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Nuestra especie ha vivido situaciones que la llevaron a cerca de su extinción y también a transformaciones demográficas profundas. Por ejemplo, en el siglo XX el rápido crecimiento de la población mundial hizo creer que el planeta pronto agotaría sus recursos y se generarían hambrunas masivas. En los años sesenta se temía a la “explosión demográfica”. Hoy el mundo está comenzando a vivir un exceso de muertes sobre los nacimientos, sin embargo esto no es nada comparable al despoblamiento de las Américas tras la llegada de los europeos en el siglo XVI, hecho impulsado por enfermedades infecciosas como la viruela y el sarampión, para las cuales las poblaciones indígenas carecían de inmunidad, provocando una drástica caída de la población que en regiones como en México central pasó de decenas de millones antes de 1519 a poco más de un millón para 1623, lo que significó una reducción de más del 90% de su población en el primer siglo de contacto europeo. Este fenómeno fue estimado en detalle por demógrafos como Sherburne F. Cook y Woodrow Borah, cuyos estudios sentaron las bases cuantitativas de esta catástrofe demográfica aún debatida por investigadores contemporáneos. 

Hoy, aunque bajo circunstancias muy distintas, el mundo enfrenta otro proceso de despoblamiento, esta vez iniciándose en el siglo XXI, fenómeno que está ligado no a epidemias virulentas sino a cambios sociales, económicos y culturales profundos. Las tasas de fertilidad han descendido de manera sostenida en casi todas las regiones del planeta debido a factores como la urbanización, la educación de las mujeres, el acceso a métodos anticonceptivos y los crecientes costos de la vivienda y la crianza de hijos. 

Según proyecciones demográficas modernas, muchos países desarrollados, desde Japón y Alemania hasta Italia, España y Corea del Sur, ya están experimentando descensos poblacionales absolutos, es decir, hay más muertes que nacimientos, junto con un marcado envejecimiento de la población. Incluso en regiones antes caracterizadas por altos índices de natalidad, como partes de África y Asia meridional, la fertilidad está acercándose o ya está por debajo del nivel de reemplazo, 2.1 hijos por mujer, lo que indica que el crecimiento demográfico global podría alcanzar un máximo a mediados de este siglo antes de comenzar a declinar. 

Este fenómeno demográfico ha sido descrito por algunos analistas como un “invierno demográfico”, donde la tasa de natalidad se desploma más allá de lo necesario para mantener un reemplazo generacional estable y la población global envejece y disminuye rápidamente. 

El impacto económico del despoblamiento y el envejecimiento de la población será profundo y multifacético, por ejemplo, presenciaremos la disminución de la fuerza laboral: A medida que menos jóvenes entran al mercado de trabajo y más personas se jubilan, la oferta laboral se reduce, limitando el potencial de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB). Países como China ya han visto descensos en su fuerza laboral, lo cual ha afectado el crecimiento económico a pesar de múltiples esfuerzos de estímulo. 

Seguramente habrá desequilibrios fiscales: Una mayor proporción de ancianos implica mayores gastos en pensiones y atención médica, al tiempo que la base de contribuyentes disminuye. Esto presiona a los sistemas de seguridad social y puede requerir aumentos de impuestos, retrasos en la edad de jubilación o recortes en beneficios. 

Las economías tendrán un menor consumo y el crecimiento se estancará: Menos personas significa menos consumidores, lo que puede enfriar mercados enteros, desde bienes raíces hasta servicios, y conducir a patrones de deflación y menor inversión. 

La innovación y la productividad: Algunos economistas advierten que con menos jóvenes y menor diversidad generacional, podría haber una disminución en el dinamismo innovador, afectando el desarrollo tecnológico y la competitividad global. 

No obstante, hay debate académico sobre si el despoblamiento necesariamente implica declive socioeconómico. Investigaciones recientes sostienen que el desempeño económico de los países depende más de las inversiones en educación, tecnología y capital humano que del tamaño absoluto de la población, y que algunas sociedades con bajo crecimiento demográfico han demostrado resiliencia económica. 

Sin duda también se observarán impactos políticos. El cambio demográfico genera transformaciones políticas profundas. Se implementarán políticas natalistas y de inmigración: Algunos gobiernos europeos y asiáticos ya han implementado políticas para incentivar la natalidad, desde subsidios hasta beneficios fiscales, aunque con resultados mixtos. En paralelo, muchos países recurrirán a la inmigración para compensar la falta de trabajadores jóvenes, lo cual reconfigura debates sobre identidad nacional, cohesión social y políticas migratorias. 

Se darán cambios generacionales de prioridades: Una población con mayor proporción de adultos mayores tiende a favorecer gobernantes y políticas que priorizan la seguridad social y servicios para la tercera edad, lo cual puede modificar agendas y presupuestos públicos, a veces en detrimento de inversiones para educación o innovación futurista.

Aumentarán probablemente las tensiones geopolíticas: Las naciones con crecimiento poblacional lento o negativo pueden enfrentar desafíos estratégicos respecto a aquellas con poblaciones más jóvenes y dinámicas, lo que podría redistribuir el equilibrio de poder económico y político global en las próximas décadas.

Entre sus efectos sociales podemos pensar que el despoblamiento estará ligado a: Cambios en las estructuras familiares: Familias más pequeñas y una menor proporción de jóvenes puede alterar redes de apoyo y cuidado intergeneracional, afectando la cohesión comunitaria.

Se observará una transformación cultural: Menores tasas de natalidad pueden estar vinculadas a cambios en valores culturales respecto al matrimonio, la familia y la carrera profesional.

Mayores desigualdades territoriales: En países como España y muchas otras naciones, la despoblación rural contrasta con la concentración urbana, produciendo desequilibrios territoriales y desafíos en la prestación de servicios públicos.

El despoblamiento del siglo XXI, aunque diferente en causa y escala del desastre demográfico del siglo XVI, plantea grandes desafíos globales. No solo redefinirá la estructura de las sociedades humanas, sino que también obliga a repensar modelos económicos, sistemas de bienestar social y equilibrios políticos. Si bien aún hay debate sobre la gravedad y las mejores respuestas políticas, es indudable que el mundo está entrando en una nueva era demográfica cuyos efectos serán objeto de estudio, ajuste y, probablemente, conflicto en las próximas décadas. Desde ahora habrá que analizar y reflexionar sobre estos cambios que ya son inevitables en el futuro cercano.

Roberto Blum

robertoblum@ufm.edu

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