Roberto Blum

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Søren Kierkegaard, el profundo filósofo danés del siglo XIX, se sumergió en las complejidades de la existencia humana, examinando las diversas etapas por las que las personas atraviesan en su búsqueda de significado y propósito. Una de sus ideas centrales gira en torno a la transición desde el hedonismo hasta la fe religiosa: un viaje transformador en el que atraviesan las fases estética y ética, para quizás llegar a la fase religiosa, y a partir de ahí decidir dar el mortal salto en el que solo “el caballero de la fe” es capaz de arriesgar.

La exploración de Kierkegaard comienza con el individuo que no se encuentra a sí mismo, por estar entregado a los burdos placeres de la carne. El individuo hedonista busca las experiencias sensoriales mientras evita el aburrimiento. Así, él se sumerge en los placeres transitorios y efímeros de la vida. Sin embargo, siente de alguna forma que no se satisface su necesidad de sentido. Así, en su insatisfacción, quizá pasa a la fase estética, que es un período caracterizado por la búsqueda de la belleza. Parecería que la belleza, su creación o la contemplación de esta pudieran darle un sentido más profundo a la vida, pero en su afán de encontrarlo, paradójicamente siente que se aleja al seguir buscando la satisfacción vital en las actividades estéticas. Sin embargo, según Kierkegaard, esta búsqueda del placer y de la belleza es en última instancia fútil y conduce a una sensación de desesperación y vacío.

En la fase estética, el individuo participa de indulgencias sensoriales más finas, la gratificación inmediata derivada de los sentidos que mantienen la distancia con el mundo, tales como la vista y el oído. Sin embargo, a pesar del atractivo de estas experiencias, Kierkegaard sugiere que la persona que pasa del hedonismo a la fase estética acaba enfrentándose a un profundo vacío existencial. La búsqueda constante de novedad y placer no proporciona una satisfacción duradera, y el individuo se queda lidiando con una sensación de falta de sentido.

Se iniciaría así su tránsito a la fase ética. Reconociendo las limitaciones de lo hedonista y lo estético, Kierkegaard propone la fase ética como la siguiente en el desarrollo del individuo. En esta fase, los seres humanos afrontan las responsabilidades y obligaciones morales que acompañan a la existencia social. La vida ética implica tomar decisiones basadas en un sentido del deber, la responsabilidad y un compromiso con principios morales universales. Es evidente que la transición de la fase estética a la ética requiere una profunda autorreflexión y el reconocimiento de las limitaciones de la búsqueda hedonista. El individuo comienza a comprender la importancia de las consideraciones éticas, reconociendo que el significado de la vida va más allá del placer personal y la gratificación de los sentidos.

En la fase ética, el individuo afronta la tensión entre los deseos personales y las obligaciones morales. Esta tensión, conocida como la «suspensión teleológica de lo ético», es un concepto fundamental en la filosofía de Kierkegaard. Implica la disposición a ir más allá de las normas morales convencionales y mantenerse atento a un llamado superior o a un deber religioso. Esta noción prepara el escenario para la transición final de lo ético a lo religioso y, para ilustrar esto, el filósofo danés nos recuerda la historia del sacrificio de Isaac en la Biblia a manos de su padre Abraham.

La culminación de la exploración de Kierkegaard yace en la fase religiosa, donde los individuos van más allá de lo ético, para abrazar la fe. En esta fase, la fe no es simplemente una adhesión a doctrinas o dogmas religiosos, sino un compromiso profundo, personal y subjetivo con una relación absoluta con lo divino.

Kierkegaard introduce el concepto del «caballero de la fe» como un ejemplo de la fase religiosa superior. La fe, según Kierkegaard, implica un salto paradójico más allá de la razón y la ética. El individuo abraza lo absurdo, reconociendo la tensión inherente entre lo finito y lo infinito, lo temporal y lo eterno. De esta manera la persona religiosa acepta las limitaciones de la comprensión humana y se rinde a un poder superior.

Kierkegaard distingue entre dos tipos de fe: subjetiva y objetiva. La fe subjetiva es una experiencia intensamente personal, un compromiso apasionado, que trasciende la razón y desafía la explicación lógica. La fe objetiva, por otro lado, implica la adhesión a doctrinas y dogmas religiosos, representando una forma más externa e institucionalizada de creencia.

Así pues, la exploración de Søren Kierkegaard del viaje desde el hedonismo hacia la fe ofrece profundas perspectivas sobre las complejidades de la existencia humana. La transición a través de las fases hedonista, estética, ética y religiosa representa un proceso transformador, donde los individuos luchan con las limitaciones del placer, asumen responsabilidades morales y, finalmente, hacen un compromiso subjetivo y apasionado con el absurdo de la fe.

La filosofía de Kierkegaard desafía a los individuos a ir más allá de los placeres superficiales de las fases hedonística y estética, alentándolos a reconocer las dimensiones morales más profundas de la vida en la fase ética. El salto a la fase religiosa implica un compromiso profundo con la fe, donde la razón se trasciende y el individuo abraza la naturaleza paradójica de la existencia.

Así pues, la exploración de Kierkegaard invita a la reflexión sobre la naturaleza de la existencia, instando a los individuos a asumir las complejidades de sus propias vidas y a lidiar con las profundas preguntas que se encuentran en la intersección del placer, la belleza, el deber y, finalmente lo absurdo de la fe.

 

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