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Ya nadie se atreve a negar que el sistema colapsó. Algunos lo calificamos como estado fallido, otros lo ven como un estado cooptado en toda su magnitud y muchos se inclinan por señalarlo como corrupto. A estas alturas no importa el nombre que quieran darle, sencillamente el sistema ya no funciona y nos sigue pasando factura. 

En esta falla no se puede dejar de incluir al ministerio de Gobernación; y sería muy corta esta columna para enlistar las obligaciones que no ha cumplido no solo en el caso del Sistema Penitenciario sino también en la cobertura de seguridad ciudadana. La escalada de muertes violentas solo refleja cómo esa inseguridad se adueñó de la nación a través del accionar de las maras y del manejo de barrios mediante el narcomenudeo, las extorsiones y el sicariato, hechos que las autoridades ya no pueden controlar sea por negligencia o por incapacidad. 

El problema: A esto hay que sumar la presencia nuevamente en las calles de veinte líderes de pandillas con capacidad de cometer los delitos más atroces que la mente humana pueda imaginar, veinte jefes delincuenciales que desnudaron la incapacidad institucional que permitió su escapatoria y no porque la cárcel en donde estaban recluidos fuera buena o mala, sino porque tuvieron como aliadas a la corrupción y complicidad, lo que devela que efectivamente tenemos un sistema averiado, cooptado y manejado a favor de la delincuencia más temida proveniente de las pandillas. 

Esta escapatoria es una bofetada a lo que somos como país, y como si fuera poco, también nos abofetean los responsables cuando al verse descubiertos en su inutilidad pretenden tejer, a base de mentiras, historias para confundirnos, historias como afirmar que salieron “disfrazados” de policías; y peor aún escucharlos decir que no hay claridad respecto de cuándo esas joyitas dejaron de ser inquilinos de una cárcel que se suponía de alta seguridad. Su ilegal libertad hace que pulule el miedo en cada calle y avenida y nos obligue a ver sobre los hombros segundo a segundo. 

¿Qué pasó? Nos abofeteó el ahora exministro de Gobernación, Francisco Jiménez, al no haber procedido a la destitución inmediata de sus viceministros y otros mandos de alto rango y en cambio se mostró debil al solo despedir a jefes de otras prisiones, su actitud sacó a relucir lo que hemos sabido siempre: el Sistema Penitenciario, en su totalidad, está en manos del crimen organizado que se cobija con la complicidad y la vista gorda de muchos funcionarios. 

Procede aquí, más que “aceptar” renuncias, la inmediata solicitud presidencial para que se inicie una investigación sobre todo aquel sospechoso, independientemente de su rango. No basta decirles que se vayan a sus casas, hay que investigarlos especialmente porque ya empezaron a florecer señalamientos de unos contra otros y si las sindicaciones solo se quedan en chismes habrá más confusión y desaliento entre la población que de manera recurrente exige resultados y castigo para quienes fomentan, permiten y abonan a la vulnerabilidad y la crisis estructural del sistema carcelario.

NO SE VALE que la inteligencia militar, la civil o la de cualquier otra institución al servicio del Estado le niegue al Presidente de la República información fidedigna y completa. En ROBERTO ALEJOS-PODCAST charlamos con alguien experto en temas de seguridad y quien, de acuerdo a su tesis, plantea que es casi imposible que, en este caso, no estuvieran involucradas muchas figuras de la cadena de mando de rangos muy superiores hasta los del otro extremo que bien pudiera ser el guardallaves, por ejemplo. 

YA ES HORA de entender que no se trata solamente de hacer chapuces a la legislación, sino de actuar con firmeza y de entender que no es posible que ministerios como Gobernación o Comunicaciones tengan tantas funciones (ministerios enormes) y carezcan de la capacidad para cumplir con ellas; esto nos pone frente al dilema de seguir viendo que la corrupción seguirá siendo inmanejable hasta que no se perfile una reforma a todo el Organismo Ejecutivo.

Que nos duela la situación del país especialmente en el tema de seguridad, pero más aún, que nos duela, aunque suene trillado, ver que la corrupción ya no es solamente un cáncer incrustado en el sistema, sino que ya hizo metástasis que requiere acciones duras a corto plazo. Que ese dolor sea el motor para actuar, para involucrarnos, para exigir y trabajar para cambiar el destino de Guatemala. ¡Caminemos, participemos… o no avanzamos!

José Roberto Alejos Cámbara

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