Enseñanzas del 13 de noviembre de 1960.
Son los jóvenes quienes accionan con dignidad, ante las afrentas de los poderes ilegítimos.


Hace 63 años, el 13 de noviembre de 1960, un grupo de militares jóvenes iniciaron la lucha armada en Guatemala, alzándose contra la opresión y la corrupción del gobierno de Ydígoras Fuentes, dando origen a un conflicto armado interno —CAI— que duró 36 años y dejó una cauda de dolor y sangre.

Los principales líderes del movimiento fueron el teniente y especialista de inteligencia Marco Antonio Yon Sosa, y el subteniente y ranger Luis Turcios Lima. El levantamiento armado contra el gobierno fracasó, los líderes tuvieron que exiliarse y, año y medio después, en febrero de 1962, constituyeron el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre —MR13— en alianza con estudiantes y revolucionarios.

A partir de esa alborada militar se desarrolló el CAI, que en más de siete lustros dejó, según la Comisión de Esclarecimiento Histórico de la ONU, unos doscientos mil muertos, cuarenta y cinco mil desaparecidos, y cerca de cien mil desplazados.

Semejante costo en vidas y sufrimiento bien vale una reflexión, sobre todo ahora que Guatemala vive una crisis político-institucional sin precedentes, en la que las Autoridades Ancestrales Indígenas (AAI) han encabezado un levantamiento popular contra el pacto de corruptos.

En sus manifiestos, los jóvenes militares del MR-13 explicaron que las principales causas de su alzamiento fueron la falta de democracia, la corrupción gubernamental, la violación de los DD. HH. y “la carencia de una política exterior seria y digna”. Sesenta y tres años después, la ciudadanía sigue exigiendo las mismas demandas, pues la política nacional sigue dominada por las mismas lacras.

La primera lección que nos deja la historia, ayer como hoy, es que los jóvenes son quienes accionan con dignidad ante las afrentas de los poderes ilegítimos. En 1960 fueron militares nóveles quienes, lógicamente, optaron por la vía armada para dignificar a la patria. Desde abril de 2015, fueron los jóvenes estudiantes quienes nutrieron un movimiento cívico, que ha sido ejemplar por su naturaleza masiva y pacífica, como lo reconocen alrededor del mundo.

La segunda lección aprendida, es que la corrupción descarada puede ser un detonante de dimensiones insospechadas pues, en una sociedad tan desigual como la nuestra, exacerba las condiciones infrahumanas de vida que sufre la mayoría de la población. Indignan el descaro, el latrocinio y la villanía, que incitan a la acción de protesta, pues no se necesitan grandes análisis para comprender tan indeseable ecuación. Es este hartazgo frente al latrocinio de la cosa pública lo que ayer y hoy ha provocado el levantamiento de las fuerzas vivas del país.

En el duro aprendizaje de nuestro devenir patrio, la tercera lección es que no puede haber democracia real sin pleno respeto a los derechos humanos. Ayer se combinaban la represión y las dictaduras militares; hoy se coluden la violencia común, la tiranía del mercado, y una alianza criminal integrada por políticos corruptos, empresarios venales y militares genocidas.

En la década de los sesenta, como ahora, los ciudadanos pobres e indígenas no valen nada, ante el poder autoritario de oligarcas y delincuentes. Pero encabezados por las AAI los Pueblos originarios han decidido ejercer su libre determinación, y encabezan un alzamiento popular sin precedentes.

Si algo indignó a Yon Sosa, a Turcios Lima y a los demás jóvenes militares, fue la actitud cobarde y traidora de los altos mandos castrenses, ante la invasión estadounidense y su posterior sometimiento a sus intereses. Hoy día, la intervención extranjera deviene del neoliberalismo y del crimen organizado transnacional. El poder omnímodo de las empresas globales anula la libre determinación de los Pueblos, confunde democracia con mercado, equipara a los ciudadanos con consumidores, y reduce el desarrollo humano al crecimiento económico. El crimen organizado encarna hoy a los poderes paralelos que antaño representaban los escuadrones de la muerte. Esa es la cuarta y dura lección.

Nadie quiere otro conflicto armado interno en Guatemala, otra lucha fratricida, pero la ausencia de democracia verdadera, de desarrollo real y de justicia social, es un caldo de cultivo que incuba estallidos de dimensiones insospechadas, como sucede en Palestina y varios países africanos, que hoy luchan contra el neocolonialismo y el apartheid. Debemos construir una sociedad incluyente, pues la inequitativa que tenemos, se cae a pedazos.

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