He estado leyendo un libro de Derecho constitucional, cuya edición estuvo a cargo de Víctor Bazán y otros profesores colombianos; y se titula “Estado constitucional y convencional”, publicado por el Instituto de Estudio e Investigación Jurídica de Nicaragua, que contiene varios artículos sobre temas del Derecho Constitucional. El libro se inicia con uno del distinguido jurista mexicano, el maestro Diego Valadés, quien escribió sobre el tema “Los constitucionalistas y el cambio constitucional”. No me referiré al contenido total del artículo, sino a párrafos relacionados con las guerras; y el título de esta prosa, está tomado de un ensayo del filósofo José Ortega y Gasset, publicado en El Espectador.
En una cita de Heráclito, dice Valadés que el filósofo griego dijo que “la guerra es común (a todos los seres) y la justicia es discordia” y que “todas las cosas se engendran por discordia y necesidad”. Valadés cita a Carl von Clausewitz, cuando dijo que la guerra es la continuación de la política; pero, Foucault invirtió esa idea y dijo que la política es la continuación de la guerra por otros medios. ¿Será que la guerra es la naturaleza de la vida humana? Hay varias respuestas de ayer y de hoy a esa pregunta y Ortega y Gasset da la suya. Dice el filósofo español que, aunque él no comparte esa idea, Marx creo la interpretación económica de la historia, que para él es una de las grandes ideas del siglo XIX. Y aunque no la comparte, también merece su estima. Dice que la idea central de Marx es “hacer girar el panorama histórico sobre los instrumentos, de producción. El que los posee, manda y así la Historia es una lucha para adueñarse de ellos.
Cuando la forma de los instrumentos varía, el paisaje humano cambia”. Ortega dice que si bien la rueda económica es una de las que hace girar el desarrollo de la historia, también hay otras que contribuyen a ese movimiento perpetuo de la vida en sociedad. Y así, Ortega plantea la idea de una interpretación bélica de la Historia, en donde el movimiento es lucha, pero lucha bélica, y más que de los hombres, lo importante, es lucha de instrumentos bélicos. Todo el desarrollo de la civilización, además de las contradicciones económicas, también puede explicarse, según Ortega, por los acontecimientos bélicos. Así fue con los persas, con Grecia, con Roma, con Cartago, con Napoléon, con las invasiones mongólicas, con la independencia de América y también hubo guerras en los pueblos originarios. Siempre ha sido así según Hobbes: lucha entre los hombres, unos contra otros.
Y más cerca aún, la Primera Guerra Mundial no se apagó con el tratado de Paz de Versalles, sino la mecha quedó encendida, lo que hizo estallar la segunda hecatombe mundial 1939. Y el tiempo sigue igual y los hechos bélicos ocurren en todo tiempo y lugar. De todos modos, resulta interesante juzgar si esos lamentables hechos se deben a causa económica o a la naturaleza de los seres humanos, porque no hay fenómeno que no tenga una causa y pareciera que ante esta duda, son apetitos económicos los que prevalecen.
En un encuentro académico realizado en Baviera en 2004, entre el filósofo Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger, más tarde el Papa Benedicto XVI, tocaron el Tema “Entre razón y religión”. El discurso de Ratzinger se titula “Los fundamentos morales y pre-políticos del Estado Liberal” y en su interesante exposición dice que en el desarrollo histórico que estamos viviendo se observan dos fenómenos: a) El surgimiento de una sociedad de dimensiones mundiales expresada en la globalización, en donde las naciones dependientes se ven amenazadas en su identidad y soberanía, y b) El crecimiento de las posibilidades de que el hombre destruya el mundo en que vivimos con la energía atómica, lo que exige un control jurídico y moral del poder, como exigencia de la conducta de las naciones que han desarrollado esas tecnologías.
Para atemperar estos peligros, el Papa propone una ética mundial como ideología para la paz, anhelo que pareciera que sólo ha sido aspiración desde los mimos orígenes de la especie humana.







