Víctor Ferrigno F.

Jurista, analista político y periodista de opinión desde 1978, en Guatemala, El Salvador y México. Experiencia académica en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de Guatemala; Universidad de El Salvador; Universidad Nacional Autónoma de México; Pontificia Universidad Católica del Perú; y Universidad de Utrecht, Países Bajos. Ensayista, traductor y editor. Especialista en Etno-desarrollo, Derecho Indígena y Litigio Estratégico. Experiencia laboral como funcionario de la ONU, consultor de organismos internacionales y nacionales, asesor de Pueblos Indígenas y organizaciones sociales, carpintero y agro-ecólogo. Apasionado por la vida, sobreviviente del conflicto armado, luchador por una Guatemala plurinacional, con justicia, democracia y equidad.

post author

Los sectores más conservadores del Partido Republicano consideran que la guerra en Ucrania es una amenaza menor que la creciente migración hacia EE. UU., que ya alcanza la mitad de su territorio, mina su seguridad nacional, incide en las elecciones presidenciales, y es un factor determinante en su política internacional.

El mes pasado, durante su participación en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), el ex presidente Donald Trump reiteró la amenaza de llevar a cabo la deportación de inmigrantes más grande en la historia de Estados Unidos, si gana las elecciones de noviembre próximo. Además, exacerbó su retórica racista, al afirmar que “no hay otra opción, porque los solicitantes de asilo están matando a nuestra gente; están matando a nuestro país”. Completó la diatriba expresando a su auditorio que están llegando al territorio estadunidense millones y millones de personas directamente desde cárceles, instituciones mentales y manicomios.

Estos ataques xenófobos, que han adquirido carta de naturalización desde su irrupción en la política en 2015, incrementan su peligrosidad ahora que ha conseguido la nominación presidencial del Partido Republicano, sumado a las posibilidades que le otorgan las encuestas para derrotar a Joe Biden y regresar a la Casa Blanca en 2025.

En ese contexto, el discurso de odio y las acusaciones carentes de cualquier sustento han sido un elemento toral en el discurso electoral del candidato republicano para azuzar a la ultraderecha, que constituye su voto duro y le es fiel sin importar la veracidad de sus dichos o acciones.

Su arrogancia racista se vio incrementada tras una victoria importante en términos tanto prácticos como simbólicos, al derrotar de manera contundente a Nikki Haley en Carolina del Sur, estado donde ella nació y fue gobernadora de 2011 a 2017. Este hecho llevó a Haley a retirarse de la contienda, dejándole el camino expedito al magnate, tras una avalancha de declinaciones de aspirantes que no lograron convencer al electorado conservador de ser una alternativa preferible al expresidente.

A lo largo de la última década, Trump se ha convertido en el máximo beneficiario de la posverdad, una forma de discurso en la que los bulos se esparcen sin cuidado ni rubor, difundiendo datos sin sustento que los revistan de credibilidad, pues el esclarecimiento entre lo real y lo ficticio pierde toda relevancia para un auditorio ideologizado, que carece de criterio político.

Así, un político que culpa a los migrantes de envenenar la sangre estadounidense, dice que su rival demócrata está rodeado de fascistas. El candidato, que sin asco afirma que los solicitantes de asilo están matando a los ciudadanos estadounidenses, exigió al secretario de Estado de Georgia, responsable de la organización y calificación de los comicios en la entidad, que alterara los resultados electorales a su favor.

Poco tiempo después,  Trump incitó a una horda de sus fanáticos a asaltar la sede del Congreso Nacional, y ahora afirma que la democracia estadounidense se encuentra al borde del colapso por los intentos de los Tribunales de Justicia de hacerle rendir cuentas por sus crímenes.

La situación de Ucrania se ha vuelto más grave, con unidades en primera línea con racionamiento de municiones, mientras se enfrentan a una fuerza rusa mucho mejor abastecida, y con una industria bélica que supera por mucho a la de la Alianza Atlántica.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha implorado repetidamente ayuda al Congreso, pero los líderes republicanos de la Cámara de Representantes no han estado dispuestos a llevar la ayuda a Ucrania a votación, arguyendo que cualquier ayuda debe abordar primero las necesidades de la seguridad fronteriza. De esta manera, la política anti-migratoria cobra igual o más relevancia que la guerra en Europa del Este, a pesar de que los geo-estrategas más connotados consideran que en Ucrania es inminente una confrontación entre la OTAN y Rusia, preludio de una conflagración mundial.

A la espera de discutir y aprobar una agresiva política anti migratoria, el Congreso tiene retenido el proyecto de ley de gastos suplementarios, que incluye aproximadamente 60 mil millones de dólares en ayuda militar para Ucrania.

Hace dos días, como premio de consolación, el Pentágono anunció que enviará alrededor de 300 millones de dólares en armas a Ucrania (200 veces menos de lo solicitado), después de encontrar algunos ahorros de costes en sus contratos, a pesar de que el Ejército sigue profundamente sobregirado y necesita al menos 10 mil millones de dólares para reponer todas las armas que ha retirado de sus existencias para ayudar a Kiev en su lucha contra Rusia, anunció el martes la Casa Blanca.

Simultáneamente, el presidente Putin declaró a la revista Sputnik que, según él, Occidente sintió impotencia al ver el éxito de la operación militar especial rusa en Ucrania y, además, la unidad del pueblo del país euroasiático.

El mandatario también señaló que algunas élites occidentales no quieren convivir con un país tan grande como Rusia y, por ello, tratan de dividirlo.

El presidente ruso agregó que: «Estamos listos para una conversación seria y queremos resolver todos los conflictos, y especialmente este conflicto, por medios pacíficos. Pero debemos entender claramente que no es una pausa que el enemigo quiera tomar para el rearme, sino una conversación seria con garantías de seguridad para la Federación de Rusia».

Si la reiterada intención de Putin de arribar a una solución negociada es real, sería la última oportunidad de evitar una conflagración mundial. Desde 1999, la OTAN ha roto los compromisos de no extenderse hacia Rusia, incorporando a 17 países de Europa del Este y del Báltico, aumentando su membresía con Albania, Bulgaria, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Finlandia, Hungría, Letonia, Lituania, Macedonia del Norte, Montenegro, Polonia, la República Checa, Rumanía y, recientemente, Finlandia y Suecia.

Afortunadamente, la guerra también tiene detractores en la tierra de Tolstoi; hace pocos días, los intelectuales rusos firmaban una carta furibunda, afirmando que: «Hablamos en nombre de Rusia, y no de vosotros [las autoridades], porque el pueblo, habiendo perdido millones de personas en conflictos pasados, piensa desde hace décadas que cualquier alternativa es mejor a la guerra. ¿Lo habéis olvidado?».

Artículo anterior Reglamento de Tránsito debe modificarse
Artículo siguienteApoyo campesino al Acuerdo Agrario