En todos los pueblos o aldeas del país, existen personas o lugares que tienen nombres o apodos peculiares. Por ejemplo, en Río Hondo, Zacapa, existe una aldea llamada Pata Galana. Pues bien, en Chiquimulilla existió un señor, que vaya a saber por qué dolencia, tenía un pie con una inflamación descomunal y a pesar de eso, llevaba una vida normal y trabajaba de acarrear bultos o de ayudante de camionetas. Nunca supe su nombre, pero creo que era oriundo de las aldeas aledañas al Papaturro. Era un señor alto, rubicundo y bien fornido, y lo que le distinguía era su descomunal pie y por eso los vecinos le apodaban “Pata Galana”. Como lo recuerdo de hace 65 años, a estas alturas ya estará descansando bajo la Ceibona. Otro personaje especial era “Chile Mocho”; creo que se llamaba Julio, y acarreaba la carne de las vacas o toros que mataban en el rastro, para surtir a las carnicerías del mercado que le tocara el día de expendio. Por allí por las ocho de la mañana, don Julio conducía su carreta forrada de lámina, repleta de todo lo que dan las reses. Y como la carga era pesada, don Julio, con camisa manga corta, iba mostrando los fuertes músculos de sus brazos y sus venas expuestas. Por esa fuerte musculatura, cuentan que su dicho especial era: “Yo no tengo palabras para enamorar a las mujeres, pero tengo fuerza”. Después de entregar la carne, colocaba la carreta en el mercado y se iba a sentar a las graditas de la casa de don Jorge Lau, donde principiaban los corredores del lado del parque, que ya no existen y se dedicaba a fumar un puro de Zacapa, tirar escupidas en la calle y chulear a las mujeres que pasaban a comprar al mercado. Creo que ya murió Chile Mocho. Y en la aldea Las Lisas, existió un señor tan alto, que en lugar de llamarle don Nayo, todos lo conocían por “Nayón”, por su descomunal estatura. Este buen señor, además de vender guaro, cocinaba unos camarones con apio, que uno se chupaba los dedos. Lo que distinguía a don Nayón, era que no conversaba con palabras, sino solo moviendo las manos para decir que sí, que no o que tal vez; y uno tenía que adivinar sus respuestas. -Está jodida la cosa, verdad don Nayo- y entonces movía la cabeza y extendía la mano como pidiendo limosna, para decir: Cierto. Creo que también ya pasó a mejor vida como todos los que conocí en Las Lisas: Abelino, don Chemita o Tobanche, que para no pagar la canoa, se quitaba la ropa, se la ponía en la cabeza, como yagual, y cruzaba el canal a puras brazadas.
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