La colonización de Marte ya no es solo materia de la ciencia ficción. En conferencias, titulares y proyectos espaciales de la NASA, de SpaceX o de China, se habla con seriedad de enviar seres humanos al planeta rojo en las próximas dos décadas. Pero más allá de la capacidad tecnológica, surge una pregunta de fondo, ¿es conveniente y realista convertirnos en una especie interplanetaria cuando aún no hemos resuelto graves problemas locales?
Viajar a Marte será muy complicado. A diferencia de la Luna, que se encuentra a solo tres días de viaje, Marte está a unos 225 millones de kilómetros de la Tierra. Con la tecnología actual, llegar hasta allá tomaría entre seis y nueve meses. Y no se trata solo del traslado de seres humanos, los astronautas ya en el planeta rojo enfrentarán temperaturas que pueden descender a 125 grados centígrados bajo cero, radiaciones cósmicas letales y una atmósfera enrarecida, compuesta en un 95% por dióxido de carbono.
Los científicos también se preguntan cómo reaccionará el cuerpo humano a una gravedad reducida, apenas un 38 por ciento de la terrestre. Los huesos, músculos y el sistema cardiovascular seguramente sufrirán consecuencias difíciles de prever y enfrentar.
Sin embargo, la ciencia y las tecnologías no cesan de avanzar. La construcción del hábitat mediante la impresión 3D con materiales marcianos será posible, los experimentos de agricultura en ambientes extremos y el desarrollo de energía solar y nuclear podrían hacer factible que las primeras bases humanas logren cierta autosuficiencia. No serían colonias pobladas por miles de habitantes, pero sí asentamientos permanentes.
¿Por qué intentar colonizar a Marte? Sin duda el argumento más fuerte a favor es el de la supervivencia de nuestra especie. El famoso astrónomo y científico planetario Carl Sagan lo resumió con claridad, si la permanencia de la humanidad depende de un solo planeta, siempre estará expuesta a riesgos existenciales, desde guerras nucleares entre Estados o grupos terroristas, pandemias globales hasta posibles impactos de grandes asteroides capaces de destruir gran parte de las especies vivas. Colonizar Marte equivaldría a contratar un seguro de vida para nuestra especie.
Pero no es el único motivo. La exploración espacial ha sido un motor de innovación. En el siglo XX desarrollamos y colocamos satélites en órbita terrestre, revolucionamos las telecomunicaciones, diseñamos materiales resistentes y hasta increíbles avances médicos nacieron de la carrera espacial del siglo pasado. Una empresa de la magnitud de Marte podría acelerar nuevos desarrollos en energía limpia, inteligencia artificial y biotecnología.
Y no debemos olvidar que hay un aspecto cultural y psicológico, en un tiempo en que abundan las crisis políticas o culturales y escasean los grandes proyectos colectivos, la conquista de un nuevo mundo podría convertirse en un relato inspirador para toda la humanidad, algo semejante a lo que en su momento fueron las exploraciones marítimas de los siglos XV y XVI.
Sin embargo, no faltan las voces críticas. Una misión tripulada a Marte costaría cientos de miles de millones de dólares, recursos que se alega podrían invertirse mejor en resolver problemas urgentes en la Tierra tales como la pobreza extrema que aún afecta a cientos de millones de personas, la injusta desigualdad de oportunidades, las migraciones masivas y desordenadas o el cambio climático.
Otros señalan un grave dilema ético y ecológico, si en Marte existe vida, aunque sea microscópica, ¿tenemos derecho a colonizar y alterar ese ecosistema? Además, la bioseguridad preocupa: no solo por la posibilidad de contaminar Marte con organismos terrestres, sino también por el riesgo de traer de regreso bacterias o virus desconocidos que pudieran alterar o destruir nuestra biosfera.
Y hay un argumento más terrenal, algunos ven en Marte una escapatoria psicológica. Soñar con otro planeta puede convertirse en una forma de evadir los enormes desafíos que debemos resolver aquí y ahora, en nuestro propio mundo.
Pero, este sueño ¿sería alcanzable en dos décadas? Si hablamos de ciudades autosuficientes con miles de colonos, 20 años sin duda es un plazo demasiado corto. Pero si entendemos colonización como bases permanentes con presencia humana continua y cierta producción local de oxígeno, agua y alimentos, entonces el proyecto sí parece posible.
La NASA apunta a enviar humanos en la década de 2030, mientras que Elon Musk asegura que su empresa SpaceX podría lograrlo incluso antes. La historia enseña que la tecnología muchas veces avanza más rápido de lo jamás esperado, aunque factores políticos y económicos pueden retrasar los planes más ambiciosos.
Colonizar Marte en los próximos 20 años seguramente no signifique construir ciudades bajo cúpulas transparentes ni tampoco un éxodo masivo desde la Tierra, pero sí el primer paso para que la humanidad se convierta en una especie interplanetaria.
La conveniencia del proyecto dependerá de encontrar un equilibrio razonable entre diversos propósitos, invertir recursos en la exploración del planeta rojo sin descuidar las urgencias del planeta azul. Marte puede ser el futuro de nuestra supervivencia, pero la Tierra sigue siendo nuestro único hogar real. Aquí somos nativos y nos desarrollamos como seres vivos durante miles de millones de años. Cuidar este mundo deberá seguir siendo la primera prioridad, incluso si algún día miremos al cielo sabiendo que también tenemos casa en otro planeta.