Roberto Blum

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El presidente estadounidense James Monroe, en su informe al Congreso de la Unión en 1823 expresó: “… como principio en el que están involucrados los derechos e intereses de los Estados Unidos, afirmamos que los países americanos, por la condición de libres e independientes que han asumido y mantienen, no deben ser considerados en adelante como sujetos de futura colonización por cualquier potencia europea… Por lo tanto, declaramos que consideraremos cualquier intento de parte de cualquier potencia europea de extender sus sistemas a cualquier parte de este hemisferio como peligroso para nuestra propia paz y seguridad”. Así quedó manifestada para la historia la “doctrina Monroe” con la que se siguió el proceso de alcanzar la hegemonía regional de los Estados Unidos de América.

En 1823 los Estados Unidos habían conseguido más que duplicar su territorio original de acuerdo con la creencia popular en su evidente “Destino Manifiesto”. Veinte años atrás, en 1803, habían aprovechado la oferta de venta del enorme territorio de la Luisiana que Napoleón, aun el primer cónsul de la Revolución les había hecho.

Hay que recordar que desde 1762, España había poseído el territorio de Luisiana, que incluía unos 2,145,000 kilómetros cuadrados. El territorio comprendía todo o parte de quince estados actuales de los Estados Unidos, entre el río Mississippi y las Montañas Rocallosas. En 1795 el Tratado de San Lorenzo/Pinckney había resuelto las fricciones entre España y los Estados Unidos sobre el derecho a navegar por el Mississippi y el derecho de los estadounidenses a transferir sus mercancías a barcos de alta mar en el puerto de Nueva Orleans. Con el Tratado de San Lorenzo/Pinckney en vigor y el débil imperio español controlando la Luisiana, los estadistas estadounidenses se sentían seguros de que la expansión hacia el oeste de los Estados Unidos no sería restringida en el futuro. Su “Destino Manifiesto” podría proseguir sin trabas.

Sin embargo, esta favorable situación se vio amenazada por los planes de Napoleón Bonaparte de revivir el imperio francés en el Nuevo Mundo. El futuro emperador tenía planes de recapturar la valiosa colonia azucarera de Santo Domingo, perdida por una rebelión de esclavos y luego utilizar Luisiana como el granero de su imperio. Francia adquirió la Luisiana de España en 1800 y tomó posesión en 1802. Bonaparte envió un gran ejército francés a Santo Domingo y se preparó para enviar otro a Nueva Orleans. Los habitantes del oeste estadounidense temieron que los franceses, más poderosos que los españoles, llegaran a controlar Nueva Orleans: el presidente Thomas Jefferson escribió: «En el globo existe un solo lugar, cuyo poseedor es nuestro enemigo natural y habitual. Ese es el puerto de Nueva Orleans».

Así pues, además de realizar preparativos militares para un conflicto en la región del Mississippi, Jefferson envió a James Monroe para unirse a Robert Livingston en Francia con el fin de intentar comprar Nueva Orleans y la Florida Occidental hasta por 10 millones de dólares. Si eso fallaba, debían intentar crear una alianza militar con Inglaterra. Mientras tanto, el Ejército francés en Santo Domingo estaba siendo diezmado por la fiebre amarilla, y la guerra entre Francia e Inglaterra se perfilaba en el horizonte. Napoleón decidió renunciar a sus planes para la Luisiana y ofreció a Monroe y Livingston todo el territorio de Luisiana por 15 millones. Aunque esto excedía ampliamente las instrucciones del presidente Jefferson, aceptaron de inmediato. Así solo el territorio septentrional de la Nueva España estaba en el camino victorioso de los Estados Unidos para llegar al Océano Pacífico. En 1819 España y los Estados Unidos firmaron el tratado Onís/Adams en el que se definía la enorme frontera occidental de la Luisiana y España por su parte renunciaba a su pretensión de los territorios del Pacífico noroeste.

Así tras la independencia y la posterior anexión de Texas y la injusta guerra librada contra México entre 1846 y 1848, México cedió por el tratado de Guadalupe-Hidalgo a los Estados Unidos los territorios de Nuevo México y California y parte de Texas. Los Estados Unidos llegaron así al océano Pacífico. Su voracidad territorial no se satisfaría sino hasta después de 1898 cuando ya se había convertido sin duda en el Hegemón regional del hemisferio occidental.

En adelante, la política extranjera de los Estados Unidos seguiría siendo consistente en su imparable tránsito por todas las regiones del planeta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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