El intento de asesinato contra Donald Trump, el pasado sábado, es un hecho condenable, que obliga a un análisis profundo, pues traerá consecuencias relevantes en el mundo. Es inadmisible que una contienda electoral se quiera dirimir a balazos, en el país que sea, y contra cualquier candidato.
El sentido profundo de la democracia radica en que el pueblo de cada nación pueda elegir libre y pacíficamente a sus gobernantes, ejerciendo su poder soberano. El atentado contra un candidato es, en sí mismo, un atentado contra la democracia y debe ser condenado con la mayor energía, venga de donde venga.
Además, si el atentado ocurre en el país con la mayor influencia política, militar y económica en el mundo, obliga inexorablemente a prever sus consecuencias, que serán muchas y de largo aliento.
Por ahora, hay más preguntas que respuestas, pero no hay que cejar en el esfuerzo para dilucidar el intento de magnicidio que, afortunadamente, falló. El Servicio Secreto de EE. UU. ha sido considerado como de los más eficientes del mundo, por lo que es inexplicable que un muchacho de 20 años haya podido treparse a un techo sin seguridad, a 150 metros del candidato, y haya disparado varias veces sobre los participantes en el mitin.
El Servicio Secreto de Estados Unidos, encargado de la seguridad de Trump, depende directamente del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, dirigido por Alejandro Mayorkas, quien admitió el pasado lunes que el intento de asesinato contra el expresidente fue un «fallo» de seguridad. «Cuando digo que algo así no puede suceder, estamos hablando de un fallo», afirmó Mayorkas en declaraciones a la CNN. «Vamos a analizar, a través de una investigación independiente, cómo ocurrió, por qué ocurrió, y hacer recomendaciones con los hallazgos para asegurarnos de que no vuelva a suceder», añadió.
Desde hace más de una década, muchos de los analistas políticos más agudos señalan que EE. UU. se encamina a un período de grave confrontación, por la agudización de las contradicciones sociales. Incluso algunos sostienen que es previsible una guerra civil, y hasta existen mapas que establecen cómo quedaría conformada socialmente la conflagración, en la cual el componente étnico-cultural tendría un peso importante. Cierto o no, en nada ayuda un intento de magnicidio.
Después de las primeras horas del atentado, la agencia noticiosa Fox News acusó abiertamente a los demócratas de ser los responsables de la acción criminal, agudizando las contradicciones del proceso electoral, cuyas líneas de acción cambiaron en cuestión de horas.
Por su parte, analistas proclives al Partido Demócrata sostuvieron inicialmente que Trump sabía que habría un simulacro de atentado, pues en cuestión de segundos se tiró al suelo, reaccionando más rápido que los agentes de seguridad. Luego de constatar que solamente tenía una herida leve en la oreja, se expuso al ponerse de pie, con el rostro ensangrentado y el puño en alto, gritando ¡fight!, consigna que fue coreada por sus seguidores, dando origen a fotografías icónicas que, durante la campaña, dejarán constancia de su temple de luchador. Mientras tanto, los agentes del Servicio Secreto lo dejaron al descubierto, evidenciando una incompetencia grave.
Como en el caso del asesinato de J.F. Kennedy, pasarán décadas antes de que se esclarezca quién alentó y protegió al tirador, y le facilitó su acción.
El primer efecto político fue que desde Joe Biden hasta Vladimir Putin condenaron el atentado y se solidarizaron con Trump, quien ha sido noticia de primera plana por varios días.
El segundo efecto político fue que Donald Trump irrumpió en la Convención Republicana como el gran vencedor, fue confirmado como candidato, y designó a su vicepresidenciable sin objeción alguna.
El tercer efecto es que la posibilidad de triunfo de Trump se incrementó previsiblemente, aunque todavía no hay encuestas que reflejen la reacción electoral por el atentado.
Un cuarto efecto es que, posiblemente, los demócratas dejen contender a Biden, sabiendo que perderá, pero no sacrificarán a otro candidato que podría dar la batalla electoral dentro de cuatro años.
En quinto término, ante el inminente triunfo electoral de Donald Trump, varios dirigentes políticos europeos le retirarán o disminuirán el apoyo a Volodymyr Zelenzky, a sabiendas de que el republicano ha sostenido, desde hace meses, que él sí negociará con Putin. En junio, el republicano declaró que Rusia tiene razón, y que pretender incluir a Ucrania en la OTAN es una provocación. Desde el pasado lunes por la mañana, el presidente ucraniano comenzó a difundir su disposición a negociar con Rusia.
El sexto efecto podrá ser que el foco de la atención de EE. UU. en materia de relaciones exteriores pasará de Ucrania a Oriente Medio, pues no hay político estadounidense más proclive a Israel y sus políticas que Donald Trump.
China podría pasar a ser el principal objetivo a derrotar, si Trump gana las elecciones, dando lugar al séptimo efecto.
En Guatemala se podría reflejar el octavo efecto, pues Trump anunció, recientemente, que impulsará la mayor deportación de migrantes de la historia que, de darse, tendría consecuencias económicas graves.
Como el espacio editorial es limitado, no puedo trasladar todos los elementos de cada uno de los efectos expuestos, pero no son simples elucubraciones, sino previsiones nacidas de años de análisis geoestratégico.
Adelantar juicios políticos es arriesgado, pues la posibilidad de equivocarse es grande, pero prever fenómenos futuros es, en buena medida, la esencia del periodismo de opinión. El tiempo definirá los aciertos y los errores.