Esa mañana de la primera semana del mes de octubre, dejé el calorcito de las chamarras y me levanté a leer el libro de Astolfi sobre historia universal, pues era el mes de los exámenes finales y el de la luna más hermosa, pues tenía que dar la lección sobre las Guerras Médicas y las guerras púnicas, como tarea final.
Entonces salí al bosque de mi casa y me senté en una piedra que me servía de silla y con mi pocillo de café que mi abuela hervía en un batidor de barro desde las cuatro de la madrugada. Qué linda mi abuelita que madrugaba a hacer el café desde las cuatro de la mañana, como gente de antes, en un batidor que venía del Quiché, para que cuando nos levantáramos, bebiéramos nuestro pocillo con el café endulzado con panela, café maravilloso que tostaba la Nía Pancha en un comal y lo trituraba con esos molinos antiguos que igual servían para moler la masa y que ahora adornan las casa en la Antigua Guatemala.
Días antes mi abuela había contratado a don Juan Navarro durante el mes de septiembre, para que le hiciera unos adobes, y como esos días son llorones, se formó un pequeño estanque con ninfa que a saber de dónde salió. A esa hora de la madrugada, lo curioso fue que el patio y el estanque estaban cundidos de mariposas amarillas, lo que sólo podía suceder en noviembre, cuando llegan los refrescantes vientos que secan la tierra y le dan aire acondicionado a los difuntos. A mí me extrañó ver tantas mariposas, como las monarcas que llegan a México.
Casi eran miles sobre el charquito y la ninfa y eso despertó mi curiosidad; entonces doble el libro de Astolfi, y me di cuenta que las maripositas, que parecían beber agua, desaparecían del nivel del charco. Al acercarme sorpresa fue ver a un lagarto bebé, como de cuarta y media, que escondido entre la ninfa, se alimentaba con las inocentes mariposas. Seguramente la ninfa venía del Canal de Chiquimulilla y ya había nacido, o el huevo se incubó en el patio de nuestra casa. Yo quise quedarme con el lagarto, pero la sabiduría de mi abuela Isabel, dijo no. Entonces llamamos a Víctor León, que era amante de los animales y se lo llevó. No sé cómo le hice, pero en la clase expliqué lo que fueron la Guerras Púnicas, con Aníbal y sus elefantes, y las Guerras Médicas, que después de sopotocientos años siguen en pie de guerra porque creen que se vive mejor en las alturas.