La guerra en Ucrania ha sido uno de los conflictos geopolíticos más significativos del siglo XXI, con profundas raíces históricas y estratégicas. Comprender el contexto de esta confrontación requiere revisar la historia de Ucrania, su relación con Rusia y los intentos fallidos de negociación que pudieron haber evitado el conflicto armado.

La historia del Estado ucraniano no puede realmente separarse de la historia de Rusia y de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) hasta su independencia en 1991.

Ucrania, como entidad política, adquirió su forma moderna tras la Revolución Bolchevique y la creación de la Unión Soviética en 1922. Aunque la región poseía una identidad cultural propia, quedó integrada en la URSS como una de sus repúblicas fundadoras. Durante la era soviética, Ucrania desempeñó un papel crucial en la economía y la estructura geopolítica del bloque político comunista.

Con el colapso de la URSS en diciembre de 1991, Ucrania declaró su independencia en un referéndum abrumadoramente aprobado por su población. Sin embargo, su independencia no significó una ruptura total con Rusia, ya que el país siguió siendo dependiente de Moscú en términos económicos y energéticos. La cuestión de Crimea y la presencia de una significativa población rusa parlante en el territorio oriental de Ucrania seguirían siendo fuentes de tensión en las décadas posteriores.

La tensión entre ambas repúblicas exsoviéticas creció a partir de la declaración de Bucarest de 2008 cuando la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) planteó su expansión para incluir a Ucrania, lo que fue percibido por Rusia como una evidente amenaza existencial.

Así, uno de los principales factores de tensión en la región ha sido la expansión de la OTAN hacia el este. Desde la caída de la URSS, la alianza atlántica ha integrado a varios países que antes formaban parte del Pacto de Varsovia, incluyendo Polonia, Hungría y los países bálticos. Esta expansión ha sido vista por Rusia como una amenaza directa a su seguridad, especialmente después de la Revolución de Maidán en 2014, que llevó a un gobierno prooccidental en Kiev que permitió ataques de grupos nacionalistas contra las poblaciones ruso parlantes en el oriente ucraniano, así como el intento del gobierno de Ucrania de cerrar la base naval rusa en el mar Negro lo que llevó a la anexión de Crimea por parte de Rusia.

Para Moscú, la posibilidad de que Ucrania se uniera a la OTAN representaba un punto de inflexión inaceptable. Vladimir Putin ha reiterado en múltiples ocasiones que la adhesión de Ucrania a la alianza atlántica supondría una amenaza existencial para Rusia. La negativa de Occidente a considerar una neutralidad ucraniana fue uno de los factores clave que llevaron a la invasión rusa de febrero de 2022.

Sin embargo, poco después del inicio del conflicto, en marzo de 2022, se llevaron a cabo negociaciones entre las delegaciones de Ucrania y Rusia en Turquía. Según diversas fuentes, las partes discutieron un posible acuerdo que contemplaba la neutralidad de Ucrania a cambio de garantías de seguridad y el retiro de las tropas rusas. Este acuerdo, de haberse concretado, podría haber evitado una guerra prolongada.

Desgraciadamente, el proceso de negociación colapsó por varias razones. En primer lugar, la presión de Estados Unidos y el Reino Unido sobre el gobierno de Volodímir Zelenski forzó la decisión de no aceptar concesiones significativas. En segundo lugar, la ofensiva rusa no logró un avance lo suficientemente contundente como para obligar a Ucrania a ceder en sus demandas. Finalmente, el creciente apoyo militar de Occidente a Kiev hizo que el gobierno ucraniano optara por resistir en lugar de negociar un alto el fuego en términos relativamente favorables a Moscú.

A medida que la guerra se ha prolongado, las posibilidades de una solución negociada parecen más remotas. Sin embargo, tanto EE. UU. como Rusia tienen incentivos para buscar una salida diplomática: Washington enfrenta el costo creciente de su apoyo a Ucrania, mientras que Moscú sufre el impacto de las sanciones económicas y el estancamiento militar en el frente. La cuestión central sigue siendo si se puede encontrar un compromiso que satisfaga las demandas de seguridad de Rusia sin comprometer la soberanía de Ucrania.

El conflicto en Ucrania es un reflejo de la lucha por el equilibrio de poder en el mundo posterior a la Guerra Fría. La negociación fallida de 2022 fue una oportunidad desperdiciada que podría haber cambiado el curso de la guerra. Ahora, con ambos bandos atrincherados, la diplomacia parece más difícil, pero sigue siendo la única vía viable para evitar una escalada aún mayor del conflicto.

Una buena negociación para una paz duradera en la región tendrá que considerar no solo los aspectos actuales sino las consecuencias a mediano y largo plazo. Hay que recordar lo que en el ensayo: Las consecuencias económicas de la paz (1919), el economista inglés John Maynard Keynes argumentó: “el Tratado de Versalles impuso sanciones económicas excesivas a Alemania,” lo que no solo devastó su economía, sino que también sembró las semillas para futuros conflictos, incluido el ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Hoy Rusia y los Estados Unidos deben ser generosos con el derrotado Estado ucraniano y no imponerle condiciones que lo humillen y lo hagan inviable.

Eso solo provocará resentimiento y violencia en el futuro. Esto sería construir ahora una bomba de tiempo para la estabilidad europea y global. La clave estará en evitar una paz punitiva y, en su lugar, apostar por una reconstrucción sostenible y una integración económica que disuada futuros conflictos.

 

 

Roberto Blum

robertoblum@ufm.edu

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