Roberto Blum

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En este mes se celebran las fiestas nacionales de Canadá, Estados Unidos, Venezuela, Argentina, Francia, Colombia, Bélgica y Perú amén de otros numerosos Estados-nación alrededor del planeta.

En el escenario mundial actual, pocos conceptos políticos han demostrado tener la capacidad de influir y moldear el curso de los eventos tanto como el nacionalismo. Este fenómeno, que ha sido una fuerza motriz en la historia humana durante los dos últimos siglos ha adquirido una relevancia renovada en el siglo XXI, desempeñando un papel central en una variedad de contextos políticos, económicos y sociales alrededor del mundo.

El nacionalismo, en su esencia, se refiere a una identificación individual y colectiva fuerte con la propia nación y una creencia en su superioridad o especial singularidad en comparación con otras naciones. Esta ideología puede manifestarse de diversas maneras, desde un sentido benigno de orgullo nacional hasta formas más extremas y excluyentes que pueden conducir a conflictos y divisiones. Sin embargo, lo que es indiscutible es su capacidad para movilizar masas humanas y provocar cambios significativos en el panorama político mundial.

El nacionalismo, tal como lo conocemos hoy, tiene sus raíces en la Ilustración y la Revolución Francesa del siglo XVIII. Antes de este período, la lealtad de las personas estaba más ligada a sus localidades, terruños y reinos que a una nación-estado en el sentido moderno. La Revolución Francesa de 1789 fue un punto de inflexión crucial. La idea de la soberanía popular y de una nación definida por un conjunto común de derechos y deberes transformó la percepción de la identidad colectiva. La famosa declaración de los revolucionarios franceses, Liberté, Égalité y Fraternité, encapsulaba un nuevo sentido de unidad nacional que trascendía las divisiones de clase y región. Esta transformación se extendió rápidamente por Europa y América, alimentando movimientos independentistas y nacionalistas en los países iberoamericanos y en Europa con Alemania e Italia, que eventualmente llevaron a la unificación de esos dos Estados en el siglo XIX.

Una de las razones por las que el nacionalismo se ha convertido en el concepto político contemporáneo más importante es su capacidad para conectar con las emociones y necesidades humanas básicas. En un mundo cada vez más globalizado y tecnológicamente interconectado, muchas personas buscan un sentido de pertenencia e identidad que a menudo encuentran en la noción de “mi nación”. Este sentido de comunidad y solidaridad nacional puede proporcionar un refugio emocional en tiempos de incertidumbre económica y social, lo que explica en parte el resurgimiento del nacionalismo en muchos países que actualmente sufren descalabros económicos con sus graves consecuencias sociales.

En Europa, el nacionalismo ha resurgido con fuerza en la última década, desafiando la idea de una integración europea sin fronteras. Movimientos nacionalistas y populistas han ganado terreno en países como Francia, Italia y Hungría, cuestionando los principios fundamentales de la Unión Europea y abogando por políticas más proteccionistas y centradas en los intereses nacionales. “El Brexit”, el referéndum que llevó al Reino Unido a salir de la Unión Europea (UE), es quizás el ejemplo más claro de este fenómeno, impulsado por una retórica nacionalista que prometía recuperar la soberanía y el control sobre las fronteras nacionales.

En Iberoamérica, el nacionalismo también ha tenido un impacto significativo. Líderes como Jair Bolsonaro en Brasil y Andrés Manuel López Obrador en México han utilizado narrativas nacionalistas para ganar apoyo popular, prometiendo restaurar la grandeza y la independencia de sus respectivos países. Estas promesas a menudo se combinan con una retórica antiglobalización y antiestablishment, apelando a los sentimientos de frustración y desilusión de grandes segmentos de la población.

En Asia, el nacionalismo ha jugado un papel crucial en la política de varias naciones, incluida China e India. En China, el presidente Xi Jinping ha promovido una forma de nacionalismo que combina el orgullo por la historia y la cultura china con una visión de un futuro poderoso y dominante en el escenario mundial. Esta visión ha llevado a políticas más asertivas en el Mar de China Meridional y a una intensificación de las tensiones con países vecinos y con Estados Unidos. En India, el primer ministro Narendra Modi ha utilizado el nacionalismo hindú como una herramienta para consolidar su poder y promover una agenda política que ha sido criticada por excluir a las minorías religiosas y étnicas.

El nacionalismo también se ha manifestado en la política de Estados Unidos, particularmente durante la presidencia de Donald Trump y en su actual campaña por la reelección. El eslogan de su campaña Make America Great Again (MAGA) encapsula una visión nacionalista que promete devolver a Estados Unidos su grandeza y proteger los intereses nacionales contra las amenazas percibidas de la globalización, la inmigración desbordada y el comercio internacional. Esta retórica ha resonado profundamente con muchos votantes que se sienten dejados atrás por las políticas de las élites globalizadoras y que con Trump buscan un liderazgo que ponga en el centro de su política los intereses nacionales estadounidenses.

A pesar de su capacidad para movilizar y unificar a las personas, el nacionalismo tiene sin duda un lado oscuro. En su forma más extrema, conduce a la xenofobia, al racismo y a los conflictos internacionales. La historia ofrece numerosos ejemplos de cómo el nacionalismo descontrolado ha llevado a guerras devastadoras, numerosas atrocidades y crímenes contra la humanidad. Por lo tanto, es crucial que las sociedades encuentren un equilibrio entre el orgullo nacional y el respeto por la diversidad nacional y la cooperación internacional.

Así pues, el nacionalismo se ha consolidado como el concepto político contemporáneo más importante debido a su capacidad para conectar con las emociones humanas básicas y su influencia en la política global. Aunque tiene el potencial de unir a las personas y promover la cohesión social, también es una poderosa fuerza que divide y destruye si no se maneja con cuidado. En un mundo en constante cambio, cada día más pequeño y poblado, el desafío parece que será aprovechar el poder de las profundas emociones que el nacionalismo destapa para de alguna manera lograr que promueva la paz y la prosperidad global, sin caer en los peligros de la exclusión, el chauvinismo y los conflictos entre los pueblos y las naciones.

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