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Hablar de seguridad en Guatemala es hablar de una herida abierta que atraviesa generaciones. La violencia se ha vuelto parte del día a día, nos acompaña en los titulares, en las conversaciones familiares y en los miedos más íntimos. Sin embargo, aunque los números crecen y la indignación aumenta, seguimos sin encontrar respuestas de fondo. Y esa indiferencia institucional es quizá el mayor riesgo que enfrentamos.

 El problema: Es innegable que en Guatemala las estadísticas de inseguridad han aumentado de manera alarmante. Por primera vez, el propio ministro lo ha reconocido, aunque es un tema que nos viene golpeando desde hace mucho tiempo.

Recuerdo que, en la campaña previa a la elección de Álvaro Colom, el tema de todos los días eran los asesinatos de transportistas, en particular de choferes y ayudantes de buses urbanos. La situación era realmente alarmante y fue utilizada como propaganda por el Partido Patriota, que se presentaba como la opción de seguridad.

Al asumir Álvaro Colom, el entonces ministro de Gobernación, Vinicio Gómez Reyes—que en paz descanse— logró reducir los índices: la tasa de homicidios por cada 100,000 habitantes bajó en apenas los primeros cien días de gobierno. El tema era profundo, porque la violencia no venía solo de afuera, sino también de dentro del Estado. Habrá que hablar en otra ocasión de la llamada “limpieza social”, que en realidad no eliminaba solo delincuentes, sino que abría una herida más en el sistema.

¿Qué pasó? En estos días hemos visto cómo el Sistema Penitenciario ha sido tomado por los mismos reos, que llegaron incluso a mantener como rehenes al personal penitenciario. Reclaman por las condiciones que sufren adentro, producto de que líderes de las dos maras más grandes —la 18 y la Salvatrucha— comparten espacio y compiten por el control.

La cárcel de alta seguridad dejó de serlo, y hoy es desde dentro de esos muros que se giran las órdenes de extorsión, asesinatos y otros actos de violencia. El propio ministro lo admitió en una entrevista que tuve el gusto de hacerle en ROBERTO ALEJOS PODCAST, donde explicó cómo estaba intentando enfrentarlo.

Pero lo que más alarma es la violencia cotidiana: un hermano mata a otro; una niña asesina a su maestro; un hombre patea brutalmente a su novia y ella no se atreve a denunciar; en Suchitepéquez. Alguien dispara en plena calle y mata a una persona inocente porque, según él, quería “darle una lección” a unos motoristas que lo molestaban.

¿Es la impunidad, que hace sentir a muchos que pueden cometer delitos sin consecuencias? ¿O es la desesperación de quienes buscan hacerse justicia por su propia mano porque no encuentran seguridad en el Estado? La gente lo dice con frustración: “Aquí nadie hace nada por uno”.

NO SE VALE que la población comience a pedir un modelo de “mano dura” al estilo Bukele. Sabemos que eso no es sostenible ni lo mejor para ningún país. El verdadero debate está en las causas de la inseguridad, y ese es precisamente el tema que analizamos esta semana en Roberto Alejos Podcast.

Todo influye, desde las pandemias y epidemias, los desastres hasta los desastres naturales o provocados, los conflictos sociales y, sobre todo, el debilitamiento de la institucionalidad en materia de seguridad y justicia. Los responsables son diversos y actúan en distintos frentes: la delincuencia común, las pandillas —maras y clicas—, el crimen organizado en sus dimensiones nacional y transnacional, y también la ciberdelincuencia, que crece aceleradamente y cuyo impacto todavía no alcanzamos a dimensionar.

YA ES HORA de aceptar que el bienestar de los guatemaltecos está amenazado por riesgos y vulnerabilidades que el Estado no logra controlar. Aunque el gobierno haga esfuerzos, son insuficientes. Peor aún, el sistema mismo ha terminado por favorecer la delincuencia y la corrupción.

El caso de la violencia contra la mujer lo ilustra claramente: a pesar de leyes y mecanismos, hoy muchas mujeres temen denunciar, porque siguen sintiéndose desamparadas.

Y no se trata únicamente de aprobar más leyes o reformar las existentes. Lo digo con conocimiento: dirigí y participé en la aprobación de muchas normas solicitadas por la CICIG y no se aplican o ahora se mal usan. Así como en la legislación en favor de las mujeres y puedo dar testimonio de las contradicciones y efectos que se han generado con la Ley contra el Femicidio (por ejemplo).

Que nos duela la situación del país, porque la violencia crece sin freno y pareciera no tener solución. Pero para que ese dolor sea el motor para actuar, para involucrarnos, para exigir y trabajar por cambiar el rumbo por el que va Guatemala. Caminemos, participemos, o no avanzamos.

José Roberto Alejos Cámbara

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