0:00
0:00

La historia de la humanidad ha estado marcada por una lucha constante contra las enfermedades. Durante siglos, epidemias como la peste, la viruela, el cólera o la tuberculosis han diezmado a poblaciones enteras y como consecuencia configuraron la geografía política y económica de todos los continentes. Sin embargo, fue solo a partir de los siglos XVIII, XIX y XX, con el desarrollo de las vacunas y posteriormente de los antibióticos, que la humanidad comenzó a torcer el brazo de un destino biológico que parecía inmutable. Estos avances no solo salvaron millones de vidas, sino que transformaron radicalmente la salud pública y tuvieron consecuencias demográficas, económicas, sociales y políticas de enorme magnitud. El mundo actual en nada se parece al de nuestros antepasados.

La idea de prevenir enfermedades infecciosas mediante la inoculación tiene raíces muy antiguas. En China e India ya existía antaño la llamada variolización, una práctica rudimentaria para conferir inmunidad contra la viruela. Sin embargo, el verdadero punto de inflexión llegó en 1796, cuando el médico inglés Edward Jenner desarrolló la primera vacuna moderna. Al observar que las ordeñadoras que contraían la viruela bovina rara vez enfermaban de la viruela humana, Jenner inoculó a un niño con material procedente de las pústulas de vaca y luego lo expuso a la viruela. El niño no enfermó. Este experimento inició la vacunación, un término derivado precisamente de la palabra latina vacca.

En los siglos XIX y principios del XX se dieron avances espectaculares con las investigaciones de los científicos Luis Pasteur y Roberto Koch, padres de la microbiología. Pasteur desarrolló vacunas contra la rabia y el carbunclo o ántrax maligno, y su teoría germinal de la enfermedad proporcionó la base científica para entender por qué las vacunas funcionaban. Desde entonces, la vacunación se convirtió en una de las herramientas más poderosas de la medicina preventiva.

Así, mientras las vacunas ofrecían un escudo preventivo, el otro gran salto en la revolución sanitaria de nuestra época se dio con el descubrimiento de los antibióticos, sustancias capaces de curar infecciones bacterianas ya establecidas. El descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming en 1928 marcó un antes y un después. Aunque inicialmente su hallazgo pasó desapercibido, durante la Segunda Guerra Mundial se desarrollaron métodos industriales para fabricar la penicilina lo que permitió tratar a miles de soldados con infecciones que antes eran mortales. Poco después se descubrieron otras sustancias tales como las estreptomicinas, las tetraciclinas y otros muchos antibióticos, inaugurando una era en la que enfermedades como la sífilis, la tuberculosis o la neumonía dejaron de ser sentencias de muerte.

Los antibióticos cambiaron no solo la medicina, sino la vida cotidiana de los pueblos. Los antibióticos permitían cirugías más seguras, partos menos riesgosos, tratamientos efectivos para infecciones infantiles y una reducción drástica de la mortalidad general, contribuyendo al crecimiento demográfico de las poblaciones.

Una verdadera revolución en la salud pública se ha vivido en los últimos 150 años. El impacto combinado de vacunas y antibióticos ha sido extraordinario. Durante la primera mitad del siglo XX, la esperanza de vida en muchos países se duplicó. La viruela, que durante milenios había matado a millones, fue erradicada oficialmente en 1980 gracias a campañas masivas de vacunación organizadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Enfermedades como la poliomielitis o el sarampión fueron prácticamente eliminadas en gran parte del planeta. En paralelo, infecciones bacterianas que antes diezmaban a la infancia fueron controladas con antibióticos de amplio espectro.

Este cambio alteró radicalmente la demografía mundial. Al descender la mortalidad infantil y aumentar la expectativa de vida, se produjo un crecimiento poblacional sin precedentes. Entre 1900 y 2000, la población del planeta pasó de 1,600 millones a más de 6,000 millones de habitantes. La transición demográfica, el paso de un planeta con altas tasas de mortalidad y natalidad a bajas tasas en ambas variables, se aceleró gracias a estos avances médicos con evidentes consecuencias económicas, sociales y políticas.

La revolución de la salud tuvo repercusiones más allá de lo biológico. La aparición de sociedades más sanas permitió que se pudieran destinar más recursos a la educación y el desarrollo económico. La disminución de epidemias permitió consolidar Estados modernos más estables, ya que en el pasado las crisis sanitarias solían frecuentemente desatar convulsiones sociales. Además, la medicina preventiva y curativa se convirtió en un pilar del bienestar, configurando lo que hoy entendemos como el “derecho humano a la salud”.

La geopolítica también se transformó. La capacidad de un país de proteger a su población mediante programas de vacunación masiva se convirtió en un claro indicador de modernidad y poder. En muchos sentidos, las campañas de salud pública del siglo pasado rivalizaron con las grandes obras de infraestructura física como símbolos del progreso nacional.

No obstante, la historia de vacunas y antibióticos también muestra sombras. La resistencia bacteriana a los antibióticos es hoy una amenaza creciente, fruto del uso excesivo de estos en humanos y en la ganadería. Al mismo tiempo, movimientos antivacunas en algunos países han provocado brotes de enfermedades que se creían controladas. La reciente pandemia de COVID-19 recordó, además, que el riesgo de nuevas infecciones globales sigue latente y que la investigación en vacunas y fármacos debe continuar.

En conclusión, se puede afirmar que el descubrimiento de los antibióticos y la aplicación masiva de las vacunas ha sido uno de los mayores hitos de la historia humana. Estos avances transformaron la relación de la humanidad con la enfermedad, prolongaron la vida de millones, redujeron el sufrimiento y permitieron el crecimiento de la población mundial a niveles sin precedentes. Hoy, cuando nuevas amenazas como los virus emergentes o las bacterias resistentes a los antibióticos conocidos ponen a prueba estos logros, la lección histórica es clara, la salud pública depende tanto de la constante innovación científica como de la responsabilidad personal y colectiva para preservar y expandir estos beneficios heredados.

Roberto Blum

robertoblum@ufm.edu

post author
Artículo anteriorGuatemala rumbo al Mundial 2026: ¿Qué probabilidades tiene de clasificar directo o ir al repechaje?
Artículo siguienteEn el limbo reformas a la Ley electoral y de Partidos Partidos Políticos.