La semana pasada abordamos sobre la importancia de la comunicación y de cómo los funcionarios están obligados a estar en una constante negociación con el fin único de evitar la confrontación que no conduce a nada, especialmente si nos apegamos a lo que refiere la frase: “la confrontación alude a un enfrentamiento o a una oposición”.
Esta semana tuve una lección de vida por el hecho de a pesar de no ser funcionario público, pero haber sido integrante de la Asamblea Nacional Constituyente representa que toda palabra que mencione o publique, o bien quienes lo hagan en mi nombre, terminan generando confrontación si llevan insultos o malos tratos.
Hablar de comunicación no es buscar solamente la negociación, es tener cuidado con cada palabra que se emplea porque, aunque se pronuncie en sentido sano, “otros” las emplean para ofender, atacar, criticar y a veces llegar al extremo de insultar y, amalgamas que se convierten en una clara descomunicación –la descomunicación hace referencia a la posibilidad de encerrarse en laberintos que consiguen efectos distorsionadores de la comunicación–.
Publicar y pregonar ofensas ocasionan que la comunicación se rompa, y no dejaré de insistir en que sin comunicación no hay avances, pues la comunicación no es sólo un tema de hablar, sino también de escuchar. Sin embargo, esta faena se torna difícil cuando ya hubo ofensas y esa comunicación pende de un hilo frágil como cabello infantil y a su vez conlleva al rompimiento de ese acercamiento lesionado, por malos entendidos, y las posibilidades de alcanzar acuerdos que este país tan convulso necesita para avanzar.
En este mundo nada es verdad y nada es mentira, todo depende del cristal con el que se mira. Para mí, por ejemplo, un tema puede ser verdad, y para otra, el mismo tema, puede ser una mentira. Por lo tanto, la comunicación debe acompañarse de tolerancia y la tolerancia es la actitud que respeta las opiniones, ideas o actitudes de los demás, aunque no coincidan con las propias.
Por consiguiente, cuando una persona se siente atacada por un tema tergiversado, aunque tenga la razón por haberlo dicho o hecho, o la razón por la que se dio la ofensa ya es fait acompli, como mencioné antes, esta ofensa rompe la relación y al romper la relación se rompe inmediatamente la comunicación. Creo que podría dar muchos ejemplos de la mala interpretación que resulta de una mala comunicación, en especial en mi experiencia política más reciente.
Guatemala, hoy más que nunca, necesita buenas relaciones que empiezan con una buena comunicación. Insisto tanto en el tema, pero tal como ocurrió la semana pasada, ésta fue otra semana de lecciones; especialmente en este tema, ya que personas estimadas y queridas se sintieron ofendidas y decidieron llamarme con una buena actitud, dando ejemplo de una buena comunicación. Créanme que no fue del todo mi responsabilidad, pero sea cual sea el tipo de comunicación, si no se aclara el tema, la ofensa queda impregnada y se petrifica aún más. Por eso siempre termino mis intervenciones invitando a un café.
NO SE VALE querer hacerse publicidad o llamar la atención sobre la base de insultos a los demás, como tampoco se vale creer que basta pedir perdón para reparar el daño causado por la mala comunicación. Este hecho puede ser una gran lección si sabemos estudiar e interpretar el daño causado y realizado y si de verdad provocamos el café.
YA ES HORA que sin importar el cargo que ocupemos y sin importar el objetivo que perseguimos, eliminemos el insulto, la crítica no constructiva y a cambio provoquemos la destrucción y, en su lugar, busquemos cómo fortalecer la comunicación para tener una buena relación y poder así entablar una negociación. Que entendamos que lo que estamos negociando es el futuro de nuestro país, de esta bella nación que merece que lo hagamos con respeto y con profesionalismo; que quede claro que desprestigiar públicamente no es el camino correcto. Voy a insistir hoy, mañana y siempre en una comunicación efectiva para llegar a una relación que permita una buena negociación, una que busque el beneficio común y no individual. ¡El bienestares de todos y no de unos pocos!
¡Feliz día del locutor!