es bastante simple: acumular triunfos en los precintos, hacer que los presidentes MAGA sean elegidos, controlar el aparato administrativo, purgar a cualquiera que no apoye, y luego negarse a reconocer las victorias de los candidatos no MAGA.
Steve Bannon, ideólogo del MAGA, explica que los republicanos son ahora realmente dos partidos en uno: un partido de la élite de los grandes intereses corporativos y un partido de la clase trabajadora de los intereses sociales. Estos intereses son irreconciliables. MAGA, según Bannon, es la mayoría de la clase trabajadora cohesionándose en masa en su lugar natural, contra los multimillonarios favorables a la liberalización del comercio, como Elon Musk, quien aportó unos dos mil millones de dólares a la campaña trumpista.
La base social de MAGA, cantidades enormes de fondos, y una campaña bien aspectada hacia las capas medias y a los trabajadores, permitió a los republicanos obtener 295 de los 538 votos de los colegios electorales, ganar el Senado, y alcanzar 216 escaños en la Cámara de Representantes, frente a los 207 demócratas, hasta ayer por la noche. Necesitan 218 escaños para obtener mayoría cameral.
En el pasado reciente, ningún presidente acumuló tal cantidad de poder político y social, factor que le permitirá a Trump impulsar cinco políticas consideradas casi imposibles, que él ya anunció: enfrentar y erradicar al Estado Profundo (Deep State), las estructuras de poder fáctico, económico, político y militar, enquistadas en el Ejecutivo, el Legislativo, Judicial y en las fuerzas armadas, para recuperar el control del Estado.
En segundo lugar, frenar la guerra de Ucrania y distanciarse de la OTAN, para concentrar esfuerzos, recursos y armas para frenar el crecimiento económico y militar de China. Para tal efecto, reforzará la presencia de EE.UU. en la zona Asia-Pacífico. Todo ello, sin reducir el apoyo incondicional a las políticas económicas y militares de Israel, en el Medio Oriente, como lo hizo en su primera administración.
En tercer lugar, impulsar políticas arancelarias proteccionistas, principalmente contra China, para lograr inversiones y crecimiento industrial en zonas depauperadas de EE.UU., tratando de aumentar el empleo y bajar la inflación.
En cuarto lugar, redefinir la política exterior de EE.UU., distanciándose de la ONU, del multilateralismo, y de las políticas ambientales que impliquen limitaciones al gran capital. En ese contexto, América Latina y el Caribe deben prepararse para enfrentar políticas conservadoras en materia migratoria, energética, ambiental, de género y sobre derechos de la comunidad LGBTIQ. La agenda 20-30 no tendrá apoyo y será objetada firmemente.
En quinto lugar, impulsar una agresiva política anti migratoria, presionando a los países de tránsito (México y C.A.), utilizando medidas económicas, políticas y militares. La política de deportaciones causará efectos negativos en la economía de Estados Unidos, que irían desde el elevado costo de expulsión, hasta una caída en la oferta de mano de obra, menor consumo y debilitamiento de los ingresos fiscales destinados a programas federales.
Según varios centros de análisis conservadores, como la Fundación Rand, el impulso de las dos primeras políticas podría implicarle a Trump atentados, y la promoción de levantamientos populares por la crisis económica.
Todo lo anterior tendrá un efecto negativo para Guatemala, ya que afectará los flujos migratorios, que atenúan la presión social, y el envío de remesas, que ya alcanza el 20% del PIB, constituyendo el principal ingreso de divisas, que evita el colapso de la economía nacional.
Analizando a los personajes que Donald Trump ya ha nombrado para su gabinete, como el senador Marco Rubio para Relaciones Exteriores, es previsible que las políticas de diálogo sean sustituidas por políticas de fuerza, y por presiones económicas de todo tipo.
Cabe recordar que entre el diseño de una política y su aplicación, hay una gran distancia. Así, por ejemplo, las políticas regresivas en materia ambiental agravarán el cambio climático, que provoca hambrunas y desastres naturales, todo lo cual podría implicar flujos migratorios masivos hacia Estados Unidos de América.
Al análisis anterior, habría que adicionar las crisis monetaria, energética, sanitaria y alimentaria, que amenazan con hacer del orbe un gran pandemonio, otra vez.