Al cruzar a pie el puente sobre el río Suchiate, con tristeza irreparable, Gardenio, cumplía la orden de su padre, don Marcos Contreras, dueño de la farmacia del pueblo y curandero de toda dolencia, quien le exigió que se fuera para México, porque no estaba de acuerdo que se casara con una muchacha de otro pueblo. “Aquí nos reprodujimos todos, y aquí se multiplicarán mis hijos, quieran o no”. Y lo amenazó con desheredarlo, pues un licenciado le había dicho que ese motivo para desheredar lo contemplaba la ley. Así que en Gardenio pudo más la ambición que el amor, y decidió largarse a donde no conocía a nadie.
Mientras tanto, en el pueblo de Dorotea, la familia había preparado todo para el casamiento, pues la ceremonia sería parte de las alegrías de diciembre. Las amonestaciones fueron leídas, los padrinos estaban apalabrados, el ternero estaba amarrado en el morral para degollarlo y que todos se hartaran de carne asada.
Además, la Nía Soledad y la Nía Matías, las mejores cocineras, harían el almuerzo y la marimba cuache contratada con el pago de un adelanto. Dorotea fue a la capital a comprar su vestido blanco en el pasaje del Portal del Comercio y como allí había joyerías, también compró las argollas y pidió que les grabaran la fecha del casamiento: el 8 de diciembre, el mero día de la Virgen de Concepción.
En esos de los preparativos de la boda, nadie estaba enterado que Gardenio andaba vagando por todas las calles y avenidas del Distrito Federal, buscando a un tal chino Castañeda, que se le recomendaron buscarlo para que le consiguiera chamba. La tarea era difícil; pero, al fin de las cansadas, lo encontró en su negocio de venta de tacos, cerca del teatro Blanquita. Al presentársele como hijo de don Marcos, el chino se recordó que este señor le había prestado doscientos pesos para irse a México, porque lo acusaban de fabricar guaro clandestino, que en ese tiempo era un delito tan grave como hoy traficar mariguana. Y como se la llevaba de ser buen deudor, se le presentaba la oportunidad de devolver el favor protegiendo a Gardenio. El chino le preguntó si sabía hacer tacos; pero, él le dijo que no, que lo que hacía en Guatemala era estudiar para farmacéutico. Bueno, dijo el chino, eso aquí no te sirve ni de miércoles; así que ponte esta gabacha y principias a repartir los tacos que piden los clientes. Eso sí, con educación, porque los mexicanos son protestones como la chingada.
Así fue como Gardenio, de mezclar polvos en los morteros para fabricar pastillas, pasó a caminar de mesa en mesa, sirviendo tacos y agua de tamarindo. Mientras tanto, Dorotea, ignorando lo que sucedía con Gardenio, empezó a inquietarse por su ausencia tan repentina. Cuando le contaron lo que pasaba, comprobó que su prometido carecía de carácter y de fuerza de voluntad, al renunciar a un noviazgo de años, a cambio de una herencia que a saber si llegaría, así que sufrió el desencanto.
Además de Dorotea, la familia supo la fatal noticia y los comentarios y chismes de los vecinos fueron los cuchicheos del diario vivir. Por ese motivo, Dorotea entró en depresión y fuerte melancolía, que familiares temían que se pegara un tiro y por eso escondieron la escopeta del papá. Y aunque la cosa no llegó a tanto, Dorotea no probaba bocado y vivía encerrada en su cuarto en un mar de llanto. Una noche se le oyó toser con persistencia y principió a escupir sangre, hasta que los pulmones no aguantaron y le llegó la muerte.
Como a los cuarenta años, fallecido don Marcos, Gardenio volvió de México con la esperanza de ser el dueño de la farmacia. Pero se encontró con que la habían cerrado y hasta la casa la habían rematado. Entonces se fue de inmediato a buscar a Dorotea y ver si podía haber un reencuentro; pero, le contaron que había fallecido hacía muchos años. Así que, sintiéndose culpable de la tragedia, se dedicó a chupar y expiar sus viejas culpas con el guaro, pues se sentía el causante de la muerte de Dorotea.
Pasados los meses ya no se supo de su paradero y todos creyeron que tal vez se había muerto en una banqueta congestionado de guaro, aunque no faltó quien contara haberlo visto vendiendo tacos en la Terminal de Quetzaltenango, con una vestimenta de viejo charamilero.







