En medio de un gran debate, y tal como lo vaticinaron la mayoría de encuestas, Donald Trump ganó la presidencia de los Estados Unidos de América, y los republicanos triunfaron en las elecciones por el Congreso y por el Senado de la potencia del norte.
Escribo esta columna en la madrugada del miércoles 6 de noviembre, cuando aún no hay datos electorales definitivos, pero el porcentaje de votos populares contabilizados, así como los votos de los colegios electorales adjudicados, permite sostener el triunfo del expresidente.
Corresponde recordar que las elecciones presidenciales en EE.UU. no se realizan de manera directa. Ayer, los electores no votaron por Donald Trump ni por Kamala Harris, sino por los representantes de Colegios Electorales Estatales de cada partido, quienes dan su voto por uno u otro candidato. El triunfador(a) debe asegurar 270 sufragios electorales para ganar la presidencia. Dependiendo del número de habitantes, a cada Estado se le asigna un número determinado de sufragios electorales, y estos pueden dividirse entre los dos candidatos contendientes. La mayoría de Estados vota históricamente por republicanos o por demócratas, salvo siete, llamados Estados bisagra, que definen la elección cada cuatro años.
Por esta compleja mecánica electoral, en esta elección, Pensilvania se convirtió en el Estado clave que definió el triunfo. Cuando finalicé mi artículo, ya se había contabilizado el 95% de los votos de ese Estado, y se le adjudicaba el triunfo a Trump, incluso por medios de comunicación rusos como Sputnik.
Asimismo, en EE.UU. los ciudadanos registrados pueden votar anticipadamente o por correo. El 5 de noviembre, un poco más de la mitad de los electores ya había sufragado mediante una de estas dos modalidades, por lo cual se pudieron hacer proyecciones electorales creíbles. En la potencia del norte no es prohibido hacer encuestas a boca de urna, entrevistando a los votantes al salir de las casillas, por lo cual se cuenta con otro instrumento que facilita las proyecciones comiciales. Además, esperé hasta que Donald Trump dio su discurso público, declarándose como vencedor de las elecciones, con 277 sufragios electorales, mientras que Kamala Harris no quiso dar declaraciones, aduciendo que hay que esperar a que finalice el conteo de votos. Explico estos extremos, para demostrar que el título de mi columna es una aseveración que tiene fundamento.
Los resultados mencionados contradicen las previsiones de que Trump ganaría por un muy estrecho margen, pues triunfó en los Colegios Electorales, arrasó en el voto popular, y tendrá mayoría republicana tanto en el Senado como en el Congreso. Además, la Corte Suprema de Justicia le es favorable y, próximamente, podrá nombrar a dos nuevos magistrados, para sustituir a los que finalizan su periodo. Con todo ello se garantiza la gobernabilidad de EE.UU., acumulando una cuota de poder excepcional, que ningún otro presidente ha tenido en el pasado reciente.
Cuatro fueron los temas que primaron durante las elecciones, y que definieron el triunfo electoral. En primer lugar, la economía, que se contrajo con la pandemia, y redujo en un 30% el poder adquisitivo de los ciudadanos, debido a la inflación. Con dos o tres ideas simples, que repitió machaconamente durante la campaña, convenció a los electores que él sí resolvería este asunto, y revitalizaría el crecimiento económico, promoviendo nuevamente la industria y las manufacturas, apoyando a las industrias estadounidenses y gravando las importaciones, especialmente las chinas.
El segundo tema fue el de la emigración y la seguridad fronteriza, ofreciendo que frenaría el flujo de migrantes ilegales, amenazando a México que si no frena el flujo de ilegales, le impondrá severas sanciones económicas. Además, anunció que impulsará las mayores deportaciones de la historia de EE.UU. Curiosamente, estos ofrecimientos le representaron un incremento significativo de apoyo electoral entre los latinos, quienes no quieren competencia laboral, evidenciando la fragilidad actual de la solidaridad étnica y cultural entre los migrantes.
El tercer tema de interés electoral fue el de las guerras, que sangran la economía estadounidense, afectando el nivel de vida del ciudadano trabajador. Al respecto, desde hace un buen tiempo anunció que frenaría la guerra en Ucrania, que dejaría de financiar a la OTAN, y que negociaría la paz con Vladimir Putin, lo que tiene muy preocupado a los gobiernos europeos.
El cuarto tema es el de la agenda ambiental y, particularmente, la energía verde. Con voz cansina, al proclamarse vencedor, anunció que promoverá la industria gasera y petrolera, incluyendo el fraking.
En ese contexto, América Latina y el Caribe deben prepararse para enfrentar políticas conservadoras en materia migratoria, energética, ambiental, de género y sobre derechos de la comunidad LGBTIQ. La agenda 20-30 no tendrá apoyo y será objetada firmemente.
La disputa por el litio será otro asunto de controversia, principalmente con Bolivia y México, máxime considerando que su principal asesor económico es Elon Musk, dueño de Tesla y otras industrias que requieren del llamado oro blanco.
Los gobiernos y partidos conservadores del continente se frotan las manos, convencidos que encontrarán apoyo durante la administración Trump, pero el presidente electo es impredecible, y ya anunció que si los empresarios latinoamericanos quieren acceder con sus productos al mercado de EE.UU. deberán cumplir con las leyes laborales, para evitar la competencia desleal.
Sin embargo, no todo será color de rosa para los republicanos. Centros de análisis conservadores, como la Fundación Rand, y analistas de extrema derecha, vaticinan que Trump enfrentará serios disturbios en la sociedad estadounidense, debido a las contradicciones étnicas, económicas y políticas que se han exacerbado en los últimos años, sumada a la degradación social producida por el fentanilo.
EE.UU. es una potencia mundial que ha venido en declive por diferentes razones, y que ha perdido su hegemonía económica, frente a fuerzas emergentes como el BRICS, y frente a Rusia y China se sitúa en un equilibrio militar.
Por lo menos dos ex jefes del Pentágono han sostenido que, en el marco de la actual correlación de fuerzas, EE.UU. deberá aprender a coexistir en un mundo tripolar, con Rusia y China. Donald Trump es un político pragmático, pero obstinado; el tiempo dirá si es capaz de “volver a hacer de EE.UU. una nación grande”.