La Organización de las Naciones Unidas, la ONU, nació en 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, como un esfuerzo para evitar que la humanidad repitiera los horrores de los dos conflictos bélicos mundiales que acaban de pasar. Su acta fundacional, la Carta de San Francisco, fue firmada por 51 países el 26 de junio de 1945 y entró en vigor el siguiente 24 de octubre. El objetivo era, claro, garantizar la paz y la seguridad internacionales a través de la cooperación entre los diferentes Estados soberanos, con un sistema que sustituyera el fracasado equilibrio de poder.
El antecedente inmediato de la ONU fue la Sociedad de Naciones, creada en 1919. Sin embargo, esa institución no logró evitar la expansión de los totalitarismos y el estallido del segundo conflicto global. La ONU aprendió de esa experiencia e incorporó estructuras más fuertes, tales como el Consejo de Seguridad, donde cinco países con poder de veto asumieron un papel especial en la preservación de la paz mundial. Aunque este diseño reflejaba las realidades del poder al final de la guerra, también sembró tensiones que aún perduran.
Así, la ONU se ha convertido en un vital foro para el diálogo multilateral. Su Asamblea General, con representación de todos los Estados miembros, hoy son 193 países, es un espacio donde todas las naciones tienen voz. Es claro que la organización ha sido clave en la descolonización de África y Asia, en la codificación de tratados internacionales sobre derechos humanos, el medio ambiente y el comercio, y en la creación de organismos especializados en la educación, la salud y la alimentación que han impactado directamente la vida diaria de millones de personas.
También la ONU ha desplegado operaciones de mantenimiento de paz en más de 70 situaciones desde 1948, enviando cascos azules a zonas de conflicto en Medio Oriente, África, los Balcanes o América Central. Aunque con éxitos desiguales, estas misiones han evitado escaladas bélicas y creado condiciones para acuerdos políticos. La mediación de la ONU también ha sido decisiva en procesos de paz, como en El Salvador o Namibia.
Un aporte crucial de la ONU ha sido el desarrollo de un marco normativo universal de derechos humanos. La Declaración Universal de 1948, seguida por pactos y convenciones específicas, estableció estándares que hoy sirven de referencia para gobiernos, tribunales internacionales y movimientos sociales. Asimismo, la ONU ha liderado la agenda global en temas controversiales como la igualdad de género, la protección de refugiados y, en las últimas décadas, la lucha contra el cambio climático, con hitos como el Acuerdo de París de 2015.
Sin embargo, la organización también enfrenta limitaciones profundas. El poder de veto en el Consejo de Seguridad ha paralizado respuestas ante crisis graves, como la guerra en Siria, el genocidio en Gaza o la invasión de Ucrania en 2022. Las tensiones entre las grandes potencias han revivido dinámicas de la Guerra Fría y han puesto en evidencia la dificultad de alcanzar consensos. Además, algunos críticos señalan la burocracia excesiva, la falta de eficacia en ciertas agencias y la brecha entre declaraciones solemnes y acciones concretas.
A pesar de estos retos, la ONU sigue siendo insustituible como espacio de diálogo multilateral en un mundo interdependiente. Los problemas globales del siglo XXI —pandemias, cambio climático, migraciones masivas, ciberseguridad, inteligencia artificial— no pueden resolverse de manera unilateral. La ONU ofrece un marco legítimo y universal para coordinar respuestas colectivas, aunque la eficacia dependa de la voluntad política de los Estados.
La perspectiva futura de la ONU pasa por realizar varias reformas y adaptaciones. Una de las más debatidas es la ampliación del Consejo de Seguridad para incluir a potencias emergentes como India, Brasil o Nigeria, reflejando un orden internacional más multipolar. También se discute cómo fortalecer la cooperación con actores no estatales —ONGs, empresas, sociedad civil— que hoy tienen un peso enorme en la gestión de problemas globales. La transparencia, la rendición de cuentas y la eficiencia administrativa son igualmente necesarias para recuperar la confianza de los ciudadanos del mundo.
Es evidente que, en el terreno de las ideas, la ONU podría asumir un liderazgo más firme en la promoción de un multilateralismo renovado, basado en principios de equidad, sostenibilidad y solidaridad. El concepto de “seguridad humana”, que va más allá de la seguridad militar para incluir la salud, la educación y el medio ambiente, puede servir de guía. Asimismo, la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible ofrecen un marco concreto para orientar la cooperación internacional hacia metas comunes.
En conclusión, las Naciones Unidas son hijas de un momento histórico de esperanza y aprendizaje tras una catástrofe global. A pesar de sus limitaciones y críticas, sigue siendo la institución que mejor encarna la aspiración de construir un orden mundial basado en el derecho, la cooperación y la dignidad humana. Su futuro dependerá de la capacidad de adaptarse a un mundo, en cambio, acelerado y de que los Estados miembros comprendan que, frente a los grandes desafíos de nuestro tiempo, el aislamiento nacional es una peligrosa ilusión y la cooperación internacional es una urgente necesidad.