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Inicia el final del año, ese momento y esa semana que nos obligan a detenernos, a mirar lo recorrido y a agradecer. Es un cierre que invita a hacer balances, a reconocer lo vivido —en lo colectivo y en lo personal— y a preguntarnos qué aprendimos, qué nos dolió y qué estamos dispuestos a cambiar.

El problema: En el análisis político solemos concentrarnos casi de manera automática, en lo que ocurre en el país. Este año —y probablemente los últimos dos— ha sido particularmente convulsionado, y eso los ha convertido también en años intensos para quienes vivimos analizando la coyuntura política y social de Guatemala.

¿Qué pasó? A veces se nos olvida analizar lo que nos ocurrió en la vida personal. Como siempre, hubo cosas malas, cosas buenas y muchas cotidianas: de todo un poco. El reto ha sido tratar de mantener una mirada optimista, recordar que incluso de lo malo aprendemos algo y agradecer lo bueno. También aprender a salir de lo rutinario, o al menos procurar que lo cotidiano se transforme en algo positivo.

Y es que estamos viviendo una época de muchos cambios, de temas diversos y de experiencias profundas. No fue un año cualquiera. Digo que inicia el final del año porque, para quienes somos cristianos, celebrar la venida del Hijo de Dios al mundo marca simbólicamente el inicio del cierre anual. Más allá de las creencias personales, el calendario del mundo entero se organiza alrededor de estas fechas: el 24 de diciembre se conmemora la Navidad y, una semana después, termina el año e inicia uno nuevo.

¡No se vale! Que, sin importar la religión que practiquemos o en qué creamos, dejemos pasar estas fechas sin dar gracias: al Creador, a la vida, al universo, a todo lo perfecto que se mueve a nuestro alrededor. No se vale no aprovechar este momento para preguntarnos qué hicimos bien, qué hicimos mal y qué haríamos diferente.

Uso esta frase todo el año, acompañada del “ya es hora de que hagamos algo” y una idea que le copié a mi amiga del alma, Catalina Soberanis: que todo lo malo que pasa nos duela, para que trabajemos por cambiarlo. Porque no hay mejor forma de agradecer lo recibido que provocando, a través de nuestras acciones, cambios que beneficien a los demás.

Pero, sobre todo, sepamos dar gracias. Sepamos ser humildes y valorar lo que tenemos. Si lo comparamos con la realidad de la mayoría de la población, lo nuestro sigue siendo mucho más. Y sí, hemos tenido momentos difíciles, pero nada pasa por casualidad. Todo pasa por algo, y ojalá ese algo se traduzca en cambios positivos, tanto en nuestras vidas como en las de los demás.

Yo, en lo particular, tengo mucho que agradecer a muchas personas que, de una u otra forma, han estado a mi alrededor. Personas que me han permitido alcanzar sueños o, al menos, intentarlo. Y aunque mi trabajo se ha convertido muchas veces en un análisis crítico, también he procurado reconocer lo positivo que sucede a nuestro alrededor, aun cuando eso me valga que me acusen de defender a quienes gobiernan.

Este espacio semanal para escribir y el podcast que también grabo cada semana —donde comparto parte de mis 43 años de vida política— son una verdadera bendición. Valoro profundamente a quienes han hecho posible estos espacios y a quienes, desde lo personal y lo familiar, han estado a mi lado. Incluso las críticas las agradezco, porque nos ayudan a mantenernos humildes y a no creernos dueños de la verdad ni de nada que no nos pertenece. En este mundo solo ocupamos un espacio; de nosotros depende cómo lo usamos.

¡Ya es hora! Que ese llamado al diálogo, a la negociación, a la paz, al entendimiento y a ver las cosas con amor y optimismo —sin dejar de lado la crítica firme contra la corrupción y contra quienes se aprovechan de los demás— deje de ser solo un discurso y se convierta en acciones reales. Acciones que provoquen cambios positivos en nuestras vidas y en las de los demás. Todo lo que se hace con amor, diálogo y, ojalá, acompañado de una tacita de café, tiene que traer algo bueno, sea cual sea el resultado.

Que nos duela el sufrimiento ajeno, la pobreza y la desigualdad. Vivimos en un mundo materialista donde la riqueza suele medirse solo en dinero, y olvidamos que la verdadera riqueza también es la paz, el amor y la tranquilidad que todos soñamos. Que ese dolor sea el motor para actuar, para involucrarnos, para exigir y para trabajar por cambiar el destino de Guatemala. Caminemos, participemos… o no avanzamos.

 

José Roberto Alejos Cámbara

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