En tiempos de polarización, cuando la política parece más una batalla de trincheras que un ejercicio democrático, vale la pena detenernos a reflexionar sobre la función real del disenso. No se trata de pensar igual, sino de tener la capacidad de construir desde la diferencia. La política, en su esencia, debe servir para encontrar soluciones, no para profundizar las fracturas. Por eso, hoy más que nunca, necesitamos recordar que el diálogo no es una concesión, es una obligación.

El problema: en el Congreso de la República hemos pasado de una oposición ideológica, razonada y constructiva —basada en argumentos, visión de país y el legítimo uso del debate político— a una confrontación vacía, dominada por gritos, acusaciones personales y estrategias de bloqueo sistemático.

Aquella oposición que antes representaba una pieza clave del sistema Republicano y su democracia defendía posturas firmes y ofrecía contrapropuestas, ha sido sustituida por una lógica de obstrucción que debilita la institucionalidad. Hoy, la discusión ideológica ha sido desplazada por el ataque personal, y hemos presenciado episodios lamentables: empujones, gritos e incluso golpes, como si el Congreso fuera un ring y no una casa de representación popular.

Peor aún, se ha llegado a sugerir rupturas del orden constitucional, promoviendo “golpes técnicos” y utilizando herramientas jurídicas como armas para intentar remover a un gobierno electo democráticamente.

¿Qué pasó? Como dice el refrán: “El que al cielo escupe, en la cara le cae”. Quienes en el pasado usaron la confrontación como estrategia de oposición, hoy que están en el poder, sufren las consecuencias de haber alimentado ese mismo clima hostil.

La intolerancia, el uso faccioso de instrumentos legislativos, las interpretaciones antojadizas de la ley, la cooptación de instituciones y otras prácticas que antes se señalaban, hoy son parte del día a día. Y lejos de buscar consensos, profundizan las divisiones.

Esta semana, en Roberto Alejos-Podcast, entrevistamos a Elmer Palencia, Secretario General del partido Valor, quien, durante su primer año como oposición legislativa, colaboró en momentos cruciales para preservar la institucionalidad. En este segundo año ha asumido posiciones más firmes, diferentes.  Incluso se habló de que podía ser él, el que encabezaba un proyecto para que el Presidente del Congreso ya no tuviera el poder sino que éste estuviera en manos de la oposición, lo que sonó a justificable porque parecía que lo que querían era el control para cambiar la junta directiva para dominar la comisión permanente que se elige en la época del receso parlamentario (receso al que yo sigo llamando, el grave error)  y en la entrevista explica lo que él llama sus motivaciones.

Sin embargo, también deja claro que, por el bien del país, es necesario sentarse a dialogar. Habla de la importancia de construir una agenda nacional que permita acuerdos sostenibles, y subraya que no se trata de estar en contra del Presidente de la República o del Presidente del Congreso, sino de encontrar puntos comunes en beneficio de Guatemala. No soy golpista me dijo e incluso hicimos el trato de no volverlos a llamar golpistas ni pacto de corruptos. Tampoco se trataba de destituir a Nery Ramos,  si yo ayudé a que llegara a la presidencia de las dos veces, mencionó.

Palencia también reconoce que el Ejecutivo tiene ahora una nueva oportunidad bajo el liderazgo de José Carlos Sanabria, y reflexiona sobre por qué las cosas ya no funcionaron recientemente con Samuel Pérez al frente.

NO SE VALE que, por pensar diferente —unos desde la derecha, otros desde la izquierda— no podamos sentarnos a discutir qué país queremos, y sobre todo, qué país necesita la ciudadanía.

Esta conversación con el diputado Palencia debería abrir la puerta a procesos similares al que se vivió con la aprobación de la ampliación presupuestaria el año pasado: momentos en los que primaron los acuerdos sobre las diferencias, y el bien común sobre los intereses de grupo.

YA ES HORA de reconocer que aquella vieja política, con todos sus defectos, a veces era más funcional que esta política reciente, que parece movida por el resentimiento. La política que Guatemala necesita no es la vieja ni la nueva, sino una síntesis de ambas: con principios claros, pero con voluntad de diálogo. Con un sistema de partidos políticos fuerte en donde la base, la organización, la ideología,  la forma de pensar sobre cómo debe gobernarse si se llega al poder, sean realmente lo importante.

Sea cual sea el contexto, el diálogo y la negociación deben prevalecer.

Que nos duela la situación del país, en materia de la falta de liderazgo genuino en los partidos políticos, la caída de la institucionalidad. Para que ese dolor nos motive a actuar, a involucrarnos,  a exigir y a trabajar por cambiar el rumbo del país. Caminemos, participemos o no avanzamos.

José Roberto Alejos Cámbara

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