El pasado 24 de abril de 2025 se publicó En espera de un nuevo comienzo.
Reflexiones sobre la vejez, obra del cardenal Angelo Scola, arzobispo emérito de
Milán. El libro llega acompañado de un prólogo escrito por el papa Francisco el 7
de febrero, apenas unas cuantas semanas antes de su muerte este 21 de abril. Ese
texto, que ahora adquiere una dimensión casi como un verdadero testamento, se
convierte en una pieza clave para entender la visión del pontífice sobre la muerte,
la vejez y la esperanza. Curiosamente, estas reflexiones dialogan de manera
elocuente con el libro El tránsito a la eternidad del teólogo germano-italiano
Romano Guardini, escrito en 1940 pero hoy de una vigencia sorprendente.

En su prólogo, Francisco afirma que “la muerte no es el fin de todo, sino el
comienzo de algo. Es un nuevo comienzo (…) porque viviremos algo que nunca
hemos vivido plenamente: la eternidad”. No se trata de una frase piadosa ni de
un consuelo convencional, sino de una afirmación cargada de teología y
experiencia cristiana. La muerte, vista como tránsito, no como aniquilación, forma
parte del camino de la vida. Y si es tránsito, entonces la vida eterna no es un
horizonte lejano, sino una continuidad transformada del amor y la confianza que
ya se viven en lo cotidiano, tanto para los cristianos como para todas las personas
que tienen la fortuna de alcanzar esa etapa de la vida humana.

Esta idea está en el corazón de El tránsito a la eternidad de Guardini, donde se
explora con rigor y sensibilidad el misterio de los “últimos acontecimientos”: la
muerte, el juicio, la resurrección, la purificación y la eternidad. Para Romano
Guardini, estos temas no deben ser abordados desde el miedo ni desde una
teología del castigo, sino como realidades profundas que revelan el destino de la
persona humana como ser esencialmente abierto al otro, a Dios.

En particular, Guardini insiste en que la muerte es un acto profundamente
humano y cristiano, que debe ser comprendido desde su raíz existencial y no solo
como evento biológico. “La muerte, en la medida en que es necesaria, forma
parte del destino del hombre. Pero es también fruto del pecado; por eso tiene en sí algo de antinatural. Y sin embargo, en Cristo, la muerte ha sido redimida y transformada en puerta hacia la plenitud”. Francisco, al escribir que la vida eterna “es el inicio de algo que no tendrá fin”, parece estar citando, de manera implícita, esa intuición guardiniana.

Ambos autores, además, coinciden en el valor espiritual de la vejez. Francisco
lamenta que se asocie la ancianidad con el descarte, cuando en realidad es una
etapa de sabiduría y contemplación. “Decir viejo no significa ser desechado
—escribe—, sino hablar de experiencia, de discernimiento, de escucha”. Guardini,
aunque no escribe específicamente sobre la vejez, sí reconoce que el tiempo que
precede a la muerte es un espacio privilegiado para la maduración interior. Es
entonces cuando el alma se desnuda de sus ataduras y comienza, incluso antes de
morir, a intuir lo que es la eternidad.

Pero quizás el punto de mayor sintonía entre Francisco y Guardini esté en su
crítica implícita a la cultura contemporánea, que evita pensar en la muerte, la
esconde, la transforma en arte o la banaliza. Guardini advierte que en el mundo
moderno “la muerte ha sido expulsada del horizonte existencial”, y eso impide a
la persona afrontar su verdadero destino. Francisco, por su parte, invita a una
reflexión serena: “no debemos tenerle miedo a la vejez ni a la muerte; debemos
aprender a vivirlas como parte del camino”.

La muerte, según esta tradición teológica, no es solo un fin inevitable, sino una
invitación a mirar la vida con profundidad. La purificación, el juicio y la
resurrección no son conceptos abstractos ni aterradores, sino momentos del
encuentro con la verdad, con uno mismo y con Dios. La eternidad, lejos de ser un
tiempo infinito, es la plenitud del amor.

El prólogo de Francisco, leído a la luz de Guardini, se convierte así en una carta de
despedida que no habla de clausuras sino de aperturas. No es el gesto de un
anciano que se retira del mundo, sino la palabra final de un creyente que ha
vivido su ministerio en clave de confianza y de esperanza. Y en ese gesto —tan
íntimo y universal a la vez— resuenan las palabras del teólogo que tanto lo
inspiró: “La eternidad no es un después, sino el sentido último del ahora cuando
es vivido en el Dios que es Amor”.

En tiempos en los que la muerte se convierte en tabú, en cifra estadística o en
espectáculo mediático, la voz de Francisco y la teología de Guardini recuerdan algo esencial, que el tránsito a la eternidad no comienza al morir, sino al vivir plenamente con la íntima confianza en la verdad y el amor.

Roberto Blum

robertoblum@ufm.edu

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