Sergio Penagos
La demagogia es una estrategia utilizada para conseguir el poder político. Para aplicarla se apela a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público, frecuentemente mediante el uso de la retórica, la desinformación, la mentira y la propaganda política.
Giammattei afirmó que estará participando en las jornadas móviles de vacunación “uno porque me sirve para practicar de nuevo y dos porque también me sirve para constatar que efectivamente la gente tenga la certeza que la responsabilidad del gobierno es real”.
Como buen demagogo olvidó que, en el mes de agosto del año pasado dijo: “Ya le trasladamos la responsabilidad a la gente, si se quieren cuidar, se cuidan, si no, les sacamos tarjeta roja. Hoy sí ya es problema de la gente” ¿Y la certeza de la responsabilidad del gobierno? ¿Está bajo la alfombra rusa?
La demagogia según Platón y Aristóteles, puede producir (como crisis extrema de la República), la instauración de un régimen autoritario oligárquico o tiránico, que más frecuentemente nace de la práctica demagógica que ha eliminado así a toda oposición al cooptar los tres poderes del Estado. En estas condiciones, los demagogos, arrogándose el derecho de interpretar los intereses de las masas, confiscan todo el poder y la representación del pueblo e instauran una tiranía o dictadura personal.
También se considera como demagogia a la oratoria que permite atraer hacia los intereses propios, las decisiones de los demás utilizando falacias o argumentos aparentemente válidos que, sin embargo, tras un análisis de las circunstancias, pueden resultar inválidos, simplistas o descaradas mentiras.
Las palabras, además de un sentido denotativo, como están en el diccionario, tienen un sentido connotativo implícito, como las interpretamos de acuerdo al contexto y conocimientos compartidos de los interlocutores, lo que les añade ideas y opiniones, muchas veces de forma menos consciente que en su sentido denotativo. Un discurso demagógico no es neutro, porque está dirigido hacia la connotación al estar plagado de significados adicionales, que dependen de su contexto y su relación con la opinión de los oyentes del discurso. De esta manera, los contenidos implicados en el discurso son aceptados.
En la lucha política, los demagogos utilizan la calumnia, la maledicencia, la falta de lealtad, la traición, la persecución de sus posibles rivales, lo que consideran como necesario, inevitable y subordinado al fin previsto: su triunfo personal. Los demagogos utilizan la política sucia, con alusiones personales, poco contenido ideológico o programático. La mentira o la falsa promesa, la oferta de cargos y la compra de votos, el prebendarismo (otorgar ventaja o beneficio arbitrariamente una persona) y el popular amiguismo, son todos recursos válidos para ellos como forma de convencer a su electorado. Lo peor es que es muy difícil señalarlos porque son actores consumados y su imagen es celosamente resguardada. Son orgullosos, celosos y envidiosos. Las influencias que pueden manejar los llenan de suficiencia, dicen ser amigos de todos y exageran el grado de amistad con los líderes y son víctimas fáciles de la adulación, así como de los corruptores que conocen sus debilidades narcisistas y las manejan a su favor. Pero también pueden ser corruptos, pues creen que lo que les pagan en su función es poco para lo que vale su trabajo.
Son los eternos denunciantes y litigantes que piden informes a todos sobre todo, pues como legisladores se creen jueces, y como jueces, se sienten como Dios. Nunca despiertan indiferencia y son frecuentemente convocados por periodistas y humoristas, por igual, pues sus perfiles son caricaturizables con facilidad. Son rencorosos, celosos al extremo, incapaces de tolerar las críticas, un señalamiento o una observación, sobre todo si están en una fase de actividad política.
Las promesas que suelen realizar los políticos durante las campañas electorales son habitualmente criticadas como demagógicas, cuando aparecen como irrealizables. Las Democracias modernas han sido reiteradamente cuestionadas atribuyéndoles la condición de sistemas demagógicos, debido a la utilización intensiva de técnicas publicitarias, características del marketing, a la personalización de las candidaturas, la manipulación de los medios de comunicación de masas postergando el análisis político serio.