José Roberto Alejos

post author

Cuando los militares convocaron a la Asamblea Nacional Constituyente para iniciar el proceso de democratización, lo hicieron tras haber sostenido un gran diálogo posterior al autogolpe de Estado al que se vieron obligados. Sabían que no podían hacer dos cosas al unísono: enfrentar un conflicto armado interno -producto de la guerra fría- y dirigir un país frente a una crisis económica mundial. 

Hubo mucha comunicación entre ambos, pero también mucha relación. El conflicto y la defensa de sus propios intereses los había dividido de tal manera que no se vislumbraba la más mínima oportunidad de negociación y, citando al profesor Roger Fisher, gurú de la negociación en Harvard, optaron por la alternativa de romper el sistema.

Los constituyentes tomamos la misma ruta, pese a que éramos fuerzas totalmente distintas: la derecha, los socialistas, el centrismo y la vieja política que empezaba a renovarse con los jóvenes que conformábamos la Constituyente. Nuestro pensamiento ideológico, a pesar de ser distinto, no evitó la comunicación que fue vital para crear una sólida relación que nos condujo a crear una nueva Constitución. Ésta fue considerada, en su momento, una de las mejores del mundo y que hoy continúa funcionando, aunque han intentado de mil maneras romper el sistema, violándola constantemente, y nosotros, afanados en defenderla.  

A los grupos de poder que nos tienen enfrentados, debo decirles que sabemos que sus acciones son con alevosía, y que envenenan el agua de la que un día, seguramente, tendrán que beber. El desprecio al país nos tiene a la orilla del abismo, con un desgaste total y una falta de credibilidad en la clase política, que identifiqué desde la campaña, en el actuar de los candidatos y en los partidos políticos.  Este meollo no es debido a que ganó Semilla, sino porque perdió la clase política de siempre. Esta bronca (como dirían los mexicanos) es porque dijimos no a lo mismo, porque nos desesperamos por la falta de oportunidades en un hermoso país que puede ofrecernos un nuevo futuro. 

Reitero que la comunicación es la base de la negociación, la cual, bien conducida, provocará una sólida relación. Voy a insistir una y otra vez en que el partido que ganó las elecciones debe motivar comunicación con todos los sectores y en especial con aquellos que piensan diferente. Es preocupante ver a futuros funcionarios del nuevo gobierno evidenciar que no les interesa tener una comunicación, ni relación para iniciar una negociación en los temas que nos unen y podrían sacarnos adelante. 

Al referirme a la relación debo hacer hincapié en que nunca, ni durante el conflicto armado interno, afrontamos tanto rechazo mundial como el que tenemos actualmente.  Si bien hubo condena por los temas de violaciones a los Derechos Humanos, nunca se tuvo un rechazo internacional unánime, similar al que afrontamos ahora, como consecuencia de las actuaciones de quienes insisten en anular las elecciones y evitar que el partido ganador asuma el 14 de enero. Ese rechazo cuenta con el apoyo de los Estados Unidos -demócratas y republicanos-, también se suman México y los países de América representados en la OEA, la Unión Europea y muchos más que van haciendo eco al llamado de atención.

NO SE VALE que tomemos en broma que más de la mitad de los congresistas guatemaltecos no tengan visa para viajar al país más poderoso del mundo y no sólo por el tema de no poder salir, sino por lo que significa para el ejercicio de sus funciones. Para justificarlo, muchos afirman que se han quedado sin visa por no doblegarse a la embajada y lo consideran un “premio al nacionalismo”.

YA ES HORA de entender que si la relación entre nosotros no es posible, debido a la insistencia de quienes quieren mantener el poder y gozar de privilegios, que pensemos que la relación con el resto de países es algo vital para la economía del país porque si hay una mala economía nacional, también hay una mala situación social que agravará los índices de pobreza y de desnutrición infantil, y auspiciará la migración irregular. La génesis de nuestra pobreza ha sido siempre la corrupción, y ésta se acrecentará por las medidas que los países desarrollados están tomando contra Guatemala al querer implantar una dictadura. 

Artículo anteriorMilei, la narrativa del caos como legitimación
Artículo siguienteCuando Galdámez gritó fraude cerramos filas por la democracia