Sergio Penagos
Los modelos educativos, en nuestro medio, no propician la idea del pensamiento como proceso. En cada etapa de nuestra actuación como seres humanos, «Hemos participado del pensamiento y hemos prestado atención al contenido, pero no al proceso». Somos testigos de las actuaciones del pensamiento y sus resultados: «El pensamiento defiende con uñas y dientes sus creencias fundamentales ante cualquier evidencia de que pueda estar equivocado. El verdadero objetivo del diálogo es el de penetrar en el proceso del pensamiento». Y desde ese pensamiento individual, transformar el proceso del pensamiento colectivo. ¿Cómo iniciar un diálogo? Es una experiencia muchas veces traumática, que, a pesar de su frecuencia, no terminamos de dominar.
En general, las personas desconfiamos de los demás. La desconfianza hace que, al principio, hablemos de forma un tanto superficial. Pero, a medida que nos vamos conociendo, surge la confianza y nos aventuramos a dialogar. Cuando comprendemos la importancia del diálogo, perseveramos en él, para conocernos mejor y reforzar la confianza. Este proceso, evidentemente, puede llevar cierto tiempo. En ocasiones, la gente siente la necesidad de mantener un diálogo en el seno de la familia. Pero la familia es una estructura jerárquica basada en el principio de autoridad, algo que no favorece ni facilita el diálogo. Para generar un diálogo coherente, es esencial que no tengamos que decidir nada. Debemos disponer de un espacio vacío, abierto y libre en el que no tengamos la obligación de hacer algo, de llegar a alguna conclusión, de decir o dejar de decir algo. Sólo dejemos que el diálogo fluya y se desarrolle.
¿A qué viene esto? Las columnas que escribí el día martes 21 y el día martes 28 de septiembre, sin duda alguna dan la impresión de ser contradictorias. En efecto eso parece. La idea es despertar la curiosidad en quien las lea, para que inicie un proceso de pensamiento que permita el análisis de lo leído. Es importante resaltar que se trata de establecer un diálogo o una argumentación, ambas formas de intercambiar opiniones están basadas en el respeto. No hay obligación de aceptar la opinión o la argumentación ajena. Quien opina o argumenta tiene todo el derecho de hacerlo. Quien escucha no tiene la obligación de aceptar esa opinión o argumentación. Pero, sí tiene la obligación de respetarla. A partir del diálogo es posible que surja una nueva comprensión de algo que no estaba en el punto de partida, con lo que se genera un nuevo significado, compartido por las personas que participan en el proceso. Me refiero a un diálogo verdadero, honesto, franco y respetuoso, ¿suena familiar? “Cuando estás con tus amigos no sentís que pasa el tiempo. Yo no sé de qué platican tanto”, reclama la esposa enfadada.
¿En dónde se producen las discusiones? En los entornos jerárquicos, verticales, basados en el orden, la disciplina y el control. En esos espacios las relaciones personales son tensas entre dominantes y dominados (superiores y subalternos), lo que genera un clima de tensión y resentimiento que propicia el surgimiento de discusiones acaloradas, frenéticas y violentas. Por su etimología, discutir significa hacer pedazos. Por eso, las discusiones hacen pedazos las relaciones personales. En esto estriba la diferencia básica con la argumentación y el diálogo.
Ahora ya podemos analizar las dos columnas anteriores e iniciar un proceso de argumentación o diálogo. Este medio de comunicación bondadosamente cede el espacio necesario para expresar nuestras opiniones. Lo digo con la seguridad de que así es. Porque, a mí me han proporcionado este espacio para que semanalmente exprese mi opinión, de la cual soy el único responsable.
También es posible hacerlo en los espacios en que se publica la columna, o en otros medios de comunicación que ahora es posible utilizar. No están obligados a opinar, pero sí a pensar y disciplinar la mente para alcanzar un verdadero modelo de lectura crítica, que tanta falta hace en nuestro medio.