Roberto Blum

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El sociólogo, historiador, jurista y economista alemán, Max Weber propuso un cierto método para el estudio de los fenómenos sociales, en el que comparaba la realidad observada con lo que él llamó “tipo ideal” del fenómeno. Así, podríamos hoy elaborar “tipos ideales” de los Estados contemporáneos. El primero sería el “Estado patria”, el segundo sería el “Estado proyecto”.

El Estado contemporáneo puede ser entendido de diversas maneras, dependiendo de cómo se perciba su papel en la vida de sus ciudadanos y en su proyección hacia el futuro. Dos conceptos que destacan como “tipos ideales” weberianos son el Estado como "patria" y el Estado como "proyecto futuro". Ambos enfoques reflejan visiones distintas sobre la identidad, nacional o ciudadana, el desarrollo político y el propósito colectivo de la sociedad.

El Estado como patria está profundamente arraigado en la idea de que es un espacio sagrado, construido a partir de la historia, las tradiciones y la identidad compartida de su pueblo. La patria es vista como el legado de generaciones pasadas, que debe ser preservado y protegido.

Este enfoque tiende a revalorizar la historia y las fronteras actuales, territoriales y culturales, del Estado como herencias inmutables, algo que se debe defender con fervor y con una fuerte carga emocional. Así, la patria es donde yacen los antepasados y el lugar donde nacimos: en otras palabras, la nación.

La narrativa sobre la patria se basa generalmente en mitos fundacionales, tales como la leyenda mexicana de la peregrinación de los aztecas desde Aztlán en el Norte hasta encontrar un águila devorando a una serpiente sobre un nopal, en un islote en medio de un lago, tal como lo habían prometido los dioses, y allí fundar la capital de su imperio.

En esta narrativa se construyen héroes nacionales y villanos, así como eventos históricos que son celebrados y recordados como elementos cruciales de la identidad colectiva. La defensa de la patria se convierte en un deber sagrado, y cualquier amenaza a la integridad territorial o cultural del Estado es vista como una agresión directa contra la identidad y la soberanía nacional.

Esta visión del Estado como patria lleva con frecuencia a un fuerte sentido de exclusión de aquellos que no comparten la misma herencia cultural o histórica. Esto puede resultar en políticas nacionalistas, que priorizan la preservación de la cultura dominante, y en marginar a las minorías o disuadir la integración de inmigrantes.

Por otro lado, el concepto de Estado como «"proyecto“, actual y futuro, se centra en la idea de que el Estado es una construcción dinámica, que debe ser continuamente moldeada y adaptada para enfrentar los desafíos del presente y aprovechar las oportunidades del futuro. Aquí, el Estado no se ve como una entidad estática, sino como un espacio de innovación, progreso y transformación para todos quienes deseen participar en el proyecto. El Estado está dispuesto a acoger a todos aquellos que deseen participar en el proyecto colectivo.

Tal es la idea fundacional, por ejemplo, de los Estados Unidos de América, un país de inmigrantes. Este enfoque pone énfasis en la construcción de una sociedad inclusiva y equitativa, donde el pasado se respeta, pero no se convierte en una barrera para el cambio. En lugar de mirar hacia atrás con nostalgia, los ciudadanos y los líderes de un Estado concebido como proyecto se enfocan en el desarrollo sostenible, la justicia social y la participación democrática como pilares para construir un mejor futuro compartido por todos.

Un Estado entendido como proyecto no se define tanto por sus fronteras físicas o su historia, sino por su capacidad de generar bienestar, cohesión social y oportunidades para todos sus ciudadanos. En este contexto, la identidad estatal es más fluida y abierta, permitiendo la inclusión de diversas culturas, ideas y perspectivas.

Esto generalmente resulta en un entorno más adaptable a la globalización y a los cambios tecnológicos, sociales y económicos.

Además, un Estado que se ve como un proyecto actual y futuro está más dispuesto a participar en la cooperación internacional, reconociendo que los desafíos globales, como el cambio climático, la migración y la desigualdad, requieren soluciones colectivas más allá de las fronteras y de los grupos nacionales.

Comparar el Estado como patria con el Estado como proyecto actual y futuro nos lleva a reflexionar sobre cómo queremos definir y construir nuestras sociedades. El enfoque patriótico proporciona un fuerte sentido de pertenencia y cohesión interna, pero corre el riesgo de volverse excluyente y resistente al cambio. En contraste, concebir el Estado como un proyecto en evolución promueve la inclusión, la innovación y la adaptación, pero en cambio, podría diluir los lazos emocionales con el pasado y la identidad histórica.

El desafío está en encontrar un equilibrio que permita a los Estados honrar su historia y su cultura, mientras se mantienen abiertos al cambio y al futuro. Esto requiere líderes y ciudadanos capaces de valorar tanto el legado de la patria como la necesidad de construir un proyecto común, que sea relevante y beneficioso para las generaciones actuales y venideras.

En última instancia, la forma como un Estado se define a sí mismo influye profundamente en su capacidad para prosperar en un mundo cada vez más interconectado y en constante transformación.

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