Durante siglos, los gobiernos recurrieron a los aranceles como una fuente clave de ingresos. Sin embargo, en el mundo moderno, esta estrategia ha caído en desuso debido a sus numerosas desventajas. Sin embargo, el presidente estadounidense parece estar convencido de la “belleza y utilidad” de ellos, quizás sin percatarse de todas sus desventajas. Los aranceles, que son impuestos aplicados a la importación de bienes y servicios, generan efectos negativos tanto en las economías nacionales como en el bienestar general de las poblaciones. Por esta razón, la mayoría de los países han optado por fuentes de financiamiento más eficientes y menos distorsionantes.
Parecería que son evidentes las desventajas de los aranceles como fuente de ingresos gubernamentales. En el pasado, los aranceles representaban una parte significativa del financiamiento de los gobiernos. Antes de la creación de sistemas modernos de impuestos tales como el impuesto sobre el consumo o el que grava los ingresos de las personas, el impuesto sobre la renta. Hasta principios del siglo XX, los aranceles eran una de las pocas herramientas disponibles del gobierno para recaudar fondos. Sin embargo, esta fuente de ingresos es problemática por varias razones.
Primero, los aranceles son altamente volátiles. Los ingresos derivados de ellos dependen del volumen de importaciones, el cual puede fluctuar debido a factores externos como crisis económicas, cambios en los precios internacionales o la evolución de la demanda interna. Esto hace que sean una fuente de financiamiento poco confiable en comparación con impuestos más estables, como el IVA (Impuesto al Valor Agregado) o el impuesto sobre la renta (ISR).
Segundo, los aranceles tienden a desalentar el comercio, lo que puede reducir la base imponible a largo plazo. A medida que las barreras comerciales encarecen los bienes importados, los consumidores buscan alternativas locales o reducen su consumo en general. Esto limita la cantidad de productos sujetos a impuestos, reduciendo la recaudación potencial del gobierno.
Tercero, los aranceles generalmente fomentan la corrupción y la evasión. En muchas economías, la imposición de aranceles elevados incentiva el contrabando y otras formas de comercio ilícito. Además, los procedimientos aduaneros en ocasiones suelen ser opacos y complicados, lo que permite la manipulación de los valores declarados de importación y la malversación de fondos.
Además de ser una fuente de ingresos poco eficiente, quizás lo más grave de los aranceles es su impacto negativo en el bienestar económico de la población y el crecimiento de largo plazo del país. Los aranceles afectan negativamente el bienestar general de los países que los imponen.
Uno de los efectos más evidentes es el encarecimiento de todos los bienes, tanto de consumo como de producción. Cuando un país impone aranceles, los importadores trasladan el costo adicional a los consumidores, lo que reduce su poder adquisitivo. Esto afecta de manera desproporcionada a las personas de menores ingresos, quienes gastan una mayor proporción de su salario en bienes básicos. Adicionalmente en un mundo globalizado como el actual, ningún país es capaz de producir por sí solo prácticamente ningún bien por lo que se presentaría una regresión hacia la producción de bienes más simples. Hoy en día ningún país por sí solo puede producir, por ejemplo, un teléfono inteligente como el iPhone.
Otro hecho es que los aranceles protegen artificialmente a industrias ineficientes. Al elevar el costo de los productos extranjeros, los fabricantes nacionales pueden mantener precios más altos sin necesidad de mejorar su productividad o innovación. Esto reduce la competitividad del país en el mercado global y limita el acceso de los consumidores a productos de mejor calidad a precios más bajos.
En México hasta mediados de los años 80, los aranceles aunados con permisos de importación generaron una cultura del contrabando y la corrupción. Además, sin duda, los aranceles tienden a generar represalias comerciales. Cuando un país impone aranceles sobre los bienes de otra nación, esta última puede responder con medidas similares. Esto lleva a guerras comerciales que perjudican a ambos países al restringir el comercio y reducir el crecimiento económico global.
Ante estos problemas, la mayoría de los países han optado por reducir su dependencia de los aranceles como fuente de ingresos. En su lugar, han adoptado sistemas impositivos más efectivos y menos perjudiciales para la economía. El IVA, por ejemplo, permite una recaudación estable sin afectar directamente el comercio internacional. Asimismo, los impuestos progresivos sobre la renta garantizan que quienes tienen mayores ingresos contribuyan en mayor medida al financiamiento del Estado.
Hasta ahora, la liberalización comercial, promovida por acuerdos internacionales y las recomendaciones de instituciones como la Organización Mundial del Comercio (OMC), ha demostrado ser una estrategia más efectiva para el desarrollo económico. La reducción de aranceles y otras barreras comerciales no arancelarias ha facilitado el crecimiento de las economías emergentes permitiendo que los consumidores tengan acceso a una mayor variedad de productos a precios competitivos. Sin duda el comercio voluntario y sin coerción es un juego en el que todos ganan, tanto los países como los individuos.
Se puede afirmar que, si bien los aranceles fueron una herramienta crucial en el pasado, su papel como fuente de ingresos gubernamentales ha disminuido debido a sus numerosas desventajas. Los aranceles no solo generan distorsiones económicas y encarecen los bienes de consumo, sino que también reducen la competitividad de las industrias nacionales y pueden provocar represalias comerciales. En un mundo cada vez más globalizado, los países han encontrado en los impuestos internos y en la apertura comercial estrategias más eficientes y sostenibles para financiarse y al mismo tiempo fomentar el bienestar económico.