Parece evidente que estamos entrando en una nueva era planetaria que no se define por la dominación del hombre sobre la naturaleza ni por el increíble progreso tecnológico, sino por una simple y contundente verdad, todo está conectado con todo. El periodista estadounidense Thomas L. Friedman ha propuesto llamar a esta nueva época el Policeno, una palabra que quizás describa mejor que ninguna otra el espíritu de nuestro tiempo.
El término Policeno proviene del idioma griego, y significaría literalmente “la nueva era de los muchos”. Friedman sugiere reemplazar el concepto del Antropoceno —la edad en que el ser humano domina y transforma el planeta por el de Policeno, la edad de la interconexión total, en la que todas las partes y todos los sistemas naturales, tecnológicos, económicos políticos y sociales— están entrelazados de manera inseparable.
En esta nueva época, la ilusión de la independencia ha desaparecido. El clima no conoce fronteras, por ejemplo, las sequías en Centroamérica o el Medio Oriente provocan migraciones hacia el norte, los incendios y la deforestación en la selva amazónica alteran las lluvias en el Cono Sur y cualquier fenómeno de El Niño en el Pacífico puede cambiar los precios de los alimentos en todo el continente. Lo mismo ocurre con la economía y la tecnología, por ejemplo, una crisis de microchips en Asia detiene fábricas automotrices en México o bien, una decisión financiera en Estados Unidos afecta las monedas latinoamericanas, y un rumor en las redes sociales puede incendiar el debate político desde Texas hasta Argentina.
En esta nueva era del Policeno, la interdependencia es total. Lo que ocurre en un lugar afecta, directa o indirectamente, a todos los demás. Esto crea tanto grandes oportunidades como grandes riesgos. Nunca habíamos tenido una capacidad tan enorme de colaborar, compartir conocimiento y reaccionar colectivamente ante los desafíos globales. Pero al mismo tiempo, nuestras redes se han vuelto más frágiles, un virus, un ciberataque o una guerra puede alterar en días la vida de millones de personas.
Durante los últimos cinco siglos, los seres humanos hemos buscado dominar la naturaleza mediante la ciencia y controlar y explotar cada vez más los recursos disponibles. En el Policeno, la pregunta ya no es cómo dominar, sino cómo convivir, cómo equilibrar las relaciones entre las personas, las máquinas y los múltiples ecosistemas del planeta. Todo parece depender del equilibrio dinámico, de la homeostasis.
Esto exige una nueva forma de inteligencia, ya no la del especialista encerrado en su propia disciplina, sino la del pensador flexible y adaptable que ve conexiones. Friedman lo resume con claridad: el éxito en esta era no dependerá de quién sea el más fuerte o el más rico, sino de quién entienda mejor el funcionamiento de los sistemas complejos y sepa adaptarse a ellos. La educación, por tanto, debe dejar de enseñar solo datos para enseñar también la capacidad de razonar y percibir las múltiples relaciones, entre la economía y la ecología, entre la política y las tecnologías, entre el bienestar actual y la sustentabilidad de largo plazo.
En nuestra América, esta visión tiene un eco especial. Nuestra región vive en carne propia las tensiones de la nueva era Policenica, si bien somos ricos en recursos naturales, somos especialmente vulnerables a los efectos del cambio climático. Dependemos de los mercados globales, pero sufrimos una enorme desigualdad interna, podemos conectarnos digitalmente con el mundo, pero paradójicamente arrastramos graves déficits de educación y conectividad real. Sin duda cada decisión local tiene consecuencias globales, y viceversa.
Esta nueva época planetaria nos obliga a revisar nuestra ética colectiva. En un mundo interconectado, ya no hay “otro lugar” al que enviar los desechos, ni “otra gente” a quien culpar de lo nuestro. Las emisiones de carbono, la deforestación o la desinformación no respetan fronteras. Cada acción, por pequeña que parezca ser, inevitablemente regresa amplificada a través de los circuitos de retroalimentación del planeta. Comprender estas nuevas dinámicas puede hacernos más responsables y quizá, también más solidarios.
Pero la conectividad total no garantiza la armonía. Las redes pueden unir o dividir. Las mismas plataformas que difunden ciencia y cultura también propagan odio y manipulación. La época del Policeno amplifica lo mejor y lo peor de nosotros. De ahí que el gran desafío de esta era sea aprovechar la interdependencia para construir la cooperación, no el conflicto.
El historiador Arnold Toynbee decía que las civilizaciones no mueren asesinadas, sino que se suicidan por no saber adaptarse a los cambios. Esta era del Policeno pondrá a prueba esa capacidad más que nunca. Si insistimos en pensar y gobernar como si viviéramos en compartimentos separados, el sistema que nos sostiene se quebrará. Pero si entendemos que formamos parte de una red viva y global, tal vez logremos dar el salto hacia una civilización más sabia, más ecológica y justa.
El Policeno ya no es una simple idea o utopía, es más bien una descripción de un mundo que ya existe. Todos somos nodos de una misma red global, habitantes de un pequeño y bello planeta que ahora nos obliga a pensar en conjunto. La nueva era ya ha comenzado y está aquí. La pregunta que debemos hacer es si estaremos a la altura de vivirla juntos o de sufrir las consecuencias por separado.







