Víctor Ferrigno F.
Vivimos tiempos aciagos y un manto de oscuridad se cierne sobre Guatemala. Cada día, por donde se le busque, las crisis sanitaria, económica, política e institucional se agravan, en una bacanal de corrupción e impunidad. Crece el número de contagios y los muertos aumentan sin tregua, con un sistema hospitalario colapsado, personal médico agotado y sin suficientes vacunas. Además de la anomia del gobierno, el Congreso hace poco, casi nada, y el Sistema de Justicia es un mercado en el que los fallos a la medida se venden al mejor postor. Para resistir, necesitamos un norte, una luz en la oscurana que nos indique el camino a seguir, en este caos que se agrava.
El lunes pasado, por segunda vez, Alejandro Giammattei y sus aliados en el Legislativo sufrieron un gran revés político, ya que el Congreso improbó el Estado de Calamidad que el Pacto de Corruptos quiso imponernos, con el irrestricto apoyo de la Corte de Constitucionalidad, devenida en operadora política de los poderes fácticos.
La maniobra les salió mal, y se hizo evidente que para el Ejecutivo la pandemia era una excusa para contar con un marco legal que les permitiera efectuar compras sobrevaloradas y sin licitar, como lo prueban los 569 eventos de adquisiciones, en apenas tres días de vigencia del Estado de Calamidad. Para colmo, el Decreto que la Presidencia envió al Congreso ni siquiera incluía las recomendaciones que los expertos recomendaron.
La improbación del Estado de Calamidad fue una victoria política, pero constituyó un triunfo pírrico que, fundamentalmente, responde a las contradicciones internas del Pacto de Corruptos, aunque no se pueden negar los esfuerzos de los partidos de oposición. Se logró bloquear la manobra de Giammattei, pero los médicos que acudieron al Congreso salieron con las manos vacías y no hubo, hasta ahora, medidas efectivas para contener la pandemia, como las que presentaron los galenos, o la propuesta integral que recién publicitó el Laboratorio de Datos.
Además de frenar la corrupción, al país le urge un plan consensuado e integral para contener la pandemia y el hambre, y una instancia de fiscalización ciudadana que vele por su cabal cumplimiento. De lo contrario, veremos muertos por Covid en la calle. Esa es la luz que nos urge para salir de esta oscurana, producto de la peor pandemia y de la mayor recesión en los últimos cien años.
En este funesto contexto es de celebrar que las fisuras crecen al interior del Pacto de Corruptos, que ha sido seriamente erosionado. Después del fracaso de la trama rusa y del freno a las celebraciones del Bicentenario, varios aliados de Giammattei se le han alejado, particularmente por las acciones que ha anunciado el Gobierno de Estados Unidos.
Después del fracaso en Afganistán, el presidente Biden no tiene otra alternativa que volcarse a consolidar fuerzas en su país, amenazado por un Donald Trump cuya simpatía crece, mientras que uno de cada cinco demócratas dicen arrepentirse de haber votado por Biden, según varias encuestas recién levantadas.
La estrategia demócrata se centrará en reactivar la economía de EE. UU. mediante una multimillonaria inversión en infraestructura, sin precedentes, que requerirá de la mano de obra de los migrantes, por lo que necesitan ordenar el flujo humano, lo que entraña atacar la corrupción y la impunidad, así como depurar los órganos de justicia y los sistemas electorales.
Por ello han anunciado que está en marcha la integración de una fuerza de tarea contra el latrocinio y el lavado de activos, en todas las Embajadas de C.A., y que presionarán a las oligarquías nacionales, aliadas a los poderes fácticos, cerrándole las puertas a las exportaciones. Una cosa es que les quiten la visa, y otra más grave que les confisquen activos en el sistema bancario y soliciten extradiciones por conspirar para lavar dinero. En buen chapín: a todo coche le llega su sábado.