En Guatemala, la lucha por el poder y el miedo a perderlo han marcado el destino de nuestras instituciones clave, como el magisterio nacional y el Ministerio Público. Más allá de las crisis visibles, lo que está en juego es la fragilidad institucional y la necesidad urgente de diálogo y negociación como herramientas para construir un país más sólido y justo.
El problema no es simplemente perder el poder; es el miedo profundo a lo que implica esa pérdida. No se trata solo de renunciar a privilegios, sino de enfrentar las consecuencias derivadas de cómo se ejerció ese poder mientras se tuvo. Quienes han controlado mucho y por largo tiempo rara vez se preparan para perderlo; cuando sucede, suele ser abrupto y peligroso, tanto para ellos como para las instituciones.
Quienes hemos mediado en conflictos y negociaciones lo sabemos bien: el poder absoluto genera una falsa sensación de invulnerabilidad. Por eso, negociar resulta difícil; negociar es ceder, y ceder significa perder control. Para muchos, eso es inaceptable.
Ese patrón se repite en el sindicato del magisterio nacional. Bajo el control de una sola persona, ha paralizado el sistema educativo con miedo e incertidumbre. Aunque muchos docentes no superan los estándares en evaluaciones, dentro del sindicato se mantiene una aparente unidad que solo se fractura cuando surgen disputas por cuotas de poder. El liderazgo actual impuso la idea de que no había que cambiar nada. Así de cómodo es el poder cuando no existen contrapesos.
Algo similar ocurre en el Ministerio Público, donde la postergación de procesos para elegir magistrados ha permitido conservar intacto el control. Aunque sería viable organizar elecciones presenciales con apoyo logístico, las convocatorias se aplazan. El miedo al relevo supera cualquier llamado institucional.
Al final, más que un tema de poder, esto refleja la fragilidad institucional. Cuando los cargos públicos dejan de ser espacios de servicio para convertirse en trincheras personales, el miedo a perder el poder sostiene ese sistema.
¿Qué pasó? El Ministerio de Educación, esta vez representado por sus estudiantes, ha tomado una decisión difícil: no ceder a las presiones sindicales por el momento. Más aún, los jóvenes han comenzado a deshacerse de esos “muñecos” que hablaban en su nombre. Los líderes sindicales quedan cada vez más solos. Muchos culpan al contexto político sin analizar el fondo.
El desgaste también alcanza a partidos y bancadas legislativas. Las bancadas, que antes agrupaban a quienes compartían posiciones, hoy lucen fracturadas. Los partidos derrotados quedan heridos y sin liderazgo. A veces, la crisis se refleja en pequeños detalles, como la constante presentación de amparos ante la Corte de Constitucionalidad cada vez que se pierde una votación o los resultados no son lo que esperábamos, penoso ver a políticos acudiendo a las cortes, pero elocuente.
Hoy, tanto el magisterio nacional como el Ministerio Público muestran desgaste. El magisterio, tras obtener aumentos salariales y otros beneficios, parece sin rumbo, sin claridad sobre qué más exigir. Las medidas de presión que adopta lucen como reacciones desesperadas de una dirigencia que nunca estuvo preparada para perder el poder ni enfrentar crisis como en la que están.
Por su parte, el Ministerio Público, incapaz de hallar soluciones políticas internas, traslada los conflictos a tribunales, como si los jueces pudieran resolver lo que la política no enfrenta. Intentan proyectar control: organizan eventos grandes, montan escenarios impecables, pronuncian discursos elaborados para tranquilizar a la población. Pero, en el fondo, los problemas reales siguen sin resolverse.
En esa lógica se inscriben las órdenes de captura recientes contra antiguos miembros de la CICIG, empresarios y aliados políticos. Más que una demostración de fuerza, son —como dijo Ricardo Gómez en el ROBERTO ALEJOS – PODCAST — una expresión de debilidad.
NO SE VALE ignorar cómo se están perdiendo principios, valores y objetivos esenciales de nuestras instituciones. Los sindicatos, nacidos para defender a los trabajadores, hoy son plataformas de privilegios. El patrón es el mismo: el patrono cede siempre que las concesiones no trasciendan públicamente ni generen protestas.
Este fenómeno no es nuevo. Sucedió antes en sectores productivos como el plátano, el café, la cacería y otros. Sistemas diseñados para sostener familias, que terminaron generando desigualdades profundas. No todos participan en igualdad. Y ahora lo vemos también en el Ministerio Público.
YA ES HORA de que cada uno asuma su responsabilidad desde su propio espacio. La transformación comienza cuando cada uno trabaja por mejorar su entorno inmediato. Las huelgas son recursos extremos cuando no queda otra vía, pero el país no puede construirse solo a fuerza de medidas desesperadas.
La patria necesita a todos sus hijos, pero también ideas claras, proyectos sólidos y logística para sostenerlos. Sin esos elementos, ningún movimiento se mantiene. El diálogo y la negociación no son signos de debilidad; son señales de madurez política. En tiempos difíciles, saber dialogar podría ser la escuela que nos hace falta.