Sergio Penagos
Guatemala, como un Estado hegemónico de los criollos, ha permanecido sostenido por su economía, historia, formación cultural y su particular ejercicio del poder. Como una antañona carabela de Colón, zarandeada por el agitado mar Atlántico, ha persistido desde su inicio, un 15 de septiembre de 1821, bogando en un tempestuoso mar de huracanes alimentados por contradicciones, etnias, culturas y, para su desgracia, un pasado más glorioso que el de los invasores castellanos de los que son herederos. Esta herencia peninsular ha provocado la construcción de barreras y exclusiones sociales, que le han impedido establecer un rumbo coherente hacia un modelo de identidad nacional, capaz de desembarcar en un exclusivo Estado Nacional, basado en la pureza de sangre y totalmente a salvo de la odiada multiculturalidad. El criollo tampoco ha tenido la intención de aceptar, ni mucho menos desarrollar, el concepto de una multiplicidad de identidades étnicas a las que ha odiado y explotado, sin tener la menor intención de aceptarlas como parte integrante de su patria blanca, cristiana y excluyente, marginando siempre a los que ha llamado indios, sin distinguir etnias ni culturas.
Esta ha sido la ideología criolla gestada en la encomienda y el repartimiento a la sombre del encomendero, señor de vidas y honras, cachureco y conservador. Los hijos de estos señores de horca y cuchillo, por haber nacido fuera de metrópoli no se sintieron ligados a ella. Eran en verdad apátridas, no eran españoles ni americanos. Se les llamó criollos y fueron tipificados como ciudadanos de segunda categoría, colocándolos un escalón social abajo de los peninsulares.
Las velas de esta carabela están a merced de los vientos y su rumbo depende de ellos. En unas ocasiones han soplado vientos conservadores y, en otras, vientos liberales, lo que ha definido la ideología de sus gobiernos y el modelo educativo impuesto.
A lo largo de su historia la Universidad de San Carlos ha desarrollado una enseñanza basada en nociones cargadas de ideología. Después del domino de los conservadores, los liberales promovieron en las aulas universitarias el estudio del período colonial. El enfoque, sin embargo, se situó claramente dentro de la línea de crear y fortalecer la identidad nacional. Por una parte, el estudio del período colonial se centró en la exaltación de la intelectualidad criolla, que legitimaba a la elite ilustrada y se consolidó un modelo de Estado centralizador y autoritario, sin que por ello se produjera simultáneamente la implementación de un proyecto amplio de nación. Los sectores dominantes elaboraron una representación de ese Estado, en la que figuraban ellos como artífices exclusivos de dicho proyecto, eliminando como actores y partícipes, a las grandes mayorías de la población campesina e indígena. Esta exclusión no era accidental sino necesaria, dado que justificaba los fines para los que ese modelo de Estado se consolidaba. Este proceso pasó por la implementación de un ordenamiento jurídico que aseguró la participación del nuevo sector económico dominante en el manejo político del Estado, al igual que la legitimación del nuevo sistema de reproducción socioeconómica. Con la llegada de los liberales se impulsó la idea que la nación estaba conformada por una minoría que poseía las luces de la civilización, y que fuera de ella se encontraba una mayoría indígena que debía vincularse a este proyecto de nación mediante el trabajo. El café, como nuevo pilar de la economía nacional, planteó exigencias y acciones concretas e inmediatas a los sectores liberales que asumieron el control político del Estado. Las medidas de política económica más importantes se orientaron hacia el sistema de tenencia de la tierra, modificándose profundamente las condiciones de vida de la población del campo.
El conflicto armado interno y la Guerra Fría condicionaron, en la Universidad de San Carlos, la enseñanza de la historia desde un punto de vista único, basado en La Patria del Criollo de Severo Martínez. Apoyado por otros libros de autores nacionales y extranjeros, siempre en esa misma línea. No se puede negar que La Patria del Criollo tiene un alto valor académico, también es cierto que fue escrita en un contexto de enfrentamiento armado. Además, refleja los ideales de uno de los grupos revolucionarios de la década de los setenta, en el cual militaba el autor. A partir de estas lecturas y las discusiones realizadas en las aulas, o fuera de ellas, los universitarios, desde su posición de clase media, se embarcaron en la aventura de transformar el país participando en la actividad revolucionaria, basada en la ideología marxista que, con diferentes matices, impregnaba toda la actividad universitaria con una doble militancia: revolucionaria y social.
Ahora es la corrupción política la ideología imperante en la universidad. Los rectores abusan de su poder, depredan los recursos financieros, abusan de la administración, la docencia y el servicio, contaminando todo el sistema administrativo del Estado, en su afán de conseguir una ventaja espuria, que generalmente les representa dinero.