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Regino estaba engasado por el amor de Brígida, una patoja de dieciséis años, hija menor de don Layo, quien vivía preocupado por el futuro de su hija, pues había averiguado que el tal Regino no tenía más oficio que ser aprendiz en la confección de fustes, lo que no prometía nada bueno, pues los dueños de caballos los estaban sustituyendo con triciclos de motor para arrear el ganado, de manera que los fustes eran objetos en vía de extinción.

Los consejos que don Layo le daba a Brígida eran recibidos como oír llover, pues ella también estaba engasada por el amor de Regino. Las ocasiones para encontrarse cuerpo a cuerpo eran limitadas y solo sucedían cuando ella iba al río a bañarse y lavar la ropa, con la dificultad de un mal tercio, pues don Layo olfateaba que por allí podía principiar a consumarse la cosa. Por eso siempre obligaba al hermano Casimiro para que acompañara a la hermana cuando iba al río. Casimiro ya le entraba a las cervezas, aunque fueran al tiempo, que era como estar bebiendo meados de vaca. Entonces sacrificaba parte del salario de la semana y le daba tres quetzales a Casimiro para que se fuera a la tienda cercana a beberse unas cervezas. En ese lapso, los engasados tenían el tiempo necesario para revolcarse entre los matorrales y burlarse de todos los que decían que no eran iguales. Y por eso su canción preferida era aquella de José Alfredo que en una estrofa dice: “vaaamonos, donde nadie nos juzgue, donde no haya justicia ni leyes ni nadie, no más nuestro amor”. El pobre Regino al ver que los obstáculos de estar con Brígida aumentaban, le dio por visitar el estanco “La Chachita” y el alcohol de las cervezas hacían más grande su situación de engasado. Alguien más le dijo un día que parecía chorizo en tienda, pues a la legua se le notaba que estaba colgado, por lo que decidió llevarlo con el cura para que le rezara los evangelios, no fuera a ser que se tratara de una brujería, aunque Regino lo que le pasaba era que estaba desesperadamente colgado. Al mismo tiempo, a Brígida se le desató una especie de tiricia, algunos dicen melancolía, y no tenía sosiego: se le calaban las tortillas, se le ahumaban los frijoles, se le cortaban los chicharrones… Además, como que se le abultó el ombligo, lo que don Layo creía que era el principio de un tumor, y de seguro que había que llevarla al hospital. Cuando a Regino lo llevaron con el padre Gaspar, da la casualidad que la mamá de Brígida también decidió llevar a Brígida para que le rezaran los evangelios. Cuando los engasados se quedaron solos, por exigencia del cura, le confesaron que estaban enamorados y que, incluso, ella estaba esperando. Entonces el padre Gaspar hizo entrar a las madres y le dijo a la de Brígida que los iba a matrimoniar “incontinenti”, porque los engasados ya estaban en edad de merecer. Como el latinazo podía ser algo grave, la mamá de Brígida dijo que sí, pues. Entonces los engasados salieron del convento, solo que casados, no engasados. 

René Arturo Villegas Lara

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