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Entre el estancamiento prolongado del Congreso y los reacomodos de bancadas, reaparece una pregunta clave: ¿qué significa ser partido oficial y qué implica ser aliado? La distinción no es semántica: ordena responsabilidades, delimita márgenes de negociación y condiciona el acceso —legítimo— a la institucionalidad del Estado. En esta columna propongo aclarar conceptos, revisar los hechos recientes (fracturas, votaciones y roles) y explicar por qué las alianzas, bien entendidas, son herramientas para la gobernabilidad sin confundirse con cooptación ni con renuncia al contrapeso democrático. Sin esa claridad, el debate público se pierde entre etiquetas y sospechas, y el país sigue sin acuerdos.

El problema: El Congreso de la República sigue empantanado. A pesar de la reciente aprobación de la ley que permite usar, por dos años más, fondos de los Consejos de Desarrollo como recursos extraordinarios, el Congreso apenas ha aprobado siete leyes en lo que va del año. Entre ellas figuran la “ley de la Biblia” y el “Día de las Comadronas”. No digo que no sean importantes para algunos; señalo que no integran una agenda legislativa prioritaria.

El año pasado ocurrió algo parecido, pero la ampliación presupuestaria reactivó alianzas y permitió aprobar temas clave: elección de Cortes casi por unanimidad, presupuesto, Junta Directiva y otras normas, incluido el famoso aumento presupuestario, ya analizado aquí. Sin embargo, el aumento salarial dividió y confrontó a los bloques. A esto se sumó un problema más grave: la Corte de Constitucionalidad obligó a renunciar a la primera secretaria, quien, hasta hoy, no ha podido ser sustituida.

¿Qué pasó? Además de lo anterior, la bancada del partido oficial —que la habían declarado independiente— se fracturó. La mayoría de sus integrantes decidió trabajar en un nuevo proyecto: el partido en formación Raíces (bancada Raíces). Sus miembros han aclarado que no rompieron con el Presidente ni con el gobierno. El Presidente, por su parte, precisó que solo existe una bancada oficial, encabezada por José Carlos Sanabria; la otra es una bancada aliada.

Ser aliado, entonces, significa acompañar y votar con el gobierno en temas de interés común, participar en negociaciones y —según ha dicho su máximo dirigente, Samuel Pérez— ayudar a conseguir votos para que avancen las iniciativas del Ejecutivo. La bancada oficial (Semilla) mantiene los enlaces con los ministerios y con el Organismo Ejecutivo; lleva la voz cantante en la interlocución político-técnica y accede a información y gestiones propias del gobierno. Una bancada aliada apoya, pero no representa al gobierno, no conduce la agenda estatal ni tendrá el mismo acceso institucional; su rol es contribuir a la gobernabilidad y a la institucionalidad desde un espacio distinto.

Conviene recordar que todo aliado tiene proyecto propio: en su momento presentará su candidato presidencial y sus nóminas a alcaldías y diputaciones. Aunque hoy vote con el gobierno, mañana competirá con él. La campaña es competencia: se negocian formas, no puestos. La negociación ocurre ahora, cuando se buscan intereses comunes para trabajar de la mano por un fin superior: la nación, desde la perspectiva de quien gobierna.

NO SE VALE que en ROBERTO ALEJOS-PODCAST no analicemos este tema, especialmente cuando el Presidente ha aclarado la diferencia entre bancada oficial y bancada aliada. Un negociador del Ejecutivo tiene, entre sus funciones, identificar y tejer alianzas —personales o de bancada— y servir de enlace para lograr avances.

YA ES HORA de entender que un gobierno no puede aislarse: para alcanzar sus fines debe negociar. La negociación crea alianzas y esas alianzas pueden abarcar la construcción conjunta de iniciativas, su aprobación y, en algunos casos, apoyo a la ejecución. Pero un aliado no dirige el Estado y, llegado el momento, deberá ser crítico de quien gobierna para marcar diferencias en la votación.

Que nos duela la situación del país: la falta de consensos en el Congreso, la ausencia de trabajo conjunto para construir más y mejores alianzas. La oposición se mantiene distante —y no se trata de criticar por estar en oposición; nos ha tocado estar de los dos lados—, pero muchos de quienes hoy se oponen formaron parte del movimiento que impulsó la transición y no deberían de dejar que ese tema caiga o se debilite. Que ese dolor sea motor para actuar, involucrarnos, exigir y trabajar por cambiar el rumbo de Guatemala. Caminemos, participemos… o no avanzamos.

José Roberto Alejos Cámbara

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