La frase latina «Si vis pacem, para bellum» se traduce como «Si quieres la paz, prepárate para la guerra». Este adagio, atribuido Flavio Vegecio Renato, estratega romano que vivió en el imperio tardío, ha sido utilizado a lo largo de los siglos como una justificación para el mantenimiento de ejércitos y armadas navales fuertes con una preparación militar constante. Sin embargo, este concepto ha generado un debate significativo entre quienes ven la preparación bélica como una medida necesaria para la paz y aquellos que argumentan que con ella se perpetúan ciclos de violencia y desconfianza entre los Estados.
Quienes defienden la postura de «Si vis pacem, para bellum» sostienen que una postura de fuerza es crucial para disuadir a potenciales agresores. La lógica detrás de este enfoque es que un país bien armado y preparado para la guerra presenta un alto costo para cualquier adversario que contemple un ataque. Esta capacidad de disuasión puede mantener la estabilidad y la paz, evitando conflictos antes de que comiencen. La historia ofrece varios ejemplos que respaldan esta perspectiva.
Durante la Guerra Fría, por ejemplo, la doctrina de la destrucción mutua asegurada (MAD, por sus siglas en inglés) entre Estados Unidos y la Unión Soviética se basaba en la premisa de que ambos poseían arsenales nucleares suficientemente grandes como para garantizar la destrucción total de ambos en caso de conflicto. Esta amenaza recíproca se acredita a menudo con haber evitado una guerra nuclear directa.
Otro argumento a favor es que la preparación para la guerra puede tener efectos beneficiosos en tiempos de paz. Las innovaciones tecnológicas y científicas derivadas de la investigación militar a menudo encuentran aplicaciones civiles. La tecnología GPS, la Internet y muchos avances médicos, como la cirugía mínimamente invasiva, tienen sus raíces en la investigación militar.
Además, un ejército fuerte puede ser instrumental en la defensa de la soberanía y la integridad territorial de una nación. En un mundo donde las amenazas pueden surgir de actores estatales y no estatales, una preparación militar adecuada proporciona una red de seguridad esencial para la protección de la ciudadanía y la preservación de la democracia y la libertad.
Por otra parte, los críticos de «Si vis pacem, para bellum» argumentan que esta mentalidad perpetúa una cultura de militarización y violencia. La preparación constante para la guerra puede fomentar una carrera armamentista, donde los países se ven atrapados en un ciclo continuo de incremento de arsenales y capacidades militares, incrementando la probabilidad de conflictos armados.
Por ejemplo, el economista angloamericano Kenneth Boulding señaló cómo los preparativos bélicos pueden alimentar un clima de desconfianza y hostilidad. Cuando un país invierte significativamente en su capacidad militar, otros países vecinos y, en nuestra época todos somos vecinos en un mundo globalizado, generalmente interpretan esto como una amenaza, llevando así a una espiral de tensiones y potenciales conflictos.
Además, es evidente que los recursos destinados a la preparación militar podrían ser empleados de manera más efectiva en áreas como la educación, la salud, y el desarrollo económico. Los enormes gastos en defensa representan una oportunidad perdida para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y abordar problemas globales como la pobreza y el cambio climático. Un ejemplo contemporáneo es el gasto militar de Estados Unidos, que supera con creces la inversión en infraestructuras y programas sociales esenciales.
Los críticos también señalan que la preparación para la guerra no necesariamente garantiza la paz. La Primera Guerra Mundial se inició a pesar de los extensos preparativos bélicos de las potencias europeas. De hecho, algunos historiadores argumentan que estos mismos preparativos y alianzas militares contribuyeron a la escalada del conflicto a partir del asesinato del archiduque austriaco y su esposa en Sarajevo en junio de 1914.
Es indudable que la frase, «Si vis pacem, para bellum» ofrece una visión compleja de la relación entre la guerra y la paz. La disuasión y la defensa son componentes importantes para la seguridad nacional, pero deben ser balanceados con esfuerzos diplomáticos y políticas que promuevan la cooperación internacional y el desarrollo sostenible. La historia muestra que ni la preparación bélica ni el desarme unilateral garantizan la paz por sí solos. Por tanto, la verdadera seguridad y estabilidad global seguramente residen en un enfoque híbrido que combine una defensa robusta con un compromiso firme con la diplomacia, el desarme progresivo, la no intervención en los asuntos internos de los otros países y por tanto la resolución pacífica de los conflictos.